«Debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto» (mensaje del Papa Francisco para la celebración de la 53ª Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2020).
El Papa está convencido de que no solo los creyentes, sino también todas las personas de buena voluntad, saben cuán necesario es hoy en el mundo en que vivimos el diálogo en todas sus formas. Religiones y culturas se enfrentan al desafío de sacar a la luz todo lo que es pacífico en ellas y difundirlo en el mundo. El diálogo interreligioso no es un lujo. Al contrario, es algo necesario y esencial al servicio del bien común y para el bien de la humanidad herida.
Este año, los viajes a los Emiratos Árabes Unidos y a Marruecos, el documento sobre la Fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado por el Papa Francisco y el gran imán Ahmed al-Tayyeb en Abu Dabi el 4 de febrero, y el último viaje del Papa Francisco a Tailandia y Japón, fueron la base de un paso más en el camino del diálogo interreligioso: el de la fraternidad humana.
El documento de Abu Dabi es un texto histórico para los creyentes de las distintas religiones, como también para todas las personas de buena voluntad. Interpela e implica a toda la familia humana.
En el viaje apostólico a Tailandia y Japón (19-26 de noviembre de 2019), el Papa Francisco invitó a las tradiciones religiosas a compartir los valores del documento de Abu Dabi. Esto muestra cómo su contenido se está abriendo camino cada vez más entre otras tradiciones religiosas, más allá de las relaciones entre cristianos y musulmanes, ya que su mensaje es universal y no limitado en el espacio ni en el tiempo. La declaración subraya la necesidad de pasar de la mera tolerancia a la convivencia fraterna.
Creo que, practicando en la libertad y en el respeto del derecho todo lo que la mayoría de las religiones tienen en común –oración, ayuno, limosna, peregrinación, etc.– demostraremos que los creyentes somos un factor de paz para las sociedades humanas y responderemos a quienes injustamente acusan a las religiones de fomentar odio y ser causa de la violencia.
Mi predecesor, el difunto cardenal Jean-Louis Tauran, estaba convencido de que «las religiones no son el problema, sino parte de la solución de lo que ocurre actualmente en el mundo» ( Je crois en l’homme, Bayard, 2016). Él se entregó de lleno a promover el diálogo con las diferentes tradiciones religiosas, no para reafirmar los puntos ya en común, sino para buscar y construir otros nuevos.
De hecho, si Dios es el Creador de todo y de todos, nosotros somos miembros de una única familia y, por lo tanto, debemos reconocernos como tales. Este es el criterio fundamental que nos ofrece la fe para promover la convivencia humana: interpretar las diferencias que existen entre nosotros y dar soluciones a los conflictos.
Por eso, mirando hacia el futuro, debemos tomar conciencia de que las religiones no deben encerrarse en sí mismas sino que, como creyentes y permaneciendo bien enraizados en nuestra propia identidad, tenemos que disponernos, a pesar de nuestras diferencias y junto a todas las personas de buena voluntad, a recorrer el camino de la fraternidad humana.
Cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, MCCJ
Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso