Cuando Donald Trump anunció que EEUU reconocería a la ciudad de Jerusalén como la capital de Israel y que trasladaría la embajada estadounidense desde Tel Aviv a esa localidad, el primer ministro israelí —Benjamín Netanyahu— estaba exultante. También estuvieron eufóricos los líderes políticos israelíes de tendencia derechista y muchos (pero no todos) los cristianos evangélicos en EEUU (aproximadamente un tercio de ellos creen en la idea teológica del arrebatamiento o rapto que requiere una capital judía en Jerusalén). A mediados de diciembre, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y una gran mayoría de los miembros de la ONU condenaron el cambio. También lo condenó el liderazgo palestino, el cual considera al mayoritariamente palestino Jerusalén Este como la capital de su futuro estado.
Así son los puntos de vistas políticos de los órganos gubernamentales y de los líderes. ¿Pero cambiará algo significativo en Jerusalén el anuncio de Trump? En el corto plazo inmediato, realmente no lo hará: el traslado de la embajada estadounidense tomará años para que suceda. Pero, a largo plazo, el cambio podría empezar a cambiar la composición de la ciudad al alentar a Israel a seguir apoderándose de —y asentándose en— la tierra de Jerusalén Este y en Cisjordania.
“El anuncio de Trump consolida los apoderamientos de tierra por Israel y es probable que veamos más de estos que en el pasado”, dijo Zena Agha, académica de origen palestino e iraquí que ha estudiado la planificación urbana en Jerusalén. De hecho, dos días después de la decisión de Trump, Yoav Galant —el ministro de Construcción de Israel— anunció planes para construir 14,000 nuevas unidades de asentamiento “en respuesta a la decisión histórica del presidente Trump”. 7,000 de esas unidades estarían en Jerusalén Este, donde hoy viven unos 370,000 palestinos y 280,000 colonos israelíes. En total, más de medio millón de colonos judíos viven el Cisjordania.
Para entender por qué Jerusalén Este y sus alrededores son tan críticos para el destino de proceso de paz entre los israelíes y los palestinos, he aquí unos cuantos antecedentes históricos: después de la guerra árabe-israelí de 1948, Israel capturó a Jerusalén Oeste, mientras que Jordania controló a Jerusalén Este y la Cisjordania adyacente. Jordania perdió estos territorios a Israel después de una guerra en 1967. Si bien una resolución de la ONU le exigió a Israel que regresara este territorio a cambio de paz con sus vecinos, Israel en vez anexó a Jerusalén Este y partes de Cisjordania y empezó a construir asentamientos judíos en ellos, una medida que fue considerada ilegal por la comunidad internacional, la cual no reconoce a Jerusalén Este como parte de Israel. Pese a esto, en 1980 Israel declaró que la ciudad completa (tanto Este como Oeste) era su capital.
En fin: Israel quiere a todo Jerusalén mientras que el liderazgo palestino considera a Jerusalén Este como su futura capital. Es por eso que la declaración de Trump resultó tan contenciosa, incluso si él evitó utilizar la palabra ‘unida’ al describir a Jerusalén como la capital de Israel.
Un corredor de tierra que ahora es el foco de atención renovada es el llamado pasillo E1, un área de aproximadamente 4.4 millas cuadradas (11.3 kilómetros cuadrados) que queda entre Jerusalén Este y el asentamiento israelí de Ma’ale Adumim. Este paisaje de arena y lomas —el cual está salpicado de aldeas beduinas y otras pequeñas comunidades palestinas— es un pedazo particularmente estratégico de tierra cisjordana. Hace mucho tiempo Israel ha tenido el propósito de incorporar a E1 y asentamientos cercanos al Gran Jerusalén. Hacer esto crearía una mayoría judía en Jerusalén, lo cual aseguraría su estatus como “la capital unida del pueblo judío”. Eso también podría traducirse en el fin de la llamada‘solución de dos estados’: “Se dividiría a Cisjordania a la mitad, haciendo que un estado contiguo palestino sea imposible”, dijo Agha.
Nur Arafeh —analista de políticas que creció en Jerusalén Este— agregó que tal medida “ignora el derecho de los palestinos a la ciudad y a la autodeterminación”.
Hasta la fecha, la presión de EEUU y de otros estados ha obligado a Israel a posponer sus planes para construir asentamientos en E1. Pero Israel ha estado poniendo los cimientos para hacer esto de manera discreta al construir vías, una estación de policía y una presa en el área. Tras el anuncio de Trump, el gobierno quizás se sienta envalentonado para avanzar en serio.
La construcción en E1 desplazaría a los beduinos. Por ejemplo, Khan Al-Ahmar —una aldea beduina en el pasillo que queda cerca de Ma’ale Adumim— ha estado luchando contra órdenes de demolición emitidas por Israel desde hace años y ahora la aldea está programada para ser destruida en 2018. Se trasladaría a sus residentes a un área menos estratégica — cerca de un vertedero en el pueblo palestino de Abu Dis— la cual es una opción que la aldea rechaza. Las aldeas beduinas como Khan Al-Ahmar se encuentran por toda Cisjordania e Israel, e Israel no les permite acceso a la electricidad ni a otros servicios. Las autoridades israelíes hasta confiscaron paneles solares que una organización no gubernamental había donado a Khan Al-Ahmar en 2016. El mes pasado, diez senadores demócratas leescribieron a Netanyahu para pedirle que detuviera la demolición de la aldea.
Una incautación israelí de E1 también afectaría a las vidas de los palestinos de Jerusalén Este. Actualmente los puestos de control y la barrera de separación de Israel hacen que los traslados de los palestinos dentro y fuera de Jerusalén Este sean arduos, tanto para los que viven allá como para los que desean entrar allá desde Cisjordania. “Los asentamientos en E1 haría que entrar y salir de Jerusalén Este sea todavía más difícil —dijo Agha— al incrementar la seguridad israelí y las restricciones sobre el traslado”.
Es probable que lo próximo que sucederá en E1 será un barómetro de lo que sucederá en el futuro: “Todas las miradas se deben centrar en este pasillo”, dijo Agha.