Un viento huracanado de espiritualidad parece estar transformando los cimientos de la religiosidad tradicional. Durante décadas ha ido germinando en todo el mundo, y también en nuestro país, una revolución espiritual, silenciosa, amable y vinculada a la vida misma de individuos, grupos y comunidades.

Los dogmáticos buscan afanosamente darle una definición para rotularla en sus libros, los fundamentalistas solo quieren descalificarla, pero quienes han estado esperando una luz en medio de la confusión de sus almas, de sus creencias y de los falsos mesianismos modernos han descubierto que, ante todo, una revolución espiritual se da primero derrumbando el ego que ha sido alimentado por la cultura de la competitividad, la insolidaridad y la depredación de los entornos naturales y que, por tanto, es necesario emprender urgentemente un camino.

No se trata de una nueva religión ni de otro movimiento; muchos ya lo han percibido: se evidencia cada vez más ampliamente un nuevo espíritu que busca despertar la conciencia de los individuos, hermanar a la humanidad y hacer de la casa común parte de la Tierra Prometida, en la que se encuentran caminos solidarios para superar la pobreza, la angustia interior y el sentido de la vida.

Ese nuevo espíritu parece estar soplando dentro de cada uno, como un maestro interior, superando la trampa de crear nuevos ‘gurús’, jerarquías o líderes que manipulen las conciencias. No es individualista, siempre fortalece comunidades, y sabe integrar respetuosamente las tradiciones ancestrales y religiosas.

Estilo de vida coherente

En un país tradicionalmente cristiano como Colombia, el despertar ha sido más bien lento, porque es muy fuerte la religión como ‘tradición cultural’. Sin embargo, las investigaciones de centros de estudios sobre el fenómeno religioso demuestran que cada vez más los colombianos han iniciado búsquedas, que van más allá de ‘trasteos’ hacia nuevos grupos religiosos, ya en crisis, sino que desean integrar todas las realidades de su existencia en un estilo de vida coherente.

Cuando esto está sucediendo, podemos decir que estamos pasando de la religiosidad a la espiritualidad, y sin darnos cuenta, a una espiritualidad integral.

Una auténtica espiritualidad se fundamenta en prácticas simples pero profundas; en conocimientos sencillos pero fundamentales; en formas de ver, de vivir y actuar en el mundo de modo armonioso pero consistente.

Es decir, que se ha ido descubriendo que no es suficiente profesar unas creencias o memorizar unos dogmas y que son insuficientes los radicalismos para declararse buen creyente.

Esto va revelando que la espiritualidad parte, por ejemplo, de la comunión con los elementos de la creación, porque el primer Evangelio consiste en saber que somos criaturas unidas profundamente a la suerte del cosmos.

Comprendiendo el amor

Estamos comprendiendo que el amor y el modo de relacionarnos con los demás no es una ley impuesta desde fuera, sino parte de un inmenso mosaico en el que nos autocomprendemos y construimos la felicidad; y finalmente en que la comprensión de lo sagrado, la esfera de lo divino, Dios mismo, es a la vez una presencia inmanente en cada persona, lugar y acontecimiento, pero también trascendente, porque no lo podemos definir ni controlar, manipular o intentar apropiarnos de Él.

En fin, las personas están redescubriendo de un modo nuevo las dimensiones de la santidad: llevar una vida armoniosa, sana, pacífica y solidaria.

No podemos negar la amplia presencia de la Iglesia católica hasta en los lugares más recónditos del país, tampoco podemos negar el inmenso aporte de misioneros y misioneras a la educación, la cultura y el progreso; pero tampoco podemos cerrar los ojos a las formas de evangelización verticalistas, dogmáticas, machistas y caprichosas.

Hacen parte de esta inmensa realidad las luces y las sombras; por esto, de nada sirven las condenas, los rencores o los rechazos radicales; por el contrario, es la oportunidad de ir integrando el despertar espiritual de los colombianos a formas modernas de evangelización, y aceptar, de una vez por todas, el pluralismo religioso que trae una espiritualidad integral; porque las formas culturales, las idiosincrasias y hasta los contextos geográficos despiertan formas de ver, vivir y estar en el mundo.
Se supone que la ‘catolicidad’ de la Iglesia consiste precisamente en esta universalidad; no se trata de un uniformismo.

Contexto católico

Y se está haciendo, poco a poco, lentamente, pero se han abierto caminos que ya muchos los están transitando, y el papa Francisco ha sido un sabio protagonista.
En Choachí (en chincha: Chi Gua Chía = Nuestro Monte Luna), en las goteras de Bogotá, se ha creado desde hace una década el primer centro de espiritualidad integral para Latinoamérica, en un contexto católico, ecuménico e interreligioso, para abrir puertas a todos aquellos que vienen realizando estas búsquedas.

Mediante retiros, talleres y cursos sobre meditación, prácticas corporales de recogimiento interior en comunión con la naturaleza, el desarrollo de artesanías como prácticas meditativas, huertos caseros, red de practicantes contemplativos de toda Latinoamérica, etcétera, se ha hecho una apuesta a este huracán espiritual que ha ingresado en la Iglesia, y que por sí mismo se ha abierto un lugar, y ya es un referente de espiritualidad iberoamericano.

Muchos no saben que las prácticas de meditación están presentes en la Biblia, que la tradición judeocristiana es una tradición de meditadores, contemplativos y místicos. Dado que no se han estudiado adecuadamente estas raíces, muchos van a buscar en otras tradiciones religiosas lo que desde siempre ha estado en presente, aunque oculto, en su propia casa.

También es cierto que los pastores no han recibido la adecuada formación en este campo, y muchos no solo lo ignoran, sino hasta lo niegan o combaten, juzgándolo como sincretismo o traición a la fe, pero esta sabiduría ya se ha abierto paso en la espiritualidad integral.

En la actualidad se desarrollan cursos sobre una nueva exploración bíblica que lleva al descubrimiento de ‘Las huellas ocultas de la meditación en las Escrituras Sagradas’, que ha tenido una inmensa acogida, por su profundidad, novedad y renovación espiritual de los participantes.

Un despertar en la Iglesia

Son los laicos quienes más han sabido acoger este soplo del espíritu: niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos, rompiendo sus esquemas tradicionales de religiosidad, han descubierto un modo novedoso y profundo de orar, de integrar su devoción a la cotidianidad, de cuidar la creación como parte de su experiencia de Dios y de ver la solidaridad como un servicio a la paz.

En el proceso adquieren una visión más amplia de su fe, de la importancia del ecumenismo, el diálogo intercultural e interreligioso, y de saber integrar esta nueva visión, como el paso de la religiosidad tradicional a una espiritualidad integral.
Han venido personas de distintas partes del mundo a vincularse a este camino, no católicos, musulmanes y hasta autodenominados agnósticos y ateos. Todos han manifestado alegría por la riqueza de este camino.

Los clérigos y las religiosas han ido haciéndose cada vez más partícipes. Hay un despertar inmenso en la Iglesia, aunque a algunas comunidades les cuesta salir de su zona de confort.

Por esto hemos encontrado modos de ayudar a que las congregaciones religiosas renueven su propia espiritualidad mediante el retorno a la vía mística que, incluso ignoran, está a la raíz de su propio carisma.Desde el silencio se ha ido consolidando esta revolución espiritual abierta a todos.

PRESBÍTERO VÍCTOR RICARDO MORENO HOLGUÍN
Director de la Escuela de Contemplación Salmos de Bogotá