Descubre una de las más fascinantes excavaciones arqueológicas del siglo XX

El trabajo de condensar un libro en pocas páginas no es siempre fácil, sobre todo por el peligro de tergiversar el pensamiento del autor. Pero el libro La tomba di Pietro de la profesora Margherita Guarducci, editado por Rusconi (Italia) en 1989, es tan límpido y documentado que reduce al mínimo las posibilidades de una malinterpretación.

Hemos buscado encuadrar los hechos descritos por la ilustre epigrafista en un contexto histórico más vasto, de manera que ayuda al lector a colocarlos en la bimilenaria tradición católica, tradición que estos confirman e iluminan con una luz nueva y ciertísima.

1LOS HUESOS DE SAN PEDRO ESTÁN AÚN HOY EN SU TUMBA BAJO EL ALTAR PAPAL DE LA BASÍLICA VATICANA

Desde el punto de vista histórico nunca han existido dudas sobre la llegada de san Pedro a Roma, sobre su crucifixión y su sepultura en la necrópolis vaticana, a breve distancia del lugar del martirio.

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Él había llegado a Roma en el año 41, en tiempo del emperador Claudio, y permaneció allí, salvo una breve interrupción, hasta la muerte que padeció en el año 64, al inicio de la persecución de Nerón.

Este emperador loco, que había ya hecho envenenar a su hermano, asesinar a su madre Agripina, a su esposa Octavia, y que había matado personalmente a su segunda mujer Popea en un rapto de locura, hizo quemar la ciudad de Roma.

Por tanto, como afirma el historiador Tácito, para distraer la ira del pueblo, hizo recaer la culpa sobre los cristianos, desencadenando contra ellos una feroz persecución.

Fue durante esta persecución cuando, según el testimonio de Clemente romano (Ad Chorinthios, 1, 56), en el año 64, Pedro sufrió el martirio por crucifixión precisamente en el circo de Nerón que surgía en la colina Vaticana.

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El historiador Eusebio de Cesarea nos informa de que Pedro, no considerándose digno de morir como su Maestro, pidió y obtuvo que le crucificaran con la cabeza hacia abajo.

Su cuerpo fue sepultado en la misma colina Vaticana, en un cementerio cercano al lugar del martirio, y sobre su tumba, convertida en seguida en objeto de veneración, los cristianos levantaron en el siglo II un «trofeo» (llamado de «Gayo», por el nombre del escritor cristiano del siglo II que habla de él, como nos refiere el historiador Eusebio) el cual, en base a las excavaciones efectuadas en los años 40 del siglo XX, fue reconstruido.

A inicios del siglo IV, Constantino, el emperador que decretó la libertad religiosa para el cristianismo, hizo erigir, en el lugar del antiguo «trofeo», una gran Basílica de cinco naves, cuyo altar mayor estaba ubicado exactamente sobre la tumba del Apóstol.

Constantino había recogido también los huesos de San Pedro del lugar de la sepultura primitiva (un nicho húmedo enterrado) y las había depositado en un nicho más seco, excavado en un muro que ya surgía junto al lugar de la sepultura primitiva.

Pero en esto profundizaremos más adelante, cuando hablemos de las excavaciones ordenadas en 1939 por Pío XII. Aquí queremos sólo anticipar que, durante el Renacimiento, toda la Basílica constantiniana fue demolida por el papa Julio II y reconstruida desde sus cimientos con un diseño de Bramante después modificado por Miguel Ángel, Maderno y Bernini: es la actual Basílica Vaticana, coronada por la cúpula de Miguel Ángel, bajo cuyo altar, diseñado por Bernini y erigido por el papa Clemente VIII, aún hoy están custodiados los sagrados huesos del Apóstol.

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El lector se preguntará: ¿cómo sabemos que los huesos del Apóstol Pedro se encuentran aún hoy allí abajo?

Lo sabemos (además de por la secular tradición histórica) por los positivos e incontestables resultados de las excavaciones arqueológicas iniciadas en 1939 y aún hoy en fase de desarrollo, como diremos a continuación.

2LAS EXCAVACIONES ORDENADAS POR PÍO XII EN 1939 QUE LLEVARON AL DESCUBRIMIENTO DE LA TUMBA DEL APÓSTOL PEDRO.

Durante muchos siglos, prácticamente hasta principios del siglo XX, ningún Papa osó ordenar una inspección arqueológica de la tumba de san Pedro. La tumba del Apóstol producía en todos un sagrado temor reverencial.

Fue Pío XII quien, pocos meses después de su elección como Pontífice, quiso comenzar las excavaciones bajo el pavimento de la Basílica vaticana y especialmente bajo el altar de la Confesión donde, según la ininterrumpida tradición, habría debido hallarse la tumba del Apóstol.

Estas excavaciones, dirigidas por Mons. Ludovico Kaas secundado por los arqueólogos Enrico Josi, Padre Antonio Ferrua y Padre Engelbert Kirschbaum y por el arquitecto Bruno Maria Apollonj Ghetti, duraron casi una década (de 1941 a 1950) y llevaron primero al descubrimiento, bajo la Basílica vaticana, de una vasta necrópolis de época precristiana, orientada de Oeste a Este.

