¿Sabía escribir Jesús? ¿Sabía leer? Por ociosas que resulten para quienes, con buenas razones, ponen en duda todos los testimonios que nos han llegado acerca de la personalidad histórica de Jesús, las dos preguntas han sido planteadas con frecuencia y han dado pie a sesudas consideraciones. Hasta donde soy capaz de llegar –que no es muy lejos, en este terreno–, hay cierto consenso en admitir que lo más probable es que sí, que Jesús estuviera alfabetizado. Así autorizan a pensarlo, al parecer, los datos relativos a los niveles generales de alfabetización en el imperio romano en tiempos de Jesús, más en particular entre la comunidad judía. En cuanto a los indicios –todos cuestionables– que se desprenden del Nuevo Testamento, muy pocos son concluyentes. Está el pasaje de Lucas 4:16-30 en que se habla de cómo, hallándose en la sinagoga, Jesús lee en un rollo un pasaje de Isaías. Tanto en el evangelio de Lucas como en los restantes, por otro lado, se atribuyen a Jesús palabras en que invoca las Escrituras en términos que admiten pensar que tuviera un conocimiento directo de ellas.
Por lo que toca a escribir, las cosas son bastante más inciertas. Sólo hay un pasaje, en todo el Nuevo Testamento, donde se presente a Jesús escribiendo. Es el muy famoso del evangelio de Juan 8:2-11 en que los letrados y fariseos llevan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio y le preguntan si, conforme a la ley de Moisés, procede lapidarla. Lo hacen con la intención flagrante de ponerlo en un aprieto y, si se opone, tener de qué acusarlo. Pero en ese momento Jesús calla e, inclinándose sobre el suelo, se pone a escribir con un dedo sobre la tierra. Se ha discutido hasta la saciedad si lo que hace Jesús es propiamente escribir o más bien hacer dibujos o garabatos en la tierra.
Lo cierto es que, tal y como la escena es descrita, parece improbable que Jesús se pusiera a escribir, dado que entonces la atención de los testigos se hubiera concentrado en las palabras escritas. Pero no son éstas, si no las palabras que Jesús pronuncia después de permanecer un rato haciendo trazos en la tierra, las que se recuerdan: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. A continuación Jesús sigue garabateando en la tierra. Entretanto los presentes se van retirando uno a uno, de modo que cuando levanta de nuevo la vista, delante de él sólo queda la mujer, a la que pregunta: “¿Dónde están los otros? ¿Ninguno te ha condenado?”.
Las palabras de Seamus Heaney mueven a añorar la notoriedad de escritores capaces de reabrir el debate desde una perspectiva distinta
En la formidable entrevista que le hiciera Henry Cole para The Paris Review, incluida en los dos soberbios tomazos antológicos publicados meses atrás por Acantilado, el poeta Seamus Heaney recuerda este pasaje del evangelio de Juan al ser preguntado por la capacidad que tiene un escritor, más concretamente un poeta, para influir en política. A diferencia de Auden, Heaney piensa que sí la tiene, e invoca los ejemplos, en buena medida opuestos, de Robert Lowell en Estados Unidos y de Philip Larkin en Inglaterra. A continuación, el entrevistador recuerda a Heaney lo que dijo en cierta ocasión acerca del episodio de Jesús y la adúltera: que lo importante no fue lo que escribió Jesús en la arena, sino el gesto en sí de ponerse a escribir. A lo que Heaney agrega: “Sí. El debate no cambia realmente las cosas. Sólo hace que te empantanes más. Si puedes tratar un tema o reabrirlo usando algo nuevo, una perspectiva distinta, entonces sí hay cierta esperanza. En Irlanda del Norte, por ejemplo, una metáfora nueva de la forma en que estamos posicionados o un lenguaje nuevo crearían posibilidades nuevas. Estoy convencido. Así que cuando invoco a Jesús escribiendo en la arena, estoy poniendo un ejemplo de esa clase de novedad capaz de producir un desvío. Jesús hace algo que desvía la atención de la obsesión del momento. Es un poco como una danza mágica”.
Hermosas palabras, que mueven a añorar la notoriedad de escritores capaces de eso mismo, de reabrir el debate -cualquiera de los muchos debates en que andamos empantanados– desde una perspectiva distinta, con palabras nuevas capaces de fecundarlo.
Seguiremos esperando.