El abrazo entre San Juan Pablo II y el Gran Rabino de Roma, Elio Toaff, selló una visita que permanece y permanecerá impresa en el corazón y en la memoria de muchas personas. Aquel día de abril de 1986, un Papa cruzó por primera vez el umbral de la sinagoga con un gesto que sus sucesores repetirían más tarde. Una etapa, por tanto, de un importante camino compuesto también por las oraciones de los Papas escritas en una tarjeta e insertadas en las grietas del Muro de los Lamentos de Jerusalén, así como las visitas a Auschwitz y otros gestos. Un camino cuyas raíces se encuentran sin duda en Nostra Aetate. Es, por tanto, interesante observar, releyendo los discursos de los protagonistas de aquella jornada de hace 35 años, las referencias a este documento conciliar, así como a la figura de San Juan XXIII.
Nostra Aetate y Juan XIII
En la riqueza de su discurso, el Papa Wojtyla subrayó el vínculo entre el cristianismo y el judaísmo, y refiriéndose a la declaración del Concilio sobre «Las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas», recordó cómo la Iglesia «deplora el odio, la persecución y todas las manifestaciones de antisemitismo dirigidas contra los judíos en todos los tiempos por cualquiera». También quiso subrayar que el «legado» que pretendía recoger era el del «Papa Juan», quien, señaló, «una vez que pasaba por aquí – como ha recordado ahora el Gran Rabino – hizo parar el coche para bendecir a la multitud de judíos que salían de este mismo Templo». Y quisiera retomar su legado en este momento, encontrándome ya no fuera sino, gracias a su generosa hospitalidad, dentro de la Sinagoga de Roma».
Toaff: el gesto destinado a pasar a la historia
En sus conmovedoras palabras fue, de hecho, el propio rabino Toaff quien se refirió tanto al documento del Concilio como al gesto de Juan XXIII, expresando una «profunda satisfacción» por la visita de Juan Pablo II y definiéndola como un «gesto destinado a pasar a la historia». Lo vinculó, de hecho, «a la enseñanza iluminada» de su predecesor, Juan XXIII, «el primer Papa – señaló – que un sábado por la mañana se detuvo a bendecir a los judíos de Roma que salían de este templo después de la oración». Un gesto que, volvió a subrayar, se inscribe en la estela del Concilio Vaticano II que, precisamente, con Nostra Aetate «produjo, en las relaciones de la Iglesia con el judaísmo, esa revolución que ha hecho posible vuestra visita de hoy».
El Papa Roncalli y el Concilio Vaticano II fueron recordados también por el presidente de la comunidad israelí de Roma, el profesor Giacomo Saban, quien recordó cómo Nostra aetate «introduce una relación diferente entre la fe de Israel y la del mundo que nos rodea, devolviéndonos no sólo lo que se nos había negado durante siglos, sino también la dignidad que siempre había sido nuestro derecho a ver reconocida».
Riccardo Di Segni: ha habido un crecimiento positivo
El eco de esa visita ha permanecido. Entonces Juan Pablo II habló de «nuestros queridos hermanos» y «en cierto modo, se podría decir que nuestros hermanos mayores». Le preguntamos al Gran Rabino de la comunidad judía de Roma, Riccardo Di Segni, con qué emoción recuerda ese momento y qué importancia tuvo para la comunidad judía.
R. – Ciertamente, había conciencia de que se trataba de un acontecimiento histórico de gran valor simbólico que marcaba un giro en la forma de tratar las relaciones entre los dos mundos. Fue un acontecimiento que tuvo importancia sobre todo desde el punto de vista mediático porque la imagen del abrazo entre los dos representantes religiosos superó por sí sola las dificultades teológicas. Nadie lee, salvo algunos especialistas, los documentos de las comisiones y todos ven las imágenes. Las palabras también tenían su significado y en particular la definición de «hermanos mayores», aunque esto no nos entusiasma desde el punto de vista teológico, porque en la Biblia los hermanos mayores son los malos y los perdedores.
Hace cinco años, en enero, el Papa Francisco también visitó el Templo Mayor de Roma. Y antes, en enero de 2010, también lo hizo Benedicto XVI. Estos Pontífices han subrayado el impulso para el compromiso de un camino irrevocable de diálogo, fraternidad y amistad con los judíos, dado también por el documento conciliar Nostra Aetate. ¿Cómo se desarrolla este diálogo?
R. – Las visitas de los dos Pontífices fueron muy importantes porque marcaron la voluntad de los máximos representantes de la Iglesia de continuar el camino abierto por el Papa Juan Pablo II. Y no sólo fue continuidad, sino también progreso, porque en la época de Juan Pablo II había muchos problemas y ahora no es que los problemas no existan, sino que para muchas cosas hay formas y medios de abordarlos. Así que es un camino – digamos – en crecimiento positivo.
«En una sociedad a menudo perdida en el agnosticismo y el individualismo y que sufre las amargas consecuencias del egoísmo y la violencia, los judíos y los cristianos son depositarios y testigos de una ética marcada por los Diez Mandamientos, en cuya observancia el hombre encuentra su verdad y su libertad. Promover una reflexión y colaboración común sobre este punto es uno de los grandes deberes», dijo Juan Pablo II en su discurso en la sinagoga. ¿Cuáles son los puntos concretos en los que los judíos y los cristianos de hoy, en un momento histórico tan difícil para toda la humanidad a causa de la pandemia, pueden colaborar?
R. – La pandemia nos ha enfrentado a retos a los que las estructuras portadoras de valores deben dar respuesta: respuestas que se han dado en el sentido de la organización, de la solidaridad, de la llamada a los valores morales que hay que compartir, a las opciones que hay que hacer por el bien colectivo. Los retos serán aún mayores cuando salgamos de esta pandemia y nos encontremos con una sociedad que inevitablemente ha cambiado, en la que nuestros hábitos más sencillos serán diferentes. En este sentido, la llamada a sistemas religiosos y de valores como el nuestro, en el que el imperativo moral y la solidaridad tienen un valor esencial, será absolutamente útil y necesaria.