El relato evangélico de los magos de oriente que, guiados por una estrella, adoraron al niño Jesús en Belén, ha motivado a lo largo de la historia múltiples investigaciones de astrónomos, eruditos y científicos, cuyas diversas teorías y opiniones intentando explicar aquel luminoso fenómeno celeste no han logrado esclarecer el misterio.

Para algunos, sería una estrella nova, porque, según los astrónomos, ciertas estrellas en el transcurso de su evolución adquieren tal intensidad que multiplican 100.000 veces su propia luz durante algunos meses, con características tan espectaculares que parece el nacimiento de una nueva estrella. De ahí su nombre. Esta hipótesis explicaría cómo los magos podían viajar durante el día guiados por la estrella, y por qué después de unos cuantos meses, el tiempo suficiente para conducir su viaje desde oriente, desapareció.

Para otros, se trataría del espectacular cometa Halley que, entre sus diversas apariciones ratificadas desde antiguo, los cálculos de los astrónomos occidentales apuntan que también alumbró a fines de agosto del año 12 antes de Cristo. Aunque esta fecha nos hace retroceder demasiado en el momento del nacimiento de Jesús y, además, según remotas creencias populares la aparición de un cometa presagiaba acontecimientos nefastos: terremoto, sequía, guerra, peste? Por lo que difícilmente se podría considerar como signo divino del Mesías.

En diciembre de 1604 el astrónomo alemán Juan Kepler, observó cómo se reunían en gran conjunción los planetas Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, apareciendo como un solo astro muy luminoso. Gran conjunción es el nombre que recibe la aproximación relativa de los dos planetas mayores, Júpiter y Saturno. Dados sus grandes periodos orbitales, solo se repite cada 18 o 20 años. Y en contadas ocasiones, cuando los planetas coinciden en su mayor oposición al Sol, también coincide su ascensión recta, por lo que pueden llegar a juntarse hasta tres veces en el intervalo de solo meses. A este fenómeno se le denomina triple conjunción. Ocurrió en 1604, pero también en 1682, 1821, 1941 o 1981. Para la próxima habrá que esperar hasta el año 2238.

Además, se sabe que el 29 de mayo del año 7 antes de Cristo también hubo este fenómeno, visible en el cielo de Palestina como un astro de luminosidad extraordinaria, insólito para el ojo humano, que se repitió dos veces más aquel año, en octubre y en diciembre. Como el rey Herodes murió en el año 4 antes de Cristo, Jesús no pudo nacer en el año 1, según se cree corrientemente, sino entre 6 o 8 años antes de la era cristiana. Por lo tanto, el fenómeno celeste acaecido en el 7 antes de Cristo coincide perfectamente con esas precisiones, siendo la hipótesis que goza de mayor aceptación entre los estudiosos y cuantos interpretan literalmente los evangelios.

Pero considerando atentamente cuanto dice Mateo en su evangelio, nos daremos cuenta de que todas las tentativas de identificar la misteriosa estrella con cualquier tipo de fenómeno astronómico siguen un camino totalmente erróneo, ya que los astros no pueden estar zigzagueando por el cielo, ni detenerse sobre un lugar determinado en Belén, como narra Mateo. Esa estrella no es ningún fenómeno celeste aparecido realmente en el firmamento, sino el símbolo luminoso de la fe que brilla en las tinieblas del pecado cuando el Redentor aparece en el mundo, universalizando la salvación: Jesús, un niño judío nacido para salvar a los judíos, desde la cuna brinda también al paganismo la posibilidad de un encuentro, enviando la luz de la fe (estrella) para que guíe a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se encuentra el Salvador (Jesús). Pero como Mateo entendía que el pueblo judío era el elegido y privilegiado entre todas las naciones, y solo por su mediación sería posible llegar al Salvador, en el relato la estrella no guía a los magos a Belén sino a Jerusalén, para que sea el judaísmo (Herodes) quien les dé acceso a Jesús. Sin embargo, Herodes considera el nacimiento del Mesías como el de un peligroso usurpador y entonces los que no son judíos tienen el camino libre para llegar directamente a Jesús. Ya no se precisa llegar a él a través del judaísmo. El antiguo pueblo cede el paso a uno nuevo.