El mundo es de los despiertos, dicen. De los que abren los ojos mientras la noche se cierra. De los que se acuestan y levantan temprano porque, dice el refrán, eso hace al hombre rico y sabio. Los gurús del futuro no se cansan de decir que ése es un rasgo común entre la gente exitosa: estar activo, incluso, antes de que se active el Sol.

Yo les creo, pero también les creo a quienes dicen que el mundo es de los que lo sueñan. Somos los que coincidimos con el poeta Carl Sandburg, quien decía que nada sucede… a menos que primero sea un sueño.

Me pasó hace unas noches: soñé a un presidente que jamás había visto en mi vida. Uno que estaba comprometido al 100 con las niñas y niños más vulnerables. Un mandatario al que cada uno de los 72 mil jóvenes asesinados entre 2010 y 2017 le dolían como si fuera su propio hijo ejecutado.

Un titular del Ejecutivo que se desesperaba con las 341 mil mexicanas y mexicanos que están en situación de trata, como si él estuviera atrapado con ellas.

Soñé a un presidente al que se le consumían las tardes en reuniones con su gabinete de seguridad pensando cómo resolver los casos de los 6 mil 330 menores de edad desaparecidos.

Un líder al que, como dicen las familias víctimas de la violencia, los ojos de los desaparecidos le sigan a donde vaya, porque le da vergüenza hablar de crecimiento económico, mientras brotan cuerpos de fosas clandestinas.

Ese presidente que soñé hacía compromisos públicos con las víctimas de trata de personas. En su primer discurso como presidente constitucional, mencionaba la terrible deuda que tiene el país con esas víctimas.

Soñé que, además, hacía lo que ningún otro jefe de Estado: tenía una estrategia nacional contra la explotación sexual o laboral, el matrimonio forzoso, el tráfico de órganos, la venta de niñas y niños. Este presidente iría tras los tratantes, los empresarios sin escrúpulos, los dueños de giros negros, los policías corrompidos, los clientes explotadores, los políticos corruptos.

Y así como Vicente Fox tuvo un zar antidrogas, Felipe Calderón tuvo un zar antilavado de dinero y Enrique Peña Nieto tiene un zar antisecuestros, el presidente con el que soñé tenía un zar antiexplotaciónantiesclavitud, Primero los pobres, los que son esclavos y esclavas diría en su discurso de toma de posesión.

Lo soñé decidido a que ese amor profundo por los más débiles del país fuera su legado.

Y me desperté porque, como escribió el periodista Ambroce Bierce, si deseas que tus sueños se hagan realidad, hay que levantarse.

Es cierto que el mundo es de los despiertos. Por eso, seguiré trabajando, como millones, todos los días, por un país sin trata de personas.

Pero tampoco quiero dejar de soñar esto: un presidente al que sí le importen las víctimas, las que fueron despojadas de todo, las que fueron convertidas en mercancía, las que se sienten muertas en vida.

Un presidente así que pronto sea nuestra realidad.