Después de la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y su aparición en varias ocasiones a sus apóstoles, lo mismo que a centenares de personas que con certeza supieron atestiguarlo, el día de su ascensión a su Reino a integrarse al sacrosanto misterio de Dios, trino y uno, luego de recomendar a sus apóstoles que se amaran como ÉL los había amado y fuesen por todo el mundo y proclamasen el Evangelio; les prometió que para estar siempre con ellos les mandaría al Espíritu Santo.
Si a cabalidad tratamos de cumplir sus mandatos, haciendo lo posible para vivir como auténticos cristianos, su promesa de estar siempre con nosotros, como todo lo suyo es auténtico, como fue públicamente comprobado con las primeras comunidades cristianas, que se hizo notorio ante la presencia de varias nacionalidades y de distintos lenguajes; y que la Iglesia católica en su liturgia eclesial la ha denominado como la solemnidad de Pentecostés.
Ha sido una comprobación efectiva de la presencia del Espíritu Santo, que todos los que somos bautizados recibimos como cristianos y que los que tratamos de vivir a plenitud nuestra doctrina, siempre cumpliendo como siempre su promesa, para orientarnos en todas nuestras actitudes físicas y espirituales, guiándonos lo llevamos con nosotros siendo el insigne compañero que El Señor por el camino de la salvación; y que nuestra vida terrena, vaya acoplada para, a su tiempo entrar al Reino Celestial.
Si los cristianos siguiéramos ese postrer mandamiento de amarnos unos a otros, como Él nos ha amado y tratáramos de llevar su mensaje Evangélico a todos los lugares que podemos ir, en todo el orbe habría mejor entendimiento, más comprensión, menos corrupción y en general menos maldad. Las guerras y los homicidios, que nunca tienen razón de ser, poco a poco menguarían; porque si tratamos de ser cristianos y proclamamos con ardor y amor dicha doctrina, sería para todos un continuo pentecostés…