La zona del extremo Oeste de la necrópolis se encuentra precisamente bajo la “cúpula” de Miguel Ángel, es decir, bajo el Altar papal llamado “de la Confesión”.

El extremo occidental comprende un patio bastante vasto llamado por los arqueólogos campo «P». En esta ulterior ampliación de la zona Oeste de la necrópolis, el campo «P» está delimitado, a la izquierda del que mira, por un muro que va de norte a sur, llamado «Muro rojo», por el color del estuco que lo recubre.

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En el centro de este «Muro rojo» es visible un pequeño nicho semicircular y poco más arriba un pequeño muro, llamado muro «G», recubierto sobre el lado norte por numerosos graffitis.

El trozo de «Muro Rojo» con el nicho que hace de fondo al trofeo del siglo II, y la base de las dos columnitas de mármol que sostenían la losa de mármol travertino constituían el «Trofeo de Gayo».

Entre el nicho y la base de las dos columnitas, es decir, justo en el centro del «Trofeo», los arqueólogos de Pío XII encontraron el lugar de la primitiva sepultura de Pedro (del año 64), pero lo encontraron vacío. ¿Cómo explicar este misterio?

3EL MURO G Y LA INSCRIPCIÓN QUE RESOLVIÓ EL ENIGMA

La respuesta llegaría con el descubrimiento, en el norte de la sepultura primitiva, de un nicho, revestido de mármol, de la época constantiniana (inicio del siglo IV) que el Emperador había hecho excavar dentro de un muro ya existente (el llamado muro «G»), y donde había depositado, envueltos en un precioso tejido de púrpura y oro, los huesos del Apóstol.

La pared norte del Muro «G» estaba llena de grafitis con el nombre de Cristo, de María y de Pedro, pero los arqueólogos no le hicieron mucho caso.

De enorme importancia fue en cambio el hallazgo de un grafiti de siete letras griegas (recordemos que el griego era entonces la segunda lengua del Imperio), inciso sobre el «Muro rojo» en la zona en la que éste se apoyaba en el lado norte del muro «G».

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De este modo, el grafiti se encontraba dentro del Lóculo, como se comprueba por su perfecta adecuación al hueco dejado en el estuco del «Muro rojo». Esto llevó justamente a la profesora Guarducci a argumentar que esa inscripción había sito realizada en el lóculo antes de su cierre en la era constantiniana.

La historia de este grafiti es, como poco, rocambolesca. Fue encontrado en un carro de detritos por el padre Ferrua, uno de los cuatro excavadores oficiales, el cual (por motivos inexplicables o, como dijo él, para salvarlo) se lo llevó a su casa, hasta que, cuando la cosa se supo en 1952, por orden de Pío XII tuvo que restituirlo al Vaticano.

Las siete letras griegas fueron interpretadas así por la profesora Margherita Guarducci, epigrafista de fama mundial: PEDRO ESTÁ AQUÍ DENTRO

Hacemos notar que la existencia del precioso grafito, habiendo sido conocida sólo en 1952, cuando la campaña de excavaciones iniciada por Pío XII había concluido oficialmente desde hacía tiempo, no pudo ser anunciada por Pío XII en su solemne anuncio del hallazgo de la Tumba hecho en la clausura del Año Santo de 1950.

4UNA TUMBA SUPERPUESTA

Al término de los trabajos, los arqueólogo, dirigidos por Mons. Kaas, establecieron con certeza que las sucesivas reformas del altar de la Confesión, que los diversos Papas habían llevado a cabo durante siglos (el altar mayor de la Basílica constantiniana fue rehecho por Gregorio Magno en el siglo VI y después por el Papa Calixto II en el siglo XII, y finalmente por Clemente VIII en el siglo XVI) yacen todos uno encima de otro, y todos se apoyan en el antiguo monumento de Constantino.

El corte vertical de la zona arqueológica representado en la próxima imagen muestra, abajo, el lugar terreno de la primitiva sepultura del cuerpo de Pedro, inmediatamente después del martirio, sobre la que en el siglo II se elevó el »Trofeo» llamado de Gayo. A la derecha se ve el muro «G» con el nicho de mármol donde Constantino transportó, en el siglo IV, los huesos del Apóstol. Todo tiene como fondo la pared oriental del »Muro rojo».

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Sobre el nivel del pavimento constantiniano está la base del altar de Calixto II (siglo XII) que rodeaba el más pequeño erigido en el siglo VI por Gregorio Magno; más arriba aún el plano del altar actual son las columnas de Bernini.

Sustancialmente, las excavaciones efectuadas por Pío XII confirmaron arqueológicamente lo que ya históricamente se sabía con certeza: que la tumba de San Pedro existe aún hoy bajo el altar papal llamado de la “Confesión” de la Basílica Vaticana, tanto que Pío XII pudo declarar al mundo en el mensaje de Navidad al clausurar el Año Santo 1950: “¿Ha sido verdaderamente encontrada la tumba de san Pedro? A esta pregunta, la conclusión de los trabajos y de las investigaciones responde con un clarísimo «Si»: ¡la tumba del Príncipe de los Apóstoles ha sido encontrada!».

Artículo de Angelo Albani y Massimo Astrua, publicado originalmente en italiano en la página Flos Carmeli