La «Iglesia del Silencio» es un término que la historiografía religiosa cubana recoge para describir la etapa de mayor confrontación entre el gobierno revolucionario ya declarado filosóficamente comunista en el poder y el ambiente católico del país durante la década del 60 del siglo XX
La Conferencia Episcopal Cubana no ha estado en silencio: recomiendo leer el Mensaje de Navidad de nuestros obispos, donde se expone la situación angustiosa de Cuba y se insta al gobierno a mejorarla
Nuestros pastores están siendo linchados mediáticamente por una matriz de opinión radicalizada a un ambiente político caricaturizado por una partida de ajedrez, donde los únicos movimientos válidos para estos actores son las jugadas de ataque, y nuestros obispos no desean protagonizar esa partida
Mientras en Cuba se vislumbra el nacimiento de un nuevo modelo eclesial, donde los laicos no debemos esperar que nos digan desde la Conferencia Episcopal lo que debemos y podemos impulsar nosotros mismos desde la base, se hace urgente hoy construir como Iglesia una cultura del ejemplo
«Los obispos cubanos son cómplices del sistema y con su silencio están protegiendo las migajas de “privilegios” que han acumulado en los últimos años». La frase con la que inicio el texto la he podido leer algunas veces en Facebook, la red social con mayor participación de cubanos de la Isla y la diáspora según las estadísticas de Google. Uno de los puntos neurálgicos de su contenido es que ha sido escrita por fieles católicos en un clamor desesperado ―apunto yo― por escuchar la voz profética de sus pastores. Lo más duro no es que etiqueten a la Conferencia Episcopal Cubana de procomunista en redes, sino que esa conversación socio-religiosa está bajando del espacio virtual y haciéndose carne en el pueblo.
La «Iglesia del Silencio» es un término que la historiografía religiosa cubana recoge para describir la etapa de mayor confrontación entre el gobierno revolucionario ya declarado filosóficamente comunista en el poder y el ambiente católico del país durante la década del 60 del siglo xx. En esa etapa, los obispos deciden acallar su voz de denuncia en conjunto (como protesta muda) y solo reaccionan de modo personal ante la cruda realidad de imposición ateísta que de forma sovietizada se estaba institucionalizando en la nación.
Han pasado más de sesenta años de aquellos lamentables sucesos y, aunque el término del «silencio» puede ser debatible, pocos contradicen la dureza que significaba ser religioso en aquel contexto; donde, por solo citar un ejemplo, tu fe podía llevarte a pasar una temporada de castigo en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), versión cubana de los gulags estalinistas.
La Conferencia Episcopal Cubana no ha estado en silencio: recomiendo leer el Mensaje de Navidad de nuestros obispos, donde se expone la situación angustiosa de Cuba y se insta al gobierno a mejorarla. Pero nuestros pastores están siendo linchados mediáticamente por una matriz de opinión radicalizada a un ambiente político caricaturizado por una partida de ajedrez, donde los únicos movimientos válidos para estos actores son las jugadas de ataque, y nuestros obispos no desean protagonizar esa partida.
Parafraseando al escritor cubano Eliseo Alberto Diego, me atrevería a decir que todo lo que nuestros obispos tocan de corazón con sus mensajes lo trasforman en esperanza para los cubanos. Mientras en Cuba se vislumbra el nacimiento de un nuevo modelo eclesial, donde los laicos no debemos esperar que nos digan desde la Conferencia Episcopal lo que debemos y podemos impulsar nosotros mismos desde la base, se hace urgente hoy construir como Iglesia una cultura del ejemplo, donde se arriesguen privilegios en pos de los descartados dentro de nuestra sociedad.
Solo si laicos y consagrados impulsamos ese modo de proceder sinodal, venciendo el clericalismo latente, tendremos la capacidad de destrozar el algoritmo de la exclusión y de los entes en el poder que impiden la formación de consensos y nos dibuja como una Iglesia del Silencio.