«Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho», reza la declaración de Robert Schuman del 9 de mayo de 1950 que supuso el pistoletazo de salida al proyecto de integración europeo cuando cinco países (Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo) decidieron compartir sus producción de carbón y acero para evitar otra carrera armamentística tras dos contiendas mundiales.

La frase suele repetirse cada 9 de mayo, declarado día de Europa, pero pocos ahondan en el hombre que la redactó. Quizás porque Schuman siempre fue una persona discreta y con pocas ganas de acaparar focos, algo inusual en el mundo político. Su figura vuelve a salir a la palestra después de que el Vaticano haya aprobado un decreto en el que reconoce las «virtudes heroicas» de este padre de la UE, el primer paso de un largo proceso de canonización. Para que Schuman pueda convertirse en santo necesita probar dos milagros.

Aunque a muchos les sorprenda que un político pueda ser beatificado, lo cierto es que Schuman siempre fue un devoto católico y a los 25 años, tras la muerte de su madre a la que estaba muy unido, llegó a plantearse el sacerdocio. Sin embargo, un amigo le dio un consejo que después resultó profético: «Me parece que los santos del futuro serán santos con traje», lo que le convenció de no tomar los hábitos e intentar servir a Dios de otra manera.

Aunque el reconocimiento de las raíces cristianas de Europa es un tema polémico –la última vez que se abordó fue durante la redacción de la non nata Constitución Europea–, Schuman siempre tuvo clara su posición en este debate. En el capítulo III de su libro Pour L’Europe, escribe: «La democracia debe su existencia al cristianismo. Nació en el día en el que el hombre fue llamado a realizar en su vida temporal la dignidad de la persona humana, dentro de la libertad individual, dentro del respeto de los derechos de cada persona y mediante la puesta en práctica del amor fraterno a los demás. Nunca se habían formulado semejantes ideas antes de Cristo». Esta reflexión le lleva a concluir que «la realización de este amplio programa de una democracia generalizada en el sentido cristiano de la palabra, encuentra su desarrollo en la construcción de Europa».

En el mismo libro, alerta sobre las visiones que consideran el club europeo como un mero mercado común sin valores compartidos, y que siguen de plena vigencia. «Este conjunto (de pueblos) no puede y no debe quedarse en una empresa económica y técnica. Hay que darle un alma. Europa vivirá y se salvará en la medida en que tenga conciencia de sí misma y de sus responsabilidades, cuando vuelva a los principios cristianos de solidaridad y fraternidad». Schuman nunca consideró la religión cristiana como un elemento divisorio sino como un pegamento aglutinador que une a pueblos con lenguas, costumbres y paisajes diferentes. Quizás porque su biografía representa como pocas los desmanes causados por la exaltación de los nacionalismos durante la primera mitad del siglo XX.

Nació el 29 de junio de 1886 en un barrio de Luxemburgo en una familia de clase media sin problemas económicos. Aunque su madre era proveniente del gran Ducado, su padre era originario de Mosela y fue reclutado por el ejército francés durante la guerra franco-prusiana de 1870-71. Después de que Alsacia y Lorena se anexionara al imperio germano, la familia pasó a ser nacionalizada alemana y se instaló en Luxemburgo Estas vicisitudes permitieron que se beneficiara de una educación políglota ya que dominaba el francés, el alemán y el luxemburgués. Estudió Derecho en las universidades de Múnich, Bonn y Berlín, y se graduó en la Universidad de Estrasburgo. Al estallar la Primera Guerra Mundial fue reclutado por los alemanes en un unidad de no combatientes por problemas de salud.

Tras la Gran Guerra, Francia recuperó Alsacia y Lorena, y esto permitió a Schuman adquirir la nacionalidad francesa e iniciar su vida pública como diputado del Parlamento francés por la región de Mosela. Cuando comenzó la II Guerra Mundial, Schuman ya era ministro y estuvo a punto de ser capturado por los nazis y ser deportado al campo de concentración de Dachau. Pero consiguió huir y vivir en la clandestinidad hasta que se produjo la liberación. A pesar de que el general de Gaulle, que entonces se encontraba en el exilio, le ofreció desplazarse a Londres, prefirió seguir en Francia hasta que los aliados ganasen la guerra.

Su formación germana y sus vínculos con una región que fue considerada un botín de guerra tanto para Francia como por Alemania hicieron siempre de Robert Schuman una voz a favor de la reconciliación.