Lo que nos faltaba: estamos como estamos y se nos vino encima la mezcla explosiva de política y religión. Lo que un amigo mío llama la “poligión”. Esa es la tapa que le faltaba al frasco.
Los partidos y candidatos están organizando estrategias para aprovecharse de la religiosidad de la gente. Saben bien que, al contrario de los católicos, los seguidores de iglesias protestantes son muy disciplinados y obedecen las órdenes de sus pastores.
Parece que las elecciones parlamentarias y presidenciales del año entrante hicieran milagros, si es que me perdonan ustedes una expresión tan obvia tratándose de este tema. Los ejemplos abundan, pero ninguno es mejor que este: cómo será el tamaño que está cogiendo esa bola de nieve, que un ferviente católico de tuerca y tornillo, el antiguo procurador Alejandro Ordóñez, al que sus adversarios tanto le embroman la vida llamándolo beato y camandulero, acaba de escoger, como su compañero para vicepresidente, a un pastor evangélico de Barranquilla.
Iglesias de garaje
El fenómeno se desató tras la nueva Constitución Nacional de 1991, que consagró la libertad de cultos. Las estadísticas más confiables sostienen que, en promedio, en los últimos diez años se ha abierto un nuevo templo cada diez días. La gente les dice “iglesias de garaje”.
Catorce sacerdotes católicos cayeron también en esa tentación, siendo elegidos gobernadores o alcaldes desde el 91. Con el correr del tiempo aparecieron los primeros pastores convertidos en congresistas, diputados o concejales. Pero fue el plebiscito del año pasado lo que provocó el verdadero estallido de la ‘poligión’. Las iglesias protestantes fueron decisivas en la victoria del ‘No’. Cómo sería que ni el papa Francisco se salvó de esos arrebatos de fanatismo y lo acusaron de promover el ‘Sí’ y de intervenir en los asuntos internos de Colombia.
Desde ese momento los pastores protestantes se volvieron manjar apetecido para los partidos de todas las tendencias. Son los primeros invitados a marchas y desfiles. Comenzaron a lloverles sonrisas, coqueteos y propuestas. Los buscan para hacer alianzas. No se equivoquen: la religión será un factor determinante en las dos elecciones del 2018.
¿Eso es bueno o malo? ¿Provoca más iracundia de la que ya tenemos, más polarización y conflictos, o ayuda a serenar los ánimos? Como el asunto empezó a inquietarme, salí a buscar opiniones, reflexiones, gente que sea capaz de analizar con serenidad y ponderación, que aporte ideas.
Política con mayúscula
El padre Francisco de Roux, sacerdote jesuita, filósofo y experto en asuntos económicos, es uno de los colombianos que más inspira respeto y admiración en temas como la paz, los problemas campesinos y la ética de la sociedad.
–La participación de los cristianos en la Política, con mayúscula –me dice el padre–, es una forma de atender el llamado de Jesús a participar en la construcción del bien común, de una sociedad que sea compatible con el evangelio y a comprometerse con los demás ciudadanos, sean cristianos o no. El papa Francisco es un buen ejemplo.
Pero otra cosa, agrega De Roux, es que las iglesias se conviertan en movimientos electorales, “de política (con minúscula), porque entonces la paz, la verdad, la justicia, ya no son causas gratuitas para sembrar valores en toda la sociedad, sino que se vuelven eslóganes para conseguir votos”.
El sacerdote se queda pensativo un instante. Luego agrega:
–Cuando el cristianismo se politiza nada es gratuito, porque en política nada hay gratis: todo lo que usted gana lo pierdo yo, y por eso yo no puedo dejarle ganar nada.
Violencia y religión
Le comento al padre De Roux que me está dando vueltas en la cabeza la inquietud de que volvamos a aquellos años en que el revoltillo de política y religión, la primera ‘poligión’, fue uno de los factores que desató la violencia en Colombia.
–Esa violencia –me responde el sacerdote, con una admirable sinceridad– fue alimentada por la ideología que se llamó Nueva Cristiandad, cuando la Iglesia se unió al partido conservador para tener el poder público. El arzobispo de Bogotá decidía por quién votaban los católicos. Jesús nunca buscó ser un líder político ni buscó el poder.
Es evidente que esa situación ha cambiado, prosigue el padre: “Hoy, la Iglesia católica, bien entendida, forma cristianamente a buenos ciudadanos para que participen en la construcción del bien común escogiendo, según su propio criterio y según los valores del evangelio, entre diversas alternativas políticas”.
¿Políticos o cristianos?
