Si bien ayer leímos que no hay maldición que pueda hacerlo daño, hoy veremos que nuestra propia carnalidad y pecado es lo que nos puede destruir y llevar a la muerte como le sucedió al pueblo de Israel, por eso es que Dios insiste en darnos leyes para empujarnos a la santidad. Números 25:10-18; Números 26:1-58, Números 26:61-65; Números 27:1-11; Números 28:1-31