“El hombre no se puede separar de Dios, Ni la política de la moral”, Tomás Moro

Tomás Moro, político y humanista inglés, nació en Londres, en 1478, murió en esa misma ciudad en 1535, decapitado por orden del Rey Enrique VIII, por respaldar la posición de la Iglesia Católica, de oponerse a su divorcio.

Estudió en la Universidad de Oxford y accedió a la corte inglesa en calidad de jurista. Su experiencia como abogado y juez le hizo reflexionar sobre la injusticia del mundo, a la luz de su relación intelectual con humanistas europeos, como Erasmo de Rotterdam. Desde 1504 fue miembro del Parlamento, donde se hizo notar por sus posturas audaces en contra de las injusticias.

Su obra más relevante como pensador político fue su libro Utopía. En el criticó el orden político y social establecido, bajo la fórmula de imaginar una comunidad perfecta; su modelo está caracterizado por la igualdad social, la fe religiosa, la tolerancia y el imperio de la Ley, combinando la democracia en las unidades de base con la obediencia general a la planificación racional del gobierno.

El Rey Enrique VIII, atraído por su valía intelectual, lo promovió a cargos de importancia: embajador en los Países Bajos (1515), miembro del Consejo Privado (1517), portavoz de la Cámara de los Comunes (1523) y canciller desde 1529. Fue el primer laico que ocupó este puesto político en Inglaterra.

Tomas Moro fue la figura política más atractiva de comienzos del siglo XVI, la voz de la conciencia de la primera Reforma inglesa, una de las tres mayores personalidades del Renacimiento inglés.

Ayudó al rey a conservar la unidad de la Iglesia Católica de Inglaterra, rechazando las doctrinas de Lutero; e intentó, mientras pudo, mantener la paz exterior.

Sin embargo, acabó rompiendo con Enrique VIII por razones de conciencia, pues era un católico ferviente. Moro declaró su oposición y dimitió como canciller, cuando el rey quiso anular su matrimonio con Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena; el rey rompió las relaciones con el Papado, se apropió de los bienes de los monasterios y exigió al clero inglés un sometimiento total a su autoridad.

Inglaterra pasó de la religión católica a la anglicana, dirigida por Enrique VIII.

La negativa de Tomás Moro a reconocer como legítimo matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena, prestando juramento a la Ley de Sucesión, hizo que el rey lo encerrara en la Torre de Londres, en 1534 y lo hiciera decapitar al año siguiente, acto que demuestra hasta donde llegó su honestidad.

Un año después de la decapitación de Tomás Moro, Ana Bolena fue prisionera en la misma Torre de Londres, y también decapitada por orden del Rey.

El concepto de utopía fue propuesto por primera vez por Tomás Moro.

En su libro UTOPÍA Tomas Moro, en 1516 plantea la posibilidad de crear un estado justo en la que todos sus habitantes alcanzan la felicidad, por la organización del Estado, que creen que es la mejor y única forma de gobernar honestamente.

UTOPIA es un país en el que no existe nada privado, todo es común y por lo que nadie carece de nada. Sus habitantes son ricos aunque nada posean.

En Tomás Moro podemos encontrar un ejemplo de vida, un político honesto, modelo para aquellos laicos que, queriendo vivir en medio del mundo, busquen transformarlo y llevarlo a Dios.

Tomás Moro fue un modelo político, honesto por su afán de servir, veía la política como su modo de servir a Dios: su vocación.

La idea de una isla “ningún lugar” es una imagen perfecta, porque supone la necesidad de descubrir ese lugar.

Unos de los antecedentes a la obra de Tomás Moro, son LOS HECHOS DE LOS APOSTOLES, que dice;

“La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma y nadie consideraba suyo lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común… No había entre ellos ningún necesitado porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta, lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4, 32-35).

Este pasaje de los Hechos de los Apóstoles, describe bien a Moro no sólo por ser mártir de la fe, sino por su honestidad, coherencia y testimonio de vida cristiana, por su unidad de vida.

Junto a los Hechos de los Apóstoles, en Tomás Moro hemos de destacar la influencia notable de San Agustín, como lo demuestra el hecho de que en sus escritos sea el autor más citado entre todos los Padres de la Iglesia.

Tenía un profundo conocimiento de “La Ciudad de Dios”, el libro de San Agustín, sobre los dos amores que fundaron sendas ciudades; la terrena y la celestial.

Ambos autores buscan ante todo comprender la relación entre la Ciudad de Dios, que no se puede, ni se debe identificar con la Iglesia terrenal, y la Ciudad de los hombres, tampoco identificable con cualquier tipo de forma de gobierno.

