El Papa Francisco ha vuelto a poner el dedo en la llaga que más le duele a los cristianos para lamentar la realidad de una iglesia «polarizada», con obispos enfrentados y «trincheras ideológicas», más importantes que las propias enseñanzas de Jesús en el evangelio.
«Causa tristeza cuando nos dividimos porque, en vez de jugar en equipo, jugamos al juego del enemigo: obispos desconectados entre sí, sacerdotes en tensión con el obispo, sacerdotes mayores en conflicto con los más jóvenes, diocesanos con religiosos, presbíteros con laicos, latinos con griegos; nos polarizamos en temas que afectan a la vida de la Iglesia, pero también en aspectos políticos y sociales, atrincherándonos en posiciones ideológicas», ha lamentado uno de los sucesores de Pedro que más sufre en sus carnes la batalla dialéctica de los fieles, enfrentados entre sí y contra la palabra del mismo Papa, al que acusan de comunista, hereje y de entregar la Iglesia al mundo y a la Agenda 2030.
Una división desde el origen
Francisco no ha dicho nada nuevo con estas palabras, ni ha desvelado algo que los propios cristianos desconozcan. Desde el principio, cuando Jesús sale a los caminos de Galilea, se da este hecho de la división y del encontronazo en la interpretación de los gestos y las palabras de aquel misterioso hombre.
El relato del evangelio no censura la aparición de esas interpretaciones de los mismos apóstoles; de hecho, indica cuál es el origen de esos enfrentamientos:
El poder y la gloria
- En Mc 9, 33-34, el evangelista señala «Y entraron en Cafarnaúm. Estando ya en la casa, él les preguntó de qué iban discutiendo por el camino. Se quedaron callados, porque por el camino habían estado discutiendo entre ellos sobre quién era el mayor».
- En Mc 10,35-37 «Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos. ¿Qué queréis que haga por vosotros?, les preguntó él. Ellos le contestaron: Concédenos sentarnos contigo, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».
- La misma noche de la última cena, después de ser los protagonistas del lavatorio de los pies, Lc 22, 24 señala que «entonces también surgió una fuerte discusión entre los discípulos sobre quién de ellos era considerado el mayor».
Tentación farisaica
En los apóstoles se da la tentación del poder y la de querer ser los primeros en la misión; hecho que, inevitablemente convierte al compañero de aventura en un enemigo sobre el que imponerse. Es la misma tentación farisaica de la pureza y del sentirse y comportarse como si se fuera mejor (más puro) que los demás. La misma tentación que sucede dos mil años después, a la hora de juzgar la vida actual de la Iglesia, como un enfrentamiento entre discípulos autoproclamados como «el mayor», o como el verdadero y absoluto intérprete de la verdad. Una verdad que, a juicio del propio Benedicto XVI, no es una verdad que nos pertenece, sino «que nosotros le pertenecemos a ella».
La respuesta de Jesús
¿Cuál es la respuesta de Jesús a esta tentación?
En el mismo pasaje de Mc 10,35-52, el propio Jesús da la respuesta que luego se hará radical con su propia entrega a la justicia humana de la cruz:
«Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Quién polariza
Quién pretende ser el primero, el más justo, el defensor último de las verdades interpretadas de un modo abstracto, según la reacción de los apóstoles, deja de ver en el otro a un hermano, para convertirlo en un competidor; en alguien a quien vencer a fuerza de dialéctica y enfrentamiento para alcanzar el poder e imponer la pureza. En este sentido, la comunión de la Iglesia, su unidad, no puede romperse ya que el propio Jesús la suscita y la sostiene. Sin embargo, en la libertad vertiginosa de cada creyente, ayer y hoy, sigue aconteciendo la lucha entre abrazar ese don de la comunión, o convertirse en el diablo que le propone a Jesús «todos los poderes de la tierra», pero sólo es «el acusador de los hermanos» que cae vencido en Ap 12, 10.