Hace un siglo se opusieron al divorcio y la historia los dejó atrás.Hace cinco siglos predicaron que los indios no tenían alma y la historia los dejó atrás.
En su inquisición quemaron a quien dijo que la tierra es redonda y persiguieron a quien dijo que somos hermanos y hermanas de los monos. Hoy esas lecciones se aprenden en todos los colegios, también en los colegios católicos. La historia ha demostrado que estaban equivocados y que cometieron injusticias y crueldades en nombre no de la fe, sino de su poder.
Ahora predican contra la libertad de conciencia de las mujeres y no es que la historia los dejará atrás en este punto, sino que son simplemente retrógradas porque esa libertad las mujeres ya la hemos conquistado y la ejercemos cada día sin ley de por medio.
El fanatismo cristiano-católico es intrínseco a ambas iglesias y a todas las sectas y denominaciones que se proliferan bajo la misma ala, no se trata de algo extremo que se puede evitar; todo lo contrario, se trata de un factor imprescindible de aglutinamiento.
Las iglesias predican sobre la base de dividir a la sociedad entre buenos y malos, sobre la base de dividir a la sociedad entre pecadoras y virtuosas. Y necesitan condenar a quien es diferente, satanizar a maricones y trans, predicar el sometimiento de las mujeres, porque sin esa prédica no tendrían factores de aglutinamiento.
Lo que las iglesias y sectas saben y tapan es que su prédica de perfección construye sótanos llenos de hipocresía y doble moral que ya no tienen cómo tapar. Ese antagonismo entre prédica y realidad es insalvable y no parece tener solución.
Toda su moral niega esa condición tan humana como es el error, la libertad y la contradicción.
Por eso las iglesias y sectas son, en realidad, tan sórdidas y cultivan tanta hipocresía, porque su doctrina ya no tiene pies donde sostenerse.
Por eso los curas y precisamente los que con más fanatismo predican contra el aborto, lo hacen para desahogar su profunda culpa de haber obligado a alguna amante a abortar cuando eran seminaristas.
Por eso, obispos que predican con fanatismo desde sus púlpitos contra el aborto saben que los sótanos de sus iglesias están sembrados de fetos abortados por monjas sumisas que vivieron en sus embarazos auténticas torturas.
A los pies de los crucifijos en sus camas lo que sucede es algo muy diferente a lo que sucede a los pies de los crucifijos en sus púlpitos de prédica.
Manejan a los y las alumnos de los colegios para llenar sus marchas fanáticas, donde se puede leer frases que legitiman la violación de las mujeres, frases que legitiman el sometimiento de las mujeres. Son marchas masivas que no están llenas de conciencia ni de libertad, sino que están llenas de chantaje y obligatoriedad.
Amenazan porque se consideran un supra Estado que puede presionar.
El Movimiento Al Socialismo ya ha cedido y traicionado a las mujeres, y el artículo que ha salido redactado no despenaliza el aborto, ni reconoce las 12 semanas de embarazo como un tiempo legítimo para que cada mujer pueda decidir en libertad de consciencia, pero igual las iglesias quieren más. Como el asesino que pide más sangre, como el torturador que hace de la tortura su oficio.
No les basta nada, quieren más, quieren atarnos a matrimonios fallidos, quieren condenar el placer y las formas de sexo que no están dirigidas a la reproducción. Quieren hacer un acto de exhibición de presión y poder sobre la sociedad, quieren ignorar que somos un Estado laico y que sus prédicas terminan donde termina el templo. Quieren presionar al Gobierno y probablemente logren hacerlo.
A esta altura de la historia quieren reeditar una nueva inquisición que nos mate en hogueras para intentar, sobre la base del castigo y la satanización, amedrentarnos.
Lo que no nos cansamos de decir es que no lograrán frenar el impulso de la historia, el ímpetu de la libertad y la rebelión de las mujeres. Las beatas que les quedan para rezar el rosario de los sábados son pocas, las mujeres que las sectas cristianas logran aglutinar son mujeres que también, cuando lo necesitan, acuden a un aborto y nosotras lo sabemos, porque somos nosotras quienes hablamos con ellas, no desde el púlpito de condena, sino desde la solidaridad sincera.