En ese sentido, las obras de San Agustín y Tomás Moro, leídas en sus contextos históricos llenan de luz la doctrina tradicional de la Iglesia respecto a la relación de la Iglesia y del poder político. Uno de Teología de la Historia, otro de pensamiento utópico.

Moro, como San Agustín, poseía una fuerza interna: su pasión por la verdad, heredades de Sócrates, Platón y Aristóteles.

En la época de Tomás Moro estaba el pensamiento de Maquiavelo, que escribió justo en esos años sus obras principales: los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y El Príncipe, quién triunfaba con su modelo de concebir el saber político.

También Martin Lutero. Eran los ideólogos a los que debía refutar con las armas de su pluma y de su doctrina.

La primera edición de la Utopía de Tomás Moro, fue en Lovaina, a finales de 1516. El encargado de hacerla fue su gran amigo y también preclaro humanista, Erasmo de Rotterdam.

Para Moro la política es sobre todo el arte de lo posible a partir de la razón y en el ámbito de la sociedad.

En el caso concreto de Utopía, la estructura de la obra y la técnica del diálogo que emplea su autor, hacen de ella una obra que cumple a la perfección lo que se propone tratar sobre la mejor forma de una comunidad política.

Tomás Moro no busca programas de acción inmediata –tarea que corresponde a los cristianos bajo su personal responsabilidad- sino líneas maestras y principales para la edificación de una futura sociedad.

El punto de partida de Moro no es una búsqueda de lo que sería idealmente justo en el mundo, sino un método eficaz de trabajo para exponer lo que realmente tenía de malo la sociedad de esa época. Utopía es lo contrario de un Estado próspero en desarrollo económico.

Y si no se dan allí las matanzas o revueltas porque se trata de un Estado en el que los valores espirituales y materiales se desarrollan al mismo tiempo, en un sistema de libertad y tolerancia, que encamina toda actividad hacia el servicio comunitario, haciendo que la isla entera constituya una especie de única y gran familia.

Utopía es un instrumento de reflexión -con un método sin duda peculiar, novedoso y eficaz-, para la búsqueda de un mundo mejor.

Destacamos tres temas de esa obra que consideramos especialmente relevantes:

La supresión del dinero,
Eliminación de la propiedad privada;
La dignidad y relevancia humana; El trabajo humano;
Clave del libro, es la visión comprensiva que Moro posee de los acontecimientos que describe y analiza.

Para que todo vaya bien en la sociedad habría que acabar con la propiedad privada. El dinero es el causante de casi todos los males que acaecen en una sociedad…

¿Es el dinero la raíz última de los males?;

¿Es el dinero uno de los eslabones en el determinismo mecanicista de la historia? O, puesto de manera más positiva, ¿la eliminación del dinero en Utopía, y con ello la posibilidad de acumular bienes privados, es razón del bienestar de los utopienses?

¡No, no es ésa la razón!, sino otra bien distinta.

Si los negocios humanos funcionan bien en Utopía, si la gente trabaja y cede voluntariamente el producto de su trabajo, si no existe codicia por acumular bienes ni intención de alzarse con el poder… es porque los valores espirituales priman sobre los materiales.

No es porque no exista el dinero, o la propiedad privada. Es el amor al prójimo y la esperanza de una vida futura premiada por Dios, lo que les mueve a trabajar y servir a sus conciudadanos.

Más allá de la desaparición de la propiedad privada o del dinero, la lección que quiere dar Moro es ésta: “que la ambición, el orgullo y los vicios sensuales han rebajado de tal forma la conducta cristiana de los pueblos. Que es vergonzoso contemplar cómo los utopienses, que no han recibido la Revelación, se mantienen a un nivel superior al de los reinos que se llaman cristianos.

Quien hace del dinero, o de la posesión de bienes, la fuente de los vicios, está en realidad transfiriendo las funciones económicas de estos medios a la esfera ética, midiendo los males por las riquezas y haciendo al dinero patrón de la esfera moral.

¿Puede un político ser honesto, si se dedica a fabricar bebidas alcohólicas, ser dueño de bancas de juegos de azar, traficar con drogas, robar, promover vicios…? ser corrupto. A engañar a sus clientes…

Porque cuando una sociedad no responde a la llamada de Dios, y la desprecia, viene a caer en una situación más lamentable que la de aquellos que se guían por la mera razón natural.

Tomás Moro da gran importancia a la educación para obtener estos objetivos.

Rafael Hythiodeo, un portugués, que dice que viajó con Américo Vespucio, es el personaje principal, él que conoce a la isla UTOPIA.

La educación no es para formar a personas como ladrones, que luego habrá de ajusticiar, sino debe ser conforme a las verdaderas virtudes cívicas.

