El horizonte uniforme de casas bajas de Ankawa sólo se ve salpicado por las iglesias que pueblan esta localidad. Este barrio de mayoría cristiana en la ciudad de Erbil, la principal metrópolis de la región kurda de Irak, ha visto como su población se multiplicaba en los últimos años.
Antes de 2003, fecha de la invasión estadounidense, se calculaban en 10.000 el número de residentes. Ahora, las estimaciones ascienden a varias decenas de miles, un incremento que se ha producido gracias al influjo de cristianos de otras partes de Irak. Un aumento que se aceleró a partir de 2014, año en que el Estado Islámico tomó control de gran parte de la provincia de Niniveh.
Uno de ellos es Hadan. Cuando ISIS entró en su localidad natal de Al-Qaraqosh, marchó junto con su mujer y con su suegra con lo puesto. Como la mayoría de los demás habitantes, abandonó casa, coche y pertenencias en manos de los fundamentalistas y se instaló en Ankawa.
“Aquí nos acogieron bien, pero la vida es difícil” explica desde el tenderete instalado sobre la acero en el que vende ropa. Como otros refugiados, sobrevive con cualquier trabajo que le reporte algo de ganancias.
Hadan proviene del Valle de Niniveh, el único territorio que era de mayoría cristiana antes que la llegada de ISIS en 2014 convirtiera sus localidades en pueblos fantasma. Hogar de múltiples confesiones -caldea, sirio-católica, asiria-, el cristianismo llegó a esta llanura de la Alta Mesopotamia en el siglo primero, y la presencia de sus fieles allí fue ininterrumpida hasta su expulsión hace casi tres años.
Niniveh “ha dejado una huella muy importante dentro de la historia del cristianismo” asegura el sacerdote Thierry, de la iglesia asiria católica de Mar Elias. Muestra de ello es su presencia en el Antiguo Testamento.
Nubes en el horizonte
No todos en Ankawa han vivido la penosa experiencia del conflicto. Sus residentes viven en la región autónoma kurda, un territorio que ha evitado los principales estallidos de violencia que han sacudido el país desde 2003, y cuyos milicianos han combatido con eficacia cualquier intento de infiltración del Estado Islámico.
“¿Por qué me voy querer a ir?” se pregunta Warda, vendedor en un ultramarinos. “La situación económica es un poco difícil, sí, pero aquí tengo familia, amigos, y es el sitio donde he crecido y puedo vivir”.
Un optimismo que no comparte el sacerdote Thierry. “Después de todos estos eventos tristes, la idea de dejar el país es mucho más profunda, y la gente prefiere dejar Irak y encontrar refugio en EEUU, Europa, Australia”. No dice que vivir en Irak sea imposible pero sí muy difícil, y culpa en parte a la comunidad internacional por no ofrecer alternativas mientras hace la guerra. “La comunidad global no ha hecho nada a este respecto, porque no se trata sólo de hacer la guerra, de vencer la organización fundamentalista. Hay que hacer otras cosas para después de la guerra, o durante la guerra, dar algunas señales a la gente para posibilitar que se puedan quedar.”
Pero en esta región estable, nuevas fuentes de inestabilidad aparecen en el horizonte. La región kurda ganó autonomía todavía bajo el gobierno de Sadam Hussein, cuando los Estados Unidos forzaron la creación de una zona de exclusión aérea durante la primera guerra del Golfo.
Los enfrentamientos entre las fuerzas kurdas y el ejército iraquí derivaron entonces en un acuerdo de autonomía, un poder que ha ido creciendo desde entonces. “Ahora los kurdos hablan de un referéndum para la independencia. ¿Qué haremos? ¿De qué lado debemos estar? Nuestros políticos [cristianos] están un poco confusos. No se trata aquí de ser optimistas, sino realistas” dice resignado Thierry.
Un realidad que en Irak, tierra donde el cristianismo está presente casi desde su concepción, dichos fieles sueñan cada vez más con el billete de ida hacia Europa o los Estados Unidos.