El Papa Francisco abrió los fuegos y centró la atención mundial en el desastroso futuro que espera a la humanidad si no rectificamos el rumbo y salvamos al planeta de nuestros propios desmanes. La encíclica Laudato Si urgía a emprender “el cuidado de la casa común”. Su publicación es reconocida como un acontecimiento histórico donde el pontífice envió un fuerte mensaje sobre nuestra responsabilidad moral de cuidar la creación.
El Acuerdo de París, generado dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, establece medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero y recibió un buen espaldarazo con la iniciativa papal que despegó un año antes.
Un verdadero furor mundial se ha desatado por la negativa de Estados Unidos a respaldar el Acuerdo de París. Se han retirado, razón por la cual un coro de voces se ha levantado para denunciar que el país “se desentiende del futuro del planeta”.
Es de esperar que las consecuencias se hagan sentir, también para Estados Unidos, responsable históricamente de haber contribuido más que cualquier otro al calentamiento global y que hoy se mantiene como el segundo emisor de gases de efecto invernadero. Desmarcarse del consenso planetario significará un alto costo. Muchos, en su propio patio, hacen votos porque Trump se percate de algo elemental: si EE UU ignora los problemas del mundo, el mundo terminará por aislarlo.
El asunto es que se trata de un problema va mucho más allá de la respuesta de un país, aunque ese país se llame Estados Unidos de Norteamérica. Todos estamos involucrados porque -sin excepción- somos víctimas reales o potenciales. Cada uno tiene algo que decir y un territorio que salvar. Como observa el análisis de la agencia Reuters, “el cambio climático es ya una amenaza para la seguridad de todos”.
A estas alturas, ya 29 estados americanos han aprobado reducir emisiones y apoyar energías renovables. Grandes -tanto nuevas como tradicionales- empresas, así como gigantes energéticos respaldan abiertamente políticas ambientales responsables. EEUU ya se había retirado en el 2001 del Protocolo de Kyoto, pero hoy la cosa es distinta: nadie piensa que un país, por más poderoso que sea, puede imponer su agenda a un mundo que busca desesperadamente el equilibrio ecológico.
Un editorial del Nuevo Herald de Miami llama la atención sobre un tema de cuidado: EEUU está renunciando a su liderazgo mundial en la batalla contra el calentamiento global y sus devastadoras consecuencias. Señalan a Trump de estar desmontando el orden internacional surgido a raíz de la Segunda Guerra Mundial y abriendo el campo para que China y Rusia llenen el vacío. Y formulan la pregunta mágica: “es eso conveniente para los intereses nacionales de los Estados Unidos?”.
He allí el debate en esta parte del mundo. Pero El Vaticano vuelve a la carga, desde otro frente no menos importante para el medio ambiente: el Papa ha puesto sus ojos en la Amazonia, el gran pulmón americano amenazado desde varios flancos y ya se arma una agenda para un Sínodo en puertas. El pontífice lo sugirió a los obispos peruanos –en visita ad limina en mayo pasado- y ya discurre un debate entre los obispos de la Iglesia Amazónica brasileña donde destaca un punto entre varios ya centrados: la amenaza de destrucción de la selva amazónica.
Tema ineludible es la Protección del Medio Ambiente y de los pueblos que lo habitan. Los proyectos de explotación minera en constante y voraz crecimiento son denunciados en toda la zona, incluyendo el tristemente célebre “Arco Minero” de la Guayana venezolana, denunciado hasta la saciedad por los obispos de los estados selváticos, donde el daño socio-ecológico es incalculable y ante el cual el gobierno mira para otro lado mientras se lucran factores vinculados a la revolución chavista.
Otro ejemplo lo tenemos en la principal mina de oro de Brasil, propiedad de la sociedad minera canadiense Belo Sun, en la localidad de Altamira, Estado de Pará. Allí deforestaron 300 hectáreas, expulsaron 1.320 de sus tierras a los habitantes de dos reservas indígenas y cinco aldeas y donde, igualmente, fuentes de la Iglesia local llaman la atención sobre los desechos químicos – más de 35 millones de metros cúbicos de residuos químicos mineros – que se descargan en el río Xingu. Monseñor Erwin Kräutler, obispo emérito de Xingu (Pará) ha sido enfático en describir la amarga realidad dibujada por las profundas heridas que se están ocasionando al ecosistema: “Los habitantes de la zona saben perfectamente que es absurdo lo que está ocurriendo. Lo que han construido no es otra cosa que un monumento a la locura”.
Lo cierto es que la iniciativa avanza. Hay muchos convencidos de que un Sínodo centrado en la realidad de Amazonia “uniría a la Iglesia indígena y ayudaría enormemente a su misión dentro de su propia realidad”.-