Tomás Moro le propone a Hythlodeo que todo lo que ha aprendido en sus viajes y en la isla de Utopía lo lleve a la Corte, para enseñarlo y que sirva de orientación a los que gobiernan.

Si no es posible erradicar de inmediato los principios erróneos, ni abolir las costumbres inmorales, no por ello se ha de abandonar la causa pública, que es la política.

El buen saber político tiene una forma y un tiempo que resulta indispensable cuidar.

En el pasaje de Utopía donde se trata de los cargos públicos en la isla se dice, por ejemplo, que “a las sesiones del Senado asisten dos sifograntes (ancianos sabios, jefes de tribu), distintos cada día, estando previsto, que no se ratifique ningún asunto tocante al Estado si no ha sido sometido a debate en el Senado por lo menos tres días antes.

Todo intento de resolver asuntos públicos fuera del Senado o de las asambleas de ciudadanos, se considera gravísimo delito”.

“En Utopía se acostumbra a no debatir en el Senado propuesta alguna en el día mismo en el que se presenta, sino que se deja para la siguiente sesión.

De esta forma se evita el que alguien suelte sin más ni más, lo primero que le viene a la boca, y ande luego buscando razones para defender ese criterio suyo, en vez de defender el interés del Estado.

No existe distinción en clases sociales. Entre los más aptos e inteligentes “se escogen los embajadores, los sacerdotes, los magistrados y el mismo príncipe.”.

Tomás Moro dice; “así como no puedo asentir a todo lo que dijo Hythlodeo, así también he de confesar de buen grado que en la República de los utopienses hay muchas cosas que desearía ver implantadas en nuestras ciudades, aunque, la verdad, no es de esperar que lo sean”.

Hythlodeo opinaría que, si buscamos un remedio a los males, haría falta una revolución. Moro por su parte piensa que, en tanto los hombres no se conviertan y sean buenos −“y esto va para largo”−, habría que adoptar el método de la reforma paulatina.

Ambos se mueven en clave cristiana y aceptan que son los vicios y pecados de la humanidad, los que han desfigurado la armonía social.

“El hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su conciencia.

Cuando vemos que muchas veces el dinero o el “tener” es el motivo único de tantas personas en la política −cuando se hace gala más lo que se tiene, que lo que se es−, comprobamos cómo ese modelo de vida genera tantas discriminaciones y abusos de los derechos humanos. Cuando encontramos un político honesto, como fue Tomás Moro, es un gran descubrimiento.

Es Rafael Hythlodeo el que hace la descripción de Utopía y describe las bondades de la isla, que según él mismo considera, serían consecuencia del sistema económico que rige en la isla, de esa visión comunitaria que él mismo ha visto y disfrutado, y en la que no existe ni dinero ni propiedad privada.

Es Hythlodeo el que describe y ve con buenos ojos ese modelo, no ocurre así con el personaje del propio Tomás Moro, que marca claras distancias.

Hythlodeo; De todas maneras, mi querido Moro, si he de decirte con sinceridad lo que tengo en mi conciencia, me parece que donde quiera que exista la propiedad privada, allá donde todo el mundo mida todo por el dinero, resultará poco, menos que imposible, que el Estado funcione con justicia y propiedad.

Estoy firmemente convencido de que será imposible una distribución justa y equitativa de los bienes y una satisfactoria organización de los asuntos humanos, si no se suprime totalmente la propiedad privada.

Mientras ésta continúe, continuará también pesando sobre la mayor y más selecta parte de la humanidad, una carga agobiante e intolerable de pobreza y preocupaciones”

Moro: “Pues yo pienso todo lo contrario. Jamás será posible el bienestar allá donde todos los bienes sean comunes.

¿Cómo se va a conseguir que haya abundancia de bienes si todo el mundo se sustrae del trabajo?

No sintiéndose urgidos por necesidades personales, los hombres se volverán perezosos, confiando en la laboriosidad del prójimo. Y al verse hostigados por la pobreza, y sin ley que proteja el derecho a los bienes que se han adquirido, ¿No se debatirán irremediablemente en perpetua matanzas y revueltas?

La propuesta de suprimir el dinero, y con él la propiedad privada, no supone inferir una postura pesimista por parte de Moro.

¿Quién ignora que los fraudes, robos, rapiñas, reyertas, motines, guerras, levantamientos, asesinatos, traiciones y envenenamientos quedarían definitivamente extinguidos junto con la supresión del dinero?

