«Es mejor ser dictador que gay». La frase no es de Vladímir Putin, es de su aliado, el presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, pero es casi seguro que el presidente ruso ha tenido ese pensamiento en los labios, a punto de verbalizarlo, más de una vez. Rusia no es país para gays.
La homofobia está muy arraigada; de eso ya se ha encargado Putin. Asegura que el Estado no persigue a los homosexuales, pero ha impulsado una serie de leyes contra la promoción de la homosexualidad. «Mientras yo sea presidente, esto no va a ocurrir. Seguirá habiendo ‘papá’ y ‘mamá'», dijo en 2020 sobre la posibilidad de cambiar la definición de ‘matrimonio’ que aparece en la Constitución rusa.
«Me echan en cara que estoy demasiado presente, pero yo considero que no puedo actuar de otra forma»
El Parlamento ruso aprobó en 2013 la ‘Ley de Propaganda homosexual’, es decir, la Ley para la protección de niños y niñas frente a la información que promueva la falta de valores familiares tradicionales. Considerada discriminatoria por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, la norma prohíbe la «promoción entre menores de las relaciones sexuales no tradicionales».
Todo ello ocurre con el intenso apoyo de la iglesia ortodoxa. Y más que apoyo, inspiración. Es esa iglesia la que insiste en rechazar los que llama valores occidentales: malo es el consumismo capitalista, pero peor, por ejemplo, la homosexualidad. Lo piensa Putin y lo piensa su consejero espiritual, el Patriarca Kirill, máximo representante de la Iglesia Ortodoxa de Rusia. En lo que antes fue la Unión Soviética la religión importa mucho (Lenin aún se estará revolviendo en su tumba).
Líderes que se retroalimentan
El discurso del uno alimenta al del otro; el poder de uno ayuda al poder del otro; y viceversa. De modo que cuando finalmente Kirill se ha pronunciado sobre la invasión rusa de Ucrania, lo ha hecho para defenderla. En un sermón pronunciado ayer, Domingo del Perdón que abre la Cuaresma en Rusia, el patriarca habló de la guerra como una lucha contra la promoción de modelos de vida pecaminosos contrarios a la tradición cristiana.
«Que Dios nos proteja de que la actual situación en Ucrania se utilice de modo que prevalezcan las fuerzas del mal»
Para Kirill, el «estallido de las hostilidades» se produjo después de que «durante ocho años ha habido intentos de destruir lo que existe en el Donbás. En su opinión, «hoy hay una prueba de lealtad a este gobierno, una especie de transición a ese mundo ‘feliz’, el mundo del consumo excesivo, el mundo de la ‘libertad’ visible. ¿Sabes cuál es esa prueba? simple y a la vez terrible: un desfile gay», dijo ante los fieles.
De modo que el patriarca sigue muy lejos de condenar la invasión. De hecho, en su inicio, Kirill ya habló de fuerzas del mal: «Que Dios nos proteja de que la actual situación política en Ucrania, país hermano que nos es cercano, se utilice de modo que prevalezcan las fuerzas del mal». Así se expresó en el sermón del domingo 27 de febrero. Esas «fuerzas del mal» serían las que «combaten la unidad» de la iglesia ortodoxa rusa en la Rus medieval, antepasado de la unidad de Rusia, Ucrania y Bielorrusia.
Manga ancha a la expansión de la iglesia
Putin y Kirill se retroalimentan. El presidente ruso lo hace con millones (a modo de ejemplo, en 2016 el Estado financió a la iglesa ortodoxa con cerca de 30 millones de euros) y protagonismo (la iglesia está presente en cada vez más contextos y no sólo simbólicos), es decir, influencia. El patriarca, a cambio, aporta sus sermones, o sea, valida cada domingo la figura y el inmenso poder del líder ruso.
«Me echan en cara que estoy demasiado presente, pero yo considero que no puedo actuar de otra forma», dijo Kirill hace tres años. Estar presente es tanto como acumular poder. El patriarca es desde hace tiempo un nuevo actor en las relaciones internacionales de Rusia.
«Putin ha dado manga ancha para la expansión de la Iglesia ortodoxa en todo el país. Los valores que pregona la ortodoxia casan con la perspectiva cultural y nacional que el Gobierno ruso ha adoptado frente a los “valores occidentales”. Esa alianza ha beneficiado a ambas partes», resume Oleg Lukín, experto en el espacio cultural postsoviético en El orden mundial.
«Lo que hace Rusia es reconstruirse y regresar a la escena internacional pasando por la cultura ortodoxa, que es su sello principal de identidad»
El sociólogo de las religiones, Alexander Agadjanian, decía en el documental Dios salve a Rusia que Putin y Kirill «saben que se necesitan el uno al otro». Porque el patriarca también es ambicioso; cuanto más crezca Rusia, más crecerá su iglesia.
En palabras de Jean Françoise Colosimo, «el proyecto de Kirill pasa por convertir a la iglesia ortodoxa rusa en una potencia universal». En el mencionado reportaje, este historiador y teólogo ortodoxo insistía en la idea de la retroalimentación: «Lo que hace Rusia es reconstruirse y regresar a la escena internacional pasando por la cultura ortodoxa, que es su sello principal de identidad».
Justo al iniciarse la invasión rusa de Ucrania, Kirill se presentó «como patriarca de todas las Rusias, como primado de una Iglesia cuyos fieles se encuentran tanto en Rusia como en Ucrania y en otros países». Todos bajo un mismo yugo. Es justo lo mismo que pretende conseguir Putin; ya no la vieja URSS sino la medieval Rus.