En un momento en que «los nacionalismos cerrados y agresivos y el individualismo radical desmoronan o dividen el nosotros, tanto en el mundo como en la Iglesia», el Papa Francisco pide en su Mensaje para la 107ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, un «futuro cada vez más inclusivo con los migrantes y refugiados».

De esta forma, el Papa ha reiterado su deseo de crear un mundo que se «enriquezca con la diversidad y las relaciones interculturales» y que las «fronteras se transformen en lugares privilegiados de encuentro».
Esta preocupación ya la expresó en Fratelli Tutti: «Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”».

 

Un mundo que con la emergencia sanitaria atraviesa uno de sus momentos de mayor crisis, en el que «el “nosotros” querido por Dios parece haberse roto y fragmentado, herido y desfigurado». El Papa destaca en el texto que «los nacionalismos cerrados y agresivos y el individualismo radical desmoronan o dividen el nosotros, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia». En este sentido, el precio más alto lo pagan los que más fácilmente pueden convertirse en los otros: «Los extranjeros, los migrantes, los marginados, los que habitan las periferias existenciales».

En realidad, «estamos todos en el mismo barco», reitera el Papa, recordando sus palabras en la oración por el fin de la pandemia el 27 de marzo de 2020, en una desierta plaza de San Pedro. «Todos estamos en el mismo barco» y, precisamente por eso, «estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, no haya más otros, sino un solo nosotros, tan grande como toda la humanidad».

Una Iglesia cada vez más inclusiva

El Papa pide que todos seamos «cada vez más fieles» a nuestro ser católico. «La catolicidad de la Iglesia, su universalidad, es una realidad que pide ser acogida y vivida en todos los tiempos, según la voluntad y la gracia del Señor que ha prometido estar con nosotros siempre, hasta el final de los tiempos».

Su Espíritu, expresa, «nos hace capaces de abrazar a todos para hacer comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin imponer nunca una uniformidad que despersonalice». En ese encuentro con la diversidad «los migrantes, los refugiados, y en el diálogo intercultural que puede resultar, se nos da la oportunidad de crecer como Iglesia, de enriquecernos mutuamente». De esta forma, dondequiera que se encuentre, «todo bautizado es de derecho miembro de la comunidad eclesial local, miembro de la única Iglesia, habitante de la única casa, miembro de la única familia».
Sin prejuicios ni miedo

Este compromiso debe ser «sin miedo», para que «la Iglesia sea cada vez más inclusiva» y pueda, en consecuencia, «salir a las calles de las periferias existenciales para curar a los heridos y buscar a los perdidos, sin prejuicios ni miedos, sin proselitismo, pero dispuesta a ensanchar su tienda para acoger a todos». Entre los habitantes de las periferias, explica el Santo Padre, «encontraremos a muchos emigrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata, a los que el Señor quiere que se manifieste su amor y se anuncie su salvación». «Los encuentros con migrantes y refugiados de otras confesiones y religiones son terreno fértil para el desarrollo de un diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor».

Dejarse enriquecer por la diversidad

Ese mismo espíritu inclusivo invoca el Papa para el mundo: «Recomponer la familia humana, para construir juntos nuestro futuro de justicia y paz, asegurando que nadie quede excluido».

El futuro de la sociedad que prefigura Francisco es un futuro «en color», «enriquecido por la diversidad y las relaciones interculturales». Pero para que esto no se quede, precisamente, sólo en un sueño «debemos aprender hoy a vivir juntos, en armonía y en paz».