Y al mismo tiempo que el dinero, desaparecerían también el temor, la inquietud, las preocupaciones, las fatigas y vigilias, y hasta la pobreza misma −única que parece andar corta de dinero−; también ella decrecería tan pronto se eliminase totalmente el dinero en el mundo”

Las palabras que emplea Hythlodeo son sin duda palabras duras: “Qué clase de justicia es esa que a un noble cualquiera, a un orfebre, a un prestamista, o, en fin, a uno de esos individuos que no hacen nada −o si lo hacen de nada sirve al Estado− les permite llevar una vida de derroche y esplendidez a base de ocio y ocupaciones inútiles?

En cambio, el jornalero, el carretero, el artesano y el labrador, que realizan trabajos tan duros y continuos, que ni las bestias de carga los soportarían, y trabajos tan indispensables, que sin ellos no duraría un solo año el Estado, éstos perciben un mezquino sustento y llevan una vida miserable. De tal forma viven, que la condición de las bestias de carga podría hasta parecer preferible a la suya

(…) ¿Qué benévolas prevenciones se hacen a favor de labradores, carboneros, braceros, carreteros y carpinteros, sin los cuales sería imposible que subsistiera el Estado? Porque, una vez que han consumido su edad productiva en el trabajo, y se ven cargados de años y achaques, y desprovistos de todo, es entonces cuando −olvidando los muchos desvelos y los cuantiosos beneficios que han reportado a la sociedad− se les paga, desagradecidamente, con la más mísera de las muertes”

El trabajo, como elemento necesario y prioritario en la vida de los utopienses, se destaca como referencia constante en la obra de Tomás Moro.

Lo considera elemento indispensable para una sociedad que, como UTOPÍA pueda ser considerada feliz y próspera.

En el libro primero de Utopía, Moro se duele de esa sociedad que se llama cristiana, pero donde el dinero lo puede todo y los hombres rehúyen el trabajo, tratando de triunfar a costa del sudor ajeno.

La contrapartida se hallaría en la isla de Utopía, que aun siendo pagana, nos da ejemplo de vida honrada y laboriosa.

El trabajo se trata de modo específico en el capítulo dedicado a las artes y oficios de los utopienses.

En Utopía nadie anda ocioso, sino que todos trabajan, de un modo armónico y equilibrado.

En Utopía el trabajo es algo esencial, pero nunca se tratará de un fin de la buena vida, sino un medio para la vida buena.

Tomás Moro no perderá jamás, ni en la obra ni en su vida, la jerarquía de bienes y amores que ha de tener la vida cristiana; y por lo mismo tendrá muy clara la distinción de lo que son fines, por más ocultos o espirituales que sean, y lo que son medios, por más manifiestos y materiales que se muestren.

Por eso en Utopía se trabaja tan solo seis horas al día, con tiempo libre para comer, divertirse y dedicarse a las cosas del espíritu. Seis horas bastan porque se trabaja con intensidad y porque nadie se crea más necesidades que las que exige la vida. Los únicos no obligados al esfuerzo son los viejos y los enfermos.

Como consecuencia de lo anterior, en la constitución social de Utopía las profesiones representan un título de honor.

Por sus dotes físicas e intelectuales, unos se dedican al campo y a la industria, y otros a las artes liberales y del espíritu.

Es muy positiva por tanto la valoración que se hace en Utopía de los oficios, hasta el punto de prescribirse que “todos −hombres, y mujeres− han de aprender un oficio”.

Pero dentro de ese principio general, Moro destaca de entre todos los oficios, uno que se considera obligatorio para todos los ciudadanos; es la agricultura.

En efecto, todos los utopienses sin excepción, sea cual sea el oficio que tengan; a veces se tratará además de trabajos en el campo, se instruyen en el arte de la agricultura desde la niñez.

En este sentido, Tomás Moro, imbuido quizá por el espíritu religioso que hacía de la agricultura una ocupación digna y necesaria para los mismos monjes contemplativos.

“De todo lo que sirve para la adquisición de bienes, nada es superior a la agricultura, nada es más fecundo, ni más agradable, ni más digno de un hombre libre”

¿Por qué? Porque en ella el trabajo en la agricultura está conciliado con la seguridad de poseer bienes suficientes (excedentes) para su subsistencia, y un sistema de solidaridad que aleja a los utopienses de todo posible temor por su mantenimiento y estabilidad económica.

En el caso concreto del trabajo en la agricultura aún es más manifiesto, porque lo propio de un verdadero humanista, es ese intento de armonía entre la ciudad y el campo, la urbe y el agro.

Para los ciudadanos de Utopía, el trabajo es signo y medio de liberación humana y base de la dignidad individual.

Así es la vida y obra de este político honesto, llamado Tomás Moro.

“El hombre no se puede separar de Dios, Ni la política de la moral”. Tomás Moro

Tomás Moro es un hombre para la eternidad…