En el ámbito confesional de la religión cristiana se ha generalizado y extendido un uso unívoco del vocablo Evangelio, escrito con mayúscula y tomado en sentido absoluto, cuando en realidad el término es polisémico, lo que implica que tiene varios y diversos significados, que es necesario clarificar para no incurrir en falacia de homonimia.

La misma confusión semántica se genera cuando los miembros de la jerarquía eclesiástica, sea en el contexto del culto o fuera de él, se refieren al “espíritu evangélico” como un modelo moral incomparable, a imitar por todo fiel cristiano. Pero, desde un punto de vista filológico y filosófico, es necesario clarificar el sentido de tales expresiones, pues no se puede dar por sentado que todo el mundo entiende lo mismo bajo esa terminología tan usual y frecuente, que se ha impuesto como hegemónica, en dependencia de una tradición secular.

El vocablo evangelio, lo mismo que otros términos básicos asimilados por la teología cristiana, como epifanía o parusía, tienen origen precristiano y proceden del griego común de la época helenística. El término euaggélion (pronunciado euanguelion) literalmente buena noticia o noticia alegre, se aplicaba al natalicio del divino César Augusto como buena noticia para la paz. Su aparición (epifanía) y presencia (parusía) generaba buena esperanza, pues se le veneraba como benefactor y salvador (sotér) del género humano, calificado de noticia alegre. Lo que hacen los evangelistas es transferir y aplicar esa misma terminología a Jesús.

En esa aplicación cristiana evangelio significa primariamente no una forma literaria, sino la buena nueva de Jesús como mensaje de salvación, tal como aparece en Mc 1,1: “Principio del Evangeliode Jesucristo, Hijo de Dios”). Con Pablo y los apóstoles el contenido del mensaje evangélico se convierte en el Jesús predicado, muerto y resucitado. En efecto, como afirma el exégeta alemán Rudolf Bultmann, Jesús pasó ser predicador del reino de Dios a ser él mismo predicado por sus discípulos. Más tarde, en el s. II e.c., el vocablo pasará a significar un libro escrito, que recoge una o más tradiciones orales sobre Jesús, interpretadas desde la fe.

Como género literario, tampoco es exclusivo del cristianismo, pues existen paralelos en la literatura pagana. Muestra de ello es, por ejemplo, el género biográfico griego y romano, entendido como encomio y exaltación de las virtudes de un celebrado personaje, como en las biografías de Plutarco, de Suetonio o las Vidas de Cornelio Nepote. Los relatos evangélicos son también una exaltación de un Jesús magnificado, convertido en Cristo celeste a partir de la teología de Pablo.

Así, el evangelio según Marcos es considerado por los exégetas la primera “biografía” de Jesús, concebido no como como sujeto humano e histórico, sino como Jesucristo, una figura humana y en parte divina, al estar subordinada al Dios monoteísta judío.

El filólogo Werner Jaeger en su obra Cristianismo primitivo y paideia griega mostró cómo los antiguos escritores cristianos no solo emplearon la lengua griega, sino también sus diversas formas literarias, como la epístola o carta, el diálogo, la diatriba, la exhortación etc. Como forma literaria el término evangelio se refiere tanto a los textos de los cuatro evangelios canonizados, según Marcos, según Mateo, según Lucas y según Juan  (en realidad son todos anónimos), como a los numerosos evangelios declarados apócrifos por la gran Iglesia. El gnóstico Marción en el s. II también escribió su propio Evangelio, incluso antes de la formación del canon ortodoxo.

Los denominados evangelios apócrifos son tardíos y posteriores a los cuatro canonizados y de poco interés para la reconstrucción de la figura histórica de Jesús, debido a su acentuado carácter fantasioso y legendario, como se constata en los relatos de la infancia de Jesús. Incluso los relatos tardíos de los capítulos 1 y 2 de Mateo y Lucas, son semejantes a los apócrifos por sus leyendas sobre el nacimiento milagroso del Mesías Jesús, textos que la mayoría de fieles incautos toman por históricos. Parece ser que en la tardía decisión sobre los cuatro evangelios canonizados, que tomó la gran Iglesia, se adoptó el criterio simbólico de los cuatro puntos cardinales para darles el significado de catolicidad, que equivale a universalidad.

El apologeta Justino en el s. II, converso a la fe cristiana y también mártir, fue el primero en referirse a los “evangelios” en plural. Jesús no dejó el mensaje de su Evangelio por escrito, lo que complica enormemente la tarea de los investigadores para acceder al contenido del mismo, de sus dichos y sus hechos, a partir de muy escasos  y discutidos testimonios. Pero con el significado de mensaje se aplica también al Evangelio de Pablo, el primer escritor del Nuevo Testamento, quien no escribió evangelios como forma literaria, sino cartas (epístolas en la nomenclatura griega) a las iglesias o comunidades cristianas fundadas fuera de Palestina.

El Evangelio según Marcos es el primero desde el punto de vista histórico, aunque la tradición cristiana atribuyó la prioridad temporal a Mateo llamándolo primer Evangelio y así sigue todavía apareciendo en la edición de las biblias confesionales, que no siguen un orden cronológico en la composición de los distintos libros del Nuevo Testamento.

Éste comienza con los cuatro evangelios canonizados y termina con el Apocalipsis (o Revelación) de Juan, de modo que las epístolas paulinas y todas las demás aparecen, erróneamente, como posteriores. Con esta ordenación, que responde a un criterio teológico, el lector recibe la impresión falsa de que lo primario son los relatos evangélicos sobre la figura de Jesús, lo que es científicamente  incorrecto.