En estos días, durante la Navidad, hemos podido experimentar que la esencia del cristianismo está en el amor. ¿Por qué? El cristianismo no trae un mensaje cualquiera; no nos invita a hacer luchas de unos contra otros, pues no se trata de combates políticos. Jesús nos alienta a vivir con todas las consecuencias el encuentro con Dios, con un Dios que se hace hombre, con un Dios vivo y verdadero que nos llena de esperanza, que transforma nuestra existencia desde dentro de la vida y en medio del mundo.
Qué hondura tiene la carta de san Pablo a Filemón. Cuando devuelve el esclavo a su dueño, lo hace con una súplica: «Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión, […]. Te lo envío como a hijo. […] Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido […]» (Flm 1, 10-16). Es maravilloso ver a hombres que antes se relacionaban entre sí como dueños y esclavos y que, al hacerse cristianos y miembros de la Iglesia, se convierten en hermanos los unos de los otros.
Dios se hace presente entre nosotros. En este tiempo de la Navidad hemos vivido y celebrado esta realidad: Dios con nosotros, Dios entre nosotros. La gran novedad que vivimos los cristianos es que Dios se ha manifestado entre nosotros, se hace presente. Y nuestra misión es llevar esta noticia a todos los hombres: Dios se ha revelado, se hace presente, se hace hombre.
El cristianismo es portador de un mensaje luminoso sobre la verdad del hombre. El Señor ha querido depositar este tesoro en la Iglesia para que se lo comunique a todas las personas. La vida cambia cuando tenemos los sentimientos de Jesús, cuando dejamos de considerar el poder, la riqueza o el prestigio como los grandes valores. En estos días pasados se nos ha invitado a abrir nuestra vida y nuestro corazón a Jesucristo, a abrirnos en confianza absoluta a Él, a ser libres con la libertad que Él nos da y nos ofrece, a vivir con sus sentimientos cada día en medio del mundo, en las situaciones concretas que vivamos.
Para cada uno de nosotros es clave aquello que decía san Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). En estas palabras encontré siempre el corazón de la fe cristiana. Son palabras que nos ofrecen la imagen cristiana de Dios y también la imagen del hombre y el camino que tiene que recorrer.
Imagínate viviendo y expresando la opción que ha de ser fundamental en nuestra vida: «Hemos creído en el amor de Dios». No es una decisión ética ni pasa por tener grandes ideas. Has tenido un encuentro con Jesucristo. Este encuentro te ha dado un nuevo horizonte para la vida, es más, te ha dado una orientación que es decisiva en tu existencia. En lo más hondo de tu ser, en esa interioridad rica y fecunda como discípulo de Jesucristo que te fue donada por el sacramento del Bautismo y de la Confirmación, estás situado en una relación original con el Señor: no solamente eres imagen, eres hijo de Dios.