Era un día nublado en todos los sentidos posibles, mi alma desfallecía y mis ánimos estaban bajos como nunca antes habían estado, las cosas no resultaban, los ingresos financieros escaseaban y peor aún, las voces de derrota sonaban fuerte en mi cabeza. Entonces hice lo más sabio que en aquella ocasión se me ocurrió hacer, salí a caminar para hablar con Dios. Así lo hice, caminé, oré, lloré y me aferré a Él cual náufrago a su balsa en me dio del mar violento…, tal era mi angustia.

Cuando se hizo de noche tomé mi Biblia ––fiel compañera que siempre está en mi velador––. La abrí y me puse a leer, aunque sin ganas y totalmente desesperanzado. Leí, leí y leí (como queriendo ahogar mis penas en sus páginas), mi lectura se concentraba en la historia de la liberación de Jerusalén por manos de Dios en tiempos del rey Ezequías. De pronto un versículo llamó mi atención, unas líneas que no entendí pero sabía que el Señor algo quería decirme, ¡era Isaías hablando a mi corazón! Tomé mi lápiz rojo y subrayé el mensaje que había recibido, mensaje que se transformó en un rhema que hoy comparto con aquellos que transitan los desiertos de la vida y que necesitan el agua fresca del Espíritu.

«Ésta será una señal de lo que va a suceder: este año y el siguiente comerán ustedes el trigo que nace por sí solo, pero al tercer año podrán sembrar y cosechar, plantar viñedos y comer de sus frutos» (Isaías 37:30).

Un Poquito de Historia

Fue en el año décimo cuarto del reinado de Ezequías cuando Senaquerib hijo de Sargón II de Asiria “subió contra todas las ciudades fortificadas de Judá y procedió a apoderarse de ellas” (durante dos años el reino del sur fue sitiado). Ezequías quiso evitar el desastre y pagó al cruel asirio 300 talentos de plata, casi dos millones de dólares; y 30 talentos de oro, unos once millones de dólares (2ª Reyes 18:13-16) con tal de que se alejara del país. Pero esto sirvió sólo para detener momentáneamente la conquista, Senaquerib quería poseer Jerusalén a toda costa. Fue así que envió un gran ejército para sitiar la Ciudad y con ellos iba un vocero cuyo propósito era entregarle un mensaje a Ezequías, mensaje de burla contra Jehová y de amenaza contra el rey. Senaquerib quería amedrentar al pueblo, a los ministros de gobierno y los residentes de palacio, ¡y lo consiguió! El vocero asirio gritó a todo pulmón que la derrota de los judíos estaba cerca (2ª Reyes 18:13-35; 2ª Crónicas 32:9-15; Isaías 36:2-20). El rey Ezequías fue informado de esto lo que causó en él gran angustia, “fue entonces al templo de Dios donde rasgó sus vestiduras, extendió la carta de amenaza que Senaquerib le había enviado, leyó el oficio delante de la presencia de Jehová y oró” (2ª Reyes 19:8-34; Isaías 37:8-15). Corría el año 732 a.C.

Fue después de esta oración donde Jehová el Señor le respondió a Ezequías diciéndole que no se preocupara, que Senaquerib iba a morir y que su ejército se retiraría de Jerusalén, cosa que ocurrió según los registros bíblicos de Isaías 37:36-38 y 2ª Crónicas 32:21, aunque para esto debieron pasar algunos años.

En la respuesta que Dios le dio a Ezequías por medio del profeta Isaías hay un pasaje que llamó mi atención, me refiero al “rhema” que recibí y del cual les hablé en párrafos anteriores, me refiero a Isaías 37:30.

¿A qué se Refiere Exegéticamente?

La exégesis bíblica es la ciencia que intenta descifrar lo que los autores sagrados quisieron decir en el tiempo y contexto que plasmaron sus escritos. La exégesis es una disciplina fiel, vale decir, expone tal cual lo que el autor dijo, no interpreta el mensaje ––eso corresponde a la hermenéutica––. Con esta breve explicación expongo entonces lo que Isaías escribió en la cita mencionada (37:30): “Se trata de una profecía donde Dios le dice a Ezequías que los judíos sobrevivirían al sitio que Senaquerib les había impuesto, el cual duraría dos años pero que en el tercero verían la gloria de Él. Recién el tercer año serían liberados de la opresión asiria, si bien los dos primeros años pasarían angustias en el tercero disfrutarían de paz, prosperidad, abundancia…, ¡y así fue!”

Mi RHEMA

Cuando investigué en detalle la historia del pasaje, la cual he expuesto muy brevemente a fin de no cansarles con datos históricos, biográficos y demás, mi corazón se estremeció porque entendí muy bien lo que estaba ocurriendo conmigo: ¡ESTABA SITIADO! (el sitio es una estrategia militar de tiempos antiguos que consiste en bloquear todos los puntos de acceso de una ciudad, nada entra y nada sale, es “rodear para matar de hambre, desespero y angustia a sus habitantes”).

  • Entendí que todo proyecto por más bueno que sea tiene enemigos, y que al igual que los judíos cuyo adversario fue Senaquerib, a mí se me oponía “un enemigo formidable”.
  • Entendí que mis pensamientos negativos, mis palabras de auto-derrota y algunas malas gestiones hicieron que yo mismo me pusiera en un estado de sitio del cual no podía salir (me estaba matando de hambre, angustia, desespero).
  • Entendí que si bien este sitio era desesperante ––no habían resultados, las cosas no salían, no tenía dinero y yo me culpaba en demasía––, era parte del guión de la vida, que nada nuevo ocurría debajo del sol, es decir, que lo mismo que yo estaba viviendo ya otros emprendedores lo habían vivido y quizá muchos de los que me están leyendo lo están viviendo aún. ¡Todo proyecto para ver la gloria debe pasar por un estado de sitio!
  • Entendí que los dos años en que “sólo comí el trigo que brotaba naturalmente en el campo” eran mis escasos resultados (pocas ventas, pocas invitaciones a dar seminarios, escasísimos contactos, yo era muy poco conocido y no creía en mí); pero que aún así estos raquíticos resultados me sirvieron para no morirme de hambre y sostener a mi familia. Entonces agradecí por ese “escaso trigo”, porque sin él el sitio nos habría derrotado.
  • Entendí también que Dios me estaba dando una palabra de alivio, una palabra de consuelo para mi alma afligida: “pero al tercer año podrán sembrar y cosechar, plantar viñedos y comer de sus frutos”. El Señor me decía que el sitio llegaría a su fin, que la recompensa no tardaría en llegar y que después del esfuerzo viene el fruto…, ¡comeríamos de nuestra propia viña! O sea, que todo lo sembrado brotaría y que disfrutaríamos los beneficios de nuestra perseverancia…, ¡así es la vida! 

Esa noche ––04 de noviembre del 2015–– mi alma lloró, allí en mi cuarto de oración las lágrimas brotaron como manantial sin fin. No me contuve, NO, me derramé como nunca antes lo había hecho porque comprendí que Senaquerib no podría derrotarme, comprendí que si recurro a Dios, si persevero en el trabajo y agradezco mis resultados, aunque estos sean escasos, tarde o temprano me sentaré debajo de mi viña, gozaré de su sombra y del dulzor de sus uvas. Por último el Espíritu me susurró esa noche cuando mis ojos se cerraban para dormir: “el sitio no es para siempre Gabriel, ya sean dos o más años no será para siempre, aguanta que yo me encargaré del asirio”.