Restaurantes y clases de yoga dentro de domos desde Ámsterdam hasta Toronto son parte de las nuevas formas de prevenir contagios. Pero a la espera siguen aquellos lugares de encuentro espiritual. La práctica religiosa difícilmente puede controlar el distanciamiento.

Por ende, cuando se aproxima la peregrinación de los musulmanes a La Meca en Arabia Saudita, más conocida como la hach que se realizará entre el 28 de julio y el 2 de agosto de 2020, las autoridades decidieron prohibir la llegada de fieles internacionales.

Algunos de los expertos vislumbran una espera considerable para que las comunidades puedan volver a reunirse en sus respectivos centros religiosos.

Pero no la mayoría.

De acuerdo con una encuesta del The New York Times a 511 epidemiólogos para evaluar los efectos sociales de la pandemia y publicada el 10 de junio, el 43% cree que se podrá asistir a una iglesia o servicio religioso en un año o más. Sin embargo, el mismo porcentaje tiene una visión más optimista: el retorno ocurrirá en un plazo de entre tres meses y un año.

La reafirmación de la fe

Desde marzo el coronavirus alteró múltiples ritos religiosos. El cristianismo, el islam, el judaísmo y el hinduismo modificaron sus prácticas.

Con el cierre de sinagogas, iglesias, mezquitas y templos, las reuniones pasaron a la virtualidad. Y de pronto hubo una reactivación del interés religioso.

Una encuesta del Centro de Investigación Pew, realizada a 10,139 estadounidenses con un margen de error de 1,5%, mostró que el 24% de los adultos estadounidenses cree que su fe se fortaleció producto de la pandemia. El 47% señala que su fe no ha cambiado mucho, un 26% se declara no creyente y solo el 2% expresa que su fe disminuyó.

La religión que expresó un mayor aumento fue la cristiana: 56% de los protestantes afroamericanos, 42% de los evangélicos y un 22% de los protestantes de la línea principal.

Por otro lado, la mayoría judía reconoce que no ha experimentado un aumento de su fe (69%), seguida de un 22% que no se declara religioso y un 7% dice que su fe decreció.

Entre aquellos que asisten como mínimo una vez a servicios religiosos, un 82% declara que la casa religiosa a la que más frecuentan ofrece un enlace en vivo o graba sus servicios para que la gente los pueda ver en línea o en la televisión.

Una mayor participación

Frente a este escenario, Marc Gobin, rabino que dirige el Centro de Estudios Religiosos, Diplomacia y Resolución de Conflictos de la Universidad George Mason comentó en The Washington Post que el nuevo mecanismo para acceder a la fe traerá mayores seguidores. «Creo que va a profundizar la religión porque la virtualidad está convirtiendo a cualquiera en un convocante como parte de una tendencia democratizadora. Es un empoderamiento radical», señaló.

De acuerdo con el medio británico, este escenario lo demuestra la Iglesia de la Natividad en Maryland que pasó de un rango de 700 y 800 visitas a uno de 6.800 y 13.000 tras la pandemia.

El interés por lo religioso también se ha visto en los proyectos universitarios. Es el caso de la estudiante de sicología María Teresa del Valle (22), quien participa en Pastoral UC. «Mi proyecto ‘Comunidades’ busca vivir la fe a través de congregaciones de amigos y familiares. Es muy factible hacerlo durante la cuarentena porque uno puede seguir formando nuevas comunidades a través de distintas plataformas, o dentro de la misma casa», contó a PAUTA.

De esta forma, durante la pandemia congregaron a 30 nuevas comunidades sin ningún tipo de difusión en redes sociales. Se logró mediante recomendaciones de conocidos. «Cada comunidad es de 10 personas. O sea, al final se sumaron 300 interesados. Si en marzo teníamos 25, ahora son 54», agrega.

La necesidad espiritual

«La percepción religiosa en una sociedad es como la dirección de un río que fluye. Si es que un río fluye, debe tener una dirección. Si una sociedad vive, debe existir una percepción religiosa indicando la dirección en la que, de una forma más o menos consciente, todos sus miembros apuntan», dijo León Tolstói en su ensayo ¿Qué es el arte? (1897).

Son demostraciones de la profunda necesidad humana de conectar colectivamente con lo divino.

En un escenario donde la conexión con los centros de fe trae como consecuencia el riesgo al contagio, PAUTA conversó con el académico Brian Catlos, del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Colorado, Boulder, para comprender el fenómeno cultural de la experiencia religiosa, cuando la fragilidad humana adquiere relevancia.

-¿Cómo cambia la fe durante las crisis?

«Ocurre sobre todo cuando las personas sienten que ya no tienen control sobre la situación o tienen miedo. Pueden recurrir a modos de religión carismáticos/místicos, rechazando los argumentos científicos y materialistas que en estas circunstancias habrán sentido que les han fallado».

«Es probable que el miedo a la muerte también lleve a las personas hacia la religión, ya que se enfrentan a la muerte de sus seres queridos y la posibilidad de su propia muerte. La idea de una vida futura puede ser emocionalmente reconfortante. Las comunidades religiosas también pueden proporcionar estructuras para el socorro humanitario y caritativo, particularmente si se considera que las instituciones públicas están fallando. Finalmente, las personas pueden tratar de explicar lo ‘inexplicable’ en términos de ira divina, etcétera».

-¿Qué ejemplos históricos vienen a su mente?

«Un excelente ejemplo es cómo la Peste Negra contribuyó a la reconfiguración de la cultura y la sociedad europeas en la década de 1340 y posteriores. Hubo un surgimiento de la religión carismática/mística y en ejercicios penitenciales. La razón fue vista cada vez más como sospechosa. Y la gente comenzó a concebir el mal como una fuerza ‘positiva’ (en lugar de ser simplemente la ‘falta de bien’). Esto contribuyó a la persecución de grupos marginales (por ejemplo, judíos, leprosos y eventualmente mujeres) que se suponía que estaban aliados con las fuerzas del mal».

-¿De qué manera la cosmovisión moderna occidental retrata la muerte como una derrota en comparación con la antigüedad? 

«Algunas culturas, sobre todo las que imaginan una vida después de la muerte agradable, ven la muerte como una liberación; otras culturas, antiguas o modernas, no lo hacen. Ciertamente, la cultura pos-Ilustración/materialista de los últimos siglos en Europa ha tendido a ver la muerte en términos negativos».

-¿Cómo pueden los distintos caminos religiosos ayudar a superar esta idea?

«Al inventar historias sobre cómo es la vida después de la muerte y lo maravillosa que es, o al alentar a las personas a dar a sus seres queridos un valor que va más allá de su propia vida física, al participar en actos humanitarios y registrables».