En este momento pienso que es conveniente oír a los voceros de otras religiones y acudo al pastor Darío Silva, fundador y presidente de la iglesia Casa sobre la Roca, que cumple ya treinta años.
Con su reconocida agudeza empieza por decirme que “hay muchos cristianos que se descristianizan al politizarse, y muy pocos políticos que se cristianizan cuando dicen cristianizarse, que es, generalmente, en vísperas de elecciones”. Silva añade que “Colombia fue un Estado confesional: católicos conservadores contra protestantes liberales. Luego vinieron los curas comunistas, con la Teología de la Liberación, y mezclaron un coctel de vodka con agua bendita”.
La senadora Viviane Morales, que fue fiscal general y es una reconocida dirigente de los evangélicos, y precandidata a la Presidencia, afirma que el cambio fundamental “se dio a partir del 2016, cuando se recogieron 2,3 millones de firmas para que las adopciones las hagan solamente padres de diferentes sexos. Se produjeron, también, las enormes marchas del 2 de agosto contra la cartilla aquella del Ministerio de Educación”.
Luego vino el plebiscito de octubre y la participación masiva de los protestantes, que fue fundamental en el resultado.
Un asunto de este mundo
La senadora Morales cree que los principales artífices de ese cambio “fueron los nuevos pastores, que asumieron el liderazgo de hablarles a sus comunidades de las causas políticas, en el mejor sentido de la palabra, y no como un indigno asunto ‘de este mundo’, que era lo que se decía antes. Eso demostró que no hay contradicción entre ser cristiano y ser ciudadano”.
Darío Silva, por su parte, dice que “si un pastor quiere bajarse del púlpito a la curul, está en libertad de hacerlo, siempre y cuando no mezcle los dos muebles”.
–Convertir la religión en un partido político no es compatible con el cristianismo –sostiene, de modo categórico, el padre Francisco de Roux–. Por definición, un partido divide a la gente. El cristianismo, en cambio, es un mensaje de amor y misericordia para todas las personas, incluso si son ateos.
Entonces, le pregunto al padre, ¿qué es lo que buscan los pastores cristianos cuando se vuelven dirigentes políticos?
–Buscan el poder– me responde sin titubeos–. Y, con el poder, el dinero y el prestigio. Buscan aprovecharse de la sensibilidad religiosa de la gente para conseguir votos, lo cual cae en la manipulación de lo más sagrado que tiene todo ser humano: su conciencia. La religión, convertida en partido político, es funesta.
‘Eso es totalitarismo’
Un teólogo católico, que me pide mantener su nombre en el anonimato, sostiene que “esta proliferación de iglesias y pastores se produjo en Colombia durante el gobierno de Ernesto Samper, luego de que el cardenal (Pedro) Rubiano lanzara su célebre expresión sobre el elefante presidencial. Entonces se abrió el camino para el reconocimiento de miles de iglesias con ‘pastores chiquitos’ que manipulan barrios, organizaciones cívicas, clubes”.
Llegados a este punto, Darío Silva sostiene que “lo que es incompatible con el cristianismo es el totalitarismo. Como dijo Calvino, ‘si somos iguales ante Dios, somos iguales ante el Estado’. Jesucristo extiende una mano hacia la extrema derecha y la otra hacia la extrema izquierda”.
¿En la situación política que vive Colombia se están mezclando la religión y la política? Suelto esa pregunta porque cada día es más evidente lo que está pasando.
–Están pretendiendo crear esa confusión –dice Viviane Morales–. Pero los ciudadanos creyentes, en ejercicio de sus derechos de libertad de conciencia, religiosa y política, tienen también el derecho legítimo de reivindicar su visión de la sociedad con argumentos racionales, públicos y democráticos.
Epílogo
Antes de levantarse de la mesa imaginaria en que hemos estado conversando, el pastor Darío Silva pide la palabra y dice:
–Mi lema es: cristianizar la política sin politizar el cristianismo.
Entonces les pregunto qué opinan sobre los partidos y movimientos que coquetean con las iglesias tratando de seducirlas.
–Son líderes políticos astutos –exclama el padre De Roux– que intentan manipular las iglesias desde fuera para hacer más eficientes sus partidos, que hoy en día son simples máquinas que producen votos, y donde la ética importa poco.
(Se calcula que, en este momento, hay en Colombia unos diez millones de fieles protestantes, de los cuales suele votar el 55 por ciento).
¿Cuál es, en resumidas cuentas, la gran diferencia entre política y religión? Me parece que es esta: las religiones convocan a la unidad mientras la política provoca divisiones.
Ahora veo que me faltaron las opiniones de los ateos, que también son ciudadanos. Espero que haya una nueva oportunidad antes de las elecciones.