La religión católica ha sido siempre, al menos desde la colonización española, la mayoritaria entre la población de América Latina, hasta el punto de que se ha convertido en uno de los principales “caladeros” de nuevos fieles. De hecho, no es casual que el último Papa, Francisco, sea argentino. Hoy los católicos en América Latina llegan a los 425 millones, lo que según la última medición del Latinobarómetro supone el 60% de la población regional. La cifra es importante ya que implica que el 40% de los católicos presentes en todo el mundo se encuentra en América Latina.
Sin embargo, no es menos cierto que la presencia de las iglesias evangélicas en la vida política de los distintos países latinoamericanos se ha incrementado de forma sensible en los últimos años, como prueban los resultados del intenso ciclo electoral en el que está inmerso la región.
Según un informe elaborado por Carlos Malamud, investigador principal del Real Instituto Elcano, entre los comicios más reseñables de los celebrados en 2018 hay que dejar constancia de la elección en Brasil de Jair Bolsonaro, del paso a la segunda vuelta de Fabricio Alvarado en Costa Rica y del papel jugado por el evangélico Partido Encuentro Social en México coaligado con Andrés Manuel López Obrador y que facilitó su elección como presidente.
En Europa y América Latina durante el siglo XX fue constante la presencia de partidos demócrata cristianos, que en muchas ocasiones llegaron al poder, como ocurrió en Chile, Venezuela, Costa Rica o Guatemala. Ahora, asistimos a la emergencia de movimientos políticos de corte evangélico que están adquiriendo un considerable empuje en la vida política de sus países e incluso se han convertido en un fenómeno de alcance regional.
Hoy es posible encontrar algún templo evangélico o algún lugar de culto en prácticamente cualquier rincón del continente, por más pobre o marginal que sea. El vínculo constante e intenso de las iglesias pentecostales o neopentecostales con los sectores populares y los estratos más pobres de sus sociedades les ha permitido incidir en la política regional como ningún otro partido o movimiento lo puede hacer. De hecho, los fieles de esta confesión son mucho más “militantes” que los católicos o los protestantes anglosajones, es decir, acuden más a los templos, participan más en la vida de la Iglesia y hacen también un mayor proselitismo. “Si a eso le sumamos su peculiar orientación ideológica podemos concluir que las iglesias evangélicas le están “dando a las causas conservadoras [en América Latina] –en especial a los partidos políticos– un nuevo impulso y nuevos votantes”, dice el informe.
Marta Lagos, la directora del Latinobarómetro, se ha mostrado tajante sobre el auge evangélico: “Hay una influencia tremenda de la iglesia evangélica, sobre todo en la gente más pobre… Los candidatos van a buscar los votos evangélicos”. De este modo, estamos asistiendo en América Latina a un fenómeno sumamente novedoso, la creciente implantación de las iglesias evangélicas, básicamente pentecostales y neopentecostales.
En este sentido es importante, sin embargo, diferenciar a las iglesias evangélicas históricas y más tradicionales, como la metodista, de las iglesias pentecostales más modernas y las neopentecostales, especialmente aquellas más vinculadas al “movimiento carismático”, debido a que la aproximación política distinta que tienen las primeras.
Como muestra del tremendo poder de estas iglesias es su capacidad para atraer al poder establecido, algo que antes sólo era capaz de hacer la Iglesia Católica. Así, el informe del Instituto Elcano pone un claro ejemplo de este poder: en 2014, dos meses antes de una de las elecciones brasileñas más disputadas de su historia, numerosos políticos se dieron cita para participar en el centro de São Paulo en la inauguración del Templo de Salomón, una megaiglesia de 100.000 metros cuadrados capaz de albergar a más de 10.000 fieles.
“Allí estuvo pese a su pasado de ex guerrillera y su condición de agnóstica declarada la entonces presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores. También se hizo presente el vicepresidente Michel Temer (hoy al frente del gobierno nacional pero pendiente de traspasar el cargo a Jair Bolsonaro). Junto a ellos acudió un importante grupo de ministros de su gabinete, sin olvidar a Geraldo Alckmin, gobernador de São Paulo, y a Fernando Haddad, alcalde de la ciudad. Estos eran las máximas autoridades del estado y de la ciudad de São Paulo y luego fueron los candidatos presidenciales por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y por el Partido de los Trabajadores (PT) en los comicios brasileños de octubre de 2018. Tampoco se puede obviar la presencia de numerosos gobernadores y de algunos de los miembros más destacados del Congreso Federal. La inauguración del templo, transformada en una especie de convención suprapartidaria, fue el fiel retrato de la importancia política que los evangélicos han ido adquiriendo en los últimos años en la política del país”.
En México, por su parte, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y el Partido del Trabajo (PT) se aliaron con el evangélico Partido Encuentro Social en la búsqueda de un mayor respaldo para Andrés Manuel López Obrador de cara a las decisivas elecciones presidenciales de julio de 2018. Si bien, como se demostró en el resultado, López Obrador hubiera ganado de todos modos, esta alianza le resultó funcional para lograr sus objetivos e inclinar las encuestas a su favor. Gracias a ello pudo ganar de forma abultada y conseguir amplias mayorías en las dos Cámaras del Congreso federal.
