La elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, con amplio respaldo de las comunidades cristianas o, sin ir demasiado lejos, en Bolivia el hecho de elegir a Humberto Peinado, pastor evangélico, como candidato a la vicepresidencia por Unidad Cívica Solidaridad (UCS), acompañante de fórmula del candidato a la presidencia Víctor Hugo Cárdenas, para las elecciones generales de octubre del presente año, habla de la dinamicidad que pueden causar las comunidades cristianas como movimiento y en el plano discursivo.
Sin embargo, esa expansión y dinamicidad no se ve reflejada dentro de las comunidades católicas sino en las comunidades evangélicas (protestantes) por sus constantes actividades fuera de su congregación. Ambas comunidades o iglesias marcan muchas diferencias entre sí, pero a la vez, siguen la misma tradición judeocristiana y como texto guía manejan casi la misma Biblia que en más de 25 versículos habla sobre familia y Bolsonaro supo apoderarse de uno de los valores sagrados del cristianismo que es la conservación de la estructura familiar.
En Brasil, según datos del último Censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), las iglesias evangélicas en 2010 representaron el 22,2 por ciento de la población y se proyecta que dentro de 10 a 15 años serán mayoría desplazando así a los fieles católicos que actualmente representan el 64,6 por ciento, aún está por verse los datos del Censo que se realizará en 2020.
En Bolivia el panorama es distinto. De acuerdo a una encuesta realizada en 2010 por el CIES Internacional, el 81 por ciento se declara católico y un 10 por ciento evangélico o protestante y sólo un uno por ciento se define ateo. No obstante, a la fecha, las iglesias evangélicas en el país se fueron incrementando por zonas y periferias y no sería de extrañar que en algún momento supere a la iglesia católica en cantidad de creyentes.
Estos datos reflejan claramente la expansión de las comunidades evangélicas con el peligro latente de que la fe cristiana sea utilizada cada vez más para propósitos políticos o, mucho peor, que cristianos o evangélicos se presten a entrar al juego político que no corresponde.
Jesús o Cristo supo diferenciar o delimitar la fe cristiana de la política cuando dijo “denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Jesús era un líder entre las multitudes que lo seguían y muchos le miraban como el nuevo rey David que liberaría al pueblo judío del yugo romano. Tuvo la posibilidad de imbricar a la arena política, pero nada de eso sucedió, él se presentó como el mensajero de Dios, nada más que eso. Por eso es que Cristo se desplazaba constantemente para no concentrar poder y evitar cualquier revuelta a nombre de él.
Lo acaecido en Brasil con Bolsonaro deja muchas enseñanzas para la fe cristiana y un antecedente nefasto de cómo las iglesias evangélicas pasaron el límite de prestarse al juego político de este personaje sabiendo de los grandes perjuicios que tiene al discriminar a las personas por su condición de raza, etnia o preferencia sexual. Será Dios quien juzgue y no los hombres. Utilizar el fundamentalismo en política es sumamente peligroso porque es antagónico, confrontacional, intolerable, es una guerra sin tregua.