En la Biblia dije aquello de que si te pegaban debías poner la otra mejilla pero la cosa no funciona: al final acabas crucificado.
Este lunes conocimos que una monja del convento de Santa Clara de Palencia, de nada menos que 87 años, había conseguido reducir y encerrar a una mujer de 45 que había entrado a través de los tornos a robar. ¡Con la Iglesia hemos topado!
La noticia me ha recordado la historia de las Monjas Kung Fu del Himalaya.
Las monjas Kung Fu son una orden de monjas budistas perteneciente al linaje drukpa, una de las ramas de la tradición kagyu del budismo tibetano, con sede en Katmandú. Aunque históricamente se prohíbe a las monjas practicar artes marciales, estas intrépidas hermanas consiguieron que Jigmet Pema Wangchen, el XII Gyalwang Drukpa, les autorizara en 2008 un programa de entrenamiento.
Las drukpa son conocidas como jigme que quiere decir «sin miedo», «valientes».
Ellas mismas explican que además de practicar su religiosidad, son activistas comunitarias conocidas por su compromiso social que consiste en la defensa y la ayuda a las mujeres en un entorno donde su acceso a oportunidades educativas y económicas es reducido, campañas de sostenibilidad medioambiental y la promoción de la tolerancia intercultural en su área del Himalaya. Su activismo también se extiende a la lucha contra el tráfico de personas y el rescate de animales abandonados.
Lo del Kung Fu comenzó como un complemento al yoga, uno de los pilares de su actividad espiritual, ya que las hermanas afirman que este arte marcial ayuda a trabajar la mente. Hoy recorren multitud de lugares realizando exhibiciones.
Además del Kung Fu les encanta la bici, y realizan marchas de miles de kilómetros, durante las cuales conciencian a la gente sobre el cuidado de la naturaleza y ellas mismas recogen los plásticos y botellas que se encuentran por ahí y los guardan para reciclar.