El pasado 4 de julio, durante un discurso en Varsovia, Polonia, el presidente Donald Trump declaró algo que sus dos antecesores en el cargo evitaron a toda costa: que la guerra contra el terrorismo se trata de una confrontación entre civilizaciones.
A lo largo de su participación, Trump se encargó de elogiar ampliamente las virtudes de Occidente, al tiempo que dijo que las mismas han sufrido “amenazas graves” por parte de “el Sur o el Este” (en clara referencia a Oriente y el mundo islámico), las cuales podrían “borrar los lazos culturales, religiosos y tradicionales que nos hacen ser lo que somos”. Y continuó: “la pregunta fundamental de nuestro tiempo es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir”.
Estas ideas se contraponen con lo dicho por el propio presidente de los Estados Unidos en su más reciente visita a Arabia Saudita, donde mencionó que “no se trata de una batalla entre distintas fes, sectas o civilizaciones, sino una lucha entre criminales bárbaros que atentan contra la vida y la gente decente de todas las religiones que busca protegerla”.
A pesar de la contradicción, parece ser que dijo Trump en en Arabia Saudita no es más que un ejercicio de retórica, pues el discurso de Varsovia es una reproducción a escala de su discurso migratorio o racial durante la campaña electoral.
Al respecto,el director de la Fundación German Marshall en Varsovia y experto en política europea y polaca, Michael Baranowski, declaró para Los Angeles Times: “si queremos encontrar la doctrina de Trump, esto (su discurso en Polonia) es lo más cerca a lo que vamos a llegar. No se trata sólo de una doctrina de política exterior, es casi un manifiesto”.
El mismo diario señala que mucha de la ideología plasmada en este “manifiesto”, tiene dos grandes influencias: su estratega, Stephen Bannon, y su consejero de política, Stephen Miller, quien escribió gran parte del discurso del 4 de julio.
Dicha visión política dista, sorprendentemente, de la asumida tanto por Barack Obama y George Bush Jr., quienes a partir del fatídico 11 de septiembre de 2001,repetidamente rechazaron la idea de que la lucha contra el terrorismo se trataba de una lucha entre Occidente y el Islam o cualquier cultura proveniente de Oriente.
Entonces, ¿cuál es la motivación de la administración Trump para declarar una batalla entre civilizaciones? El discurso de odio, prejuicio y sobreprotección a los límites territoriales que comparten el ahora presidente y un sinfín de ciudadanos que, motivados por un pensamiento simplista y reduccionista,consideran a las civilizaciones orientales (sobre todo aquellas en las que se practica el islam) como una amenaza para los valores de Occidente. La ironía consiste en que este discurso es el mismo que utilizan grupos como Hamás, Al Qaeda o ISIS,en su lucha contra la civilización occidental: mismo discurso, distinto disfraz.
Esto nos deja ver que tanto las acusaciones que ciertas partes de Medio Oriente hace sobre Occidente y viceversa, no son más que discursos de guerra sostenidos en prejuicios y estereotipos simplistas que no permiten ver la vastedad de ideas que existen en aquellos que dicen odiar. Por ejemplo, es común catalogar al islam como una religión que promueve la violencia y suprime derechos humanos,caso particular de las mujeres.
Sin embargo, como señala el Doctor en Teología, Reza Aslan, “este tipo de juicios simples sobre la religión revela una forma de pensar no muy sofisticada. El argumento de que la mutilación de los genitales femeninos es un problema del islam es ejemplo perfecto de ello, pues no es un problema de la religión musulmana, sino de países como Eritrea, cuya religión oficial es el cristianismo y casi 90% de las mujeres ha sufrido ablación, mismo caso que Etiopía, donde el 75% de la población femenina es abusada de tal manera”. Y continúa: “es cierto que en muchos países de mayoría musulmana como Irán y Arabia Saudita las mujeres son sometidas y sus derechos humanos aplastados, pero son sólo dos países comparados con otros como Indonesia, Malasia, Bangladesh y Turquía, donde las mujeres tienen cargos políticos importantes. El problema es que se habla de una religión de 1,500 millones de personas, la cual se generaliza con decir cosas como que en Arabia Saudita las mujeres no pueden conducir. Eso no es un problema del islam, sino de ese país en particular, uno de los más extremistas del mundo”.
El problema de alimentar eso que Aslan llama una “visión reduccionista” de Oriente desde Occidente, es que justamente alimenta a los grupos extremistas o yihadistas alrededor del orbe para continuar con la llamada Guerra Santa. Por ello, tanto Bush como Obama trataron de alentar a la población en general para no caer en este tipo de prejuicios y discursos de odio… cosa que Trump ha impulsado desde que era candidato. Por ejemplo, durante su campaña, en entrevista con Anderson Cooper para CNN, dijo: “creo que el islam nos odia”, idea que permea en una buena parte de la población, quienes consideran a la religión musulmana como una maquinaria ideológica que promueve la violencia y la destrucción de Occidente.
Ante tal idea, Reza Aslan señala: “El islam no promueve la violencia ni la paz. Es sólo una religión, y como cualquier otra en el mundo, depende de lo que sus fieles hagan. Si eres violento, tu islam, tu cristianismo, tu judaísmo, tu hinduismo será violento. Hay monjes budistas en Myanmar que atacan mujeres y niños. ¿El budismo promueve la violencia? Por supuesto que no. Las personas son violentas o pacíficas, y eso depende de su política, su sociedad, la forma en que ven a su comunidad, la manera en que se ven a sí mismos”.
En un mundo donde el presidente de los Estados Unidos ve a Occidente como una entidad moral superior, mientras que Oriente es significada como una amenaza constante, cabría preguntarse si el verdadero promotor de la violencia no se encuentra, de manera aterradora, en nuestro hipócrita espejo occidental.