Hoy Guatemala tiene un presidente evangélico, Jimmy Morales, pese a la escasa o nula experiencia política con que contaba en el momento de ser elegido. Costa Rica con Fabricio Alvarado, estuvo a punto de tener otro evangélico como presidente. En Chile Sebastián Piñera cortejó el voto evangélico en las últimas elecciones, a tal punto que incorporó a cuatro obispos de esas comunidades a su equipo de campaña. En Venezuela y Colombia los pastores evangélicos Javier Bertucci y Jorge Antonio Trujillo se presentaron como candidatos para las elecciones presidenciales, pese a sus escasas opciones. Más recientemente, Jair Bolsonaro fue elegido presidente en Brasil con el pleno respaldo de las iglesias evangélicas.
Los grupos evangélicos cuentan a su favor con un factor que no tienen los partidos tradicionales, especialmente los más conservadores: la cercanía a las clases populares, cansadas de las elites, y que tradicionalmente se decantaban por formaciones de izquierda. También se apoyan en la extensa red de centros de culto distribuida por todo el territorio de sus países y en un potente sistema de medios de comunicación, basado en centenares o miles de emisoras de radio y televisión más una fuerte presencia en las redes sociales.
De este modo, los evangélicos aprovechan no sólo los espacios que pierde la Iglesia Católica, sino también el gran desencanto social con la política y los gobiernos. Con una fuerte presencia en los barrios populares, las iglesias evangélicas proporcionan a distintos grupos de población, especialmente los más desfavorecidos, asistencia de distinto tipo, desde el cuidado de salud o de los hijos hasta la búsqueda de trabajo. El hecho de ofrecer una gran variedad de servicios comunitarios les proporciona, como contrapartida, una más que notoria adhesión popular, algo que ningún partido ni ninguna ONG, ni ningún otro movimiento político o social es capaz de igualar.
Salvando las distancias, el trasfondo es muy similar al que se produce en Oriente Medio o en otros países musulmanes, como ocurre con Hezbollah o, incluso, con el propio Estado Islámico, capaz de prestar atención social a los más humildes allá donde los Estados no llegan, con la consiguiente labor de captación a su causa que pueden llevar a cabo.
La agenda moral y política evangélica se centra en la defensa de los valores familiares, lo que implica básicamente oposición al aborto, a la fecundación in vitro, al matrimonio igualitario, al divorcio y a la eutanasia. Salvo en lo que atañe a la defensa de la familia cristiana y sus valores, sus propuestas suelen girar más en torno al rechazo de determinadas cuestiones que al respaldo de propuestas concretas. En este “paquete” de rechazo, la mal llamada “ideología de género” ocupa un lugar estelar. La lucha contra ella les ha permitido ganar muchos enteros entre sus seguidores.
Otro eje movilizador de los seguidores de las iglesias pentecostales y neopentecostales ha sido la lucha contra la corrupción y la denuncia del papel de los políticos en la misma. En todos estos temas es posible observar una convergencia bastante llamativa entre las iglesias evangélicas, la jerarquía católica, determinados movimientos social-cristianos y partidos políticos de corte conservador.
Los fieles que profesan el culto evangélico son muy disciplinados. La voz de sus pastores es una clara referencia, incluso para votar. Con independencia del perfil de los candidatos, a la hora del sufragio no sólo prima su filiación política sino también la recomendación de los responsables del culto.
El voto evangélico se ha convertido en un bien deseado por casi todos los candidatos al margen de su identidad política o ideológica. De este fenómeno saben un poco tanto en Colombia, Brasil y México, y en los otros países latinoamericanos donde se votará próximamente. No hay que olvidar que en 2019 habrá elecciones en Guatemala, El Salvador, Panamá, Argentina, Uruguay y Bolivia y será entonces el momento de evaluar el comportamiento del voto evangélico en todos estos países.
En la actualidad, el número de fieles evangélicos ya supone algo más del 20% de la población latinoamericana. La cifra es más importante si se tiene en cuenta que hace sólo 60 años apenas suponían el 3% de la población, según datos recogidos por el Pew Research Center. En México más del 10% de la población es evangélica; en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Panamá se habla de una cifra superior al 15%; en Costa Rica y Puerto Rico se llega al 20%; en Brasil se barajan cifras que oscilan entre el 22% y el 27%; y en algunos países centroamericanos, como Guatemala, Honduras y Nicaragua, la cifra supera el 40%.
En lugar de la “teología de la liberación”, que supuso una fuerte implantación de curas revolucionarios, obreros y campesinos, en las décadas de 1960 y 1970, los pastores evangélicos han sabido introducir entre sus fieles con mucho éxito la llamada “teología de la prosperidad”. Se trata de un concepto que ilustra claramente los principios e intereses que mueven a sus fieles.
En este doble proceso de descenso de la población católica e incremento de la evangélica, habría que preguntarse cuánto incidió el ataque sistemático contra la teología de la liberación ordenado por el Vaticano y por las diversas jerarquías eclesiásticas regionales. De algún modo, la renuncia a la “opción preferencial por los pobres”, característica de la teología de la liberación, supuso el abandono de los sectores populares por parte de la Iglesia Católica.
En algunas iglesias evangélicas comienzan a verse signos preocupantes de una cierta paramilitarización. Uno de los ejemplos más claros es el de los llamados “Gladiadores de Cristo”, pertenecientes a la Iglesia Universal del Reino de Dios. Esto implica que los fieles son entrenados con una cierta dinámica militar.