Así por ejemplo el 21 de marzo de 2014 cuando pedía orar por la conversión de los corruptos y dirigiéndose a estos les advirtió: “Todavía tenéis tiempo para no acabar en el infierno. Es lo que os espera si continuáis por este camino”. Con mayor ahínco y crudeza unos meses después, el 17 de junio de 2014 reiteró sobre los corruptos el Pontífice: “Como cristianos nuestro deber es pedir perdón por ellos y pedir que el Señor les dé la gracia de arrepentirse para que no mueran con el corazón corrupto, porque si no los perros del infierno se beberán su sangre”.
Sin embargo, son demasiados los cristianos -incluso algunos sacerdotes católicos- que promueven el error pues relativizan o directamente niegan la existencia de los demonios y del infierno. Por ello el interés de Portaluz en reproducir la siguiente entrevista que revista Presenciarealizó al licenciado en teología dogmática, el sacerdote mexicano Ramiro Rochín (imagen adjunta), párroco en la Parroquia de Santa Cecilia (diócesis de Ciudad Juárez).
¿Qué es el Infierno?
Es lo peor que le puede pasar a una persona, es la condenación eterna, es el fracaso total de una existencia humana. Es lo que ocurre cuando una persona muere en pecado mortal. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1033, lo dice así: “Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra: infierno”.
¿Se puede vivir una “antesala” del Infierno en la vida?
Yo creo que, siendo rigurosos, esto es sólo una manera de hablar, porque cualquier persona que experimente una situación terrible en este mundo, como desesperación, depresión aguda, falta de sentido en su vida, dolores intensos, locura suicida o cosas semejantes, por más terribles que puedan ser, al mismo tiempo han de ser muy poca cosa con lo que ha de ser el infierno en sí. Es decir, en esta vida siempre estamos rodeados del amor y de la presencia de Dios, incluso si estamos en pecado grave; en cambio, el Infierno es la “autoexclusión definitiva” de esta presencia de nuestro Dios. Nada más de pensar esto se siente un miedo terrible, un temblor del corazón.
¿Hay situaciones que pensamos que son el Infierno y no lo son? ¿Puede explicarnos por qué confundimos?
Los seres humanos somos muy buenos para hablar así nada más, y habrá algunos que incluso a cualquier problemita que pasen le llamen un “infierno”. Por ejemplo, una de las características más terribles del infierno es que en ese estado ya no hay esperanza. Dice el Catecismo de la Iglesia: “La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios” (número 1035). ¡Traten de imaginar eso! La persona en el Infierno sabe que estará así para siempre, para toda la eternidad. En cambio, en esta vida siempre hay esperanza: incluso una enfermedad, vivida cristianamente, se transforma en una bendición, y lo mismo podemos decir de todas las situaciones difíciles (persecuciones, injusticias, humillaciones, etc.). De hecho, la misma muerte (aunque sea violenta e injusta en algunos casos), para el cristiano fiel, es un momento de victoria y alegría, porque se encuentra por fin, cara a cara, con Nuestro Señor Jesucristo. De hecho, hasta el peor caso que se pueda imaginar, como por ejemplo un ser humano alejado De Dios, pecador empedernido, que vive con tristeza, desesperación y amargura los momentos difíciles de la vida, tristemente comprobará que eso era una nada en comparación con el Infierno verdadero.
Tristemente ha habido teólogos que han defendido estas posturas. Pero esto es un error muy grave, pues sería cambiar lo que siempre hemos creído los cristianos. Sería cambiar las mismas enseñanzas de Jesús en el Evangelio, pues Él habla muchas veces de ese lugar de castigo eterno (usa expresiones como “fuego inextinguible”, o donde “el gusano no muere”). Sería también una falta de respeto de Dios a la misma libertad que Él le ha dado a los hombres: ¿Si alguien decide apartarse para siempre de Dios, y esto está implícito en todo aquél que muere en pecado mortal, es que Dios va a llevar a esa persona al cielo a pesar de esa decisión? Además, sería también negar la perfección de Dios, pues Él es infinitamente justo: ¿Es que alguien que muere en pecado mortal, que ha rechazado el infinito amor de Dios, no va a recibir lo que merecen sus acciones? Sería también negar tantas experiencias de los santos que han recibido una revelación especial sobre la existencia del infierno (como San Juan Bosco, Santa Faustina Kowalska, o la visión del infierno que tuvieron los pastorcitos de Fátima y que la Virgen María les reveló). En fin, de cualquier manera, ya el Papa Benedicto XVI dejó zanjada esta cuestión, como recordarán muchos, cuando hace unos años dijo, refiriéndose a estas posturas teológicas: “El infierno existe, y no está vacío”.
¿Cómo podemos ayudarnos y ayudar a los demás a no ir al Infierno?
Pues hay que pensar de vez en cuando en el Infierno, y tenerle un sano temor, pues así nos lo da a entender Nuestro Señor (cf. Lc 12, 5), porque a veces, por nuestra propia naturaleza caída, cuando no nos mueve el amor a Dios, el miedo al Infierno nos hace portarnos bien. Y por supuesto, no puedo dejar de mencionar el mensaje que nos deja la Virgen María, en sus apariciones de Fátima, en 1917, donde les muestra a los pastorcitos videntes, que muchas almas van al Infierno, y que les pide que se hagan muchas oraciones y sacrificios para ofrecerlos por los que están en peligro de condenarse por sus pecados.
¿Cuál es su mensaje a la comunidad sobre este tema?
Noto que, en la locura de nuestros tiempos, mucha gente se cree muy lista o “sofisticada”, o “gente de mundo” o cosas por el estilo y, cuando se hablan de cosas como el Infierno, hacen una cara como de absurdo y se encogen de hombros, como diciendo que esas son supersticiones ya superadas, que por supuesto, ellos, que son tan inteligentes, ni las consideran. Yo sólo digo que prefiero creerle a Jesucristo, a los santos, a la Iglesia Católica y al sentido común; y que mejor prefiero creer que el Infierno sí existe y cuidarme mucho, con la ayuda de Dios y de la Virgen, de no caer en él. Sería triste comprobar que el Infierno, a final de cuentas, sí existe, comprobándolo de primera mano, ¿no creen? ¡Que Dios los bendiga a todos!