El sábado pasado Estados Unidos fue sacudido por eventos horríficos y racistas en Charlottesville, Virginia. Por primera vez en sus vidas nuestros hijos vieron con sus propios ojos los espectros de un pasado racista y dudosamente estadounidense: el rojo y negro del simbolismo Nazi, los coros racistas y los insultos antisemíticos de los supremacistas.
En tiempos como estos nos volvemos a hacer la misma pregunta que nos hemos hecho a través de los siglos: ¿cómo ponemos fin al racismo en Estados Unidos?
Como un pastor, creo que el odio es un síndrome del corazón humano, y solo la gracia, junto a la perfecta justicia de Dios, pueden ponerle fin. También creo que Dios diseñó la iglesia para responder al sufrimiento humano. Por estas razones, cuando veo las tensiones entre razas en Estados Unidos y el crecimiento extraordinario de la comunidad latina cristiana, estoy convencido que la iglesia latina puede ser la respuesta al racismo.
No es un secreto que la comunidad latina en Estados Unidos se ha convertido en una fuerza formidable en términos económicos, sociales y políticos. Sea en el PIB del país o en las elecciones nacionales, somos una comunidad valiosa y codiciada. Aunque los medios nos preguntan acerca de temas como la migración o sobre qué candidato recibirá nuestro voto , la mayoría no han notado el componente de la fe latina, la cual se está esparciendo como un fuego incontrolable.
En los Estados Unidos, los latinos evangélicos son el grupo religioso con más rápido crecimiento. Iglesias latinas están apareciendo por todos lados, reanimando un país que lentamente se ha deslizado hacia la apatía religiosa. Y este fenómeno no se limita a Estados Unidos –en Centroamérica y Suramérica la iglesia latina evangélica también está creciendo como un fuego salvaje–. De hecho, yo lo presencié con mis propios ojos cuando viajé recientemente a Guatemala, Puerto Rico y Nicaragua.
En Ciudad de Guatemala, Guatemala, tuve el privilegio de predicar en la iglesia más grande de Centroamérica, y una de las congregaciones más grandes del mundo, Casa de Dios. Lo que empezó en una sala de un hogar en 1994, hoy es una congregación de más de 20,000 personas, que cada domingo van a Casa de Dios a cantar, crecer en comunión y escuchar las enseñanzas del pastor Cash Luna.
En Puerto Rico, el Gobernador Ricardo Rosselló me invitó a hablar en su desayuno de fe –prayer breakfast– de inauguración. Más de 60 líderes religiosos y funcionarios públicos, incluyendo al presidente de la Cámara de Representantes, senadores y representantes públicos, acudieron al evento. Todos estos líderes se juntaron para buscar consejo y oración mientras el nuevo gobierno trabaja para tratar de sacar a Puerto Rico de su crisis económica.
Y hace solo dos semanas, en Nicaragua, como parte del movimiento One Nation One Day,me paré enfrente de 1,500 líderes gubernamentales –incluyendo miembros del parlamento y ministros de la corte suprema– y hablé sobre el valor de tener un gobierno establecido en los principios bíblicos de la rectitud y la justicia.
Cada líder que conocí me dijo la misma cosa: la fe está creciendo de una manera explosiva en el mundo latino. Este año, cuando la Reforma Protestante cumple 500 años, es el tiempo de la Reforma Latina. Y, créalo o no, esta reforma empieza en Estados Unidos.
De acuerdo al Census Bureau, en el año 2044 más de la mitad de la población estadounidense pertenecerá a un grupo minoritario, con los hispanos formando el segmento más grande. En el 2060, casi una de cada tres personas en Estados Unidos será hispano(a).
Mientras estos cambios demográficos ocurren, y si la trayectoria de la comunidad evangélica latina continúa su marcha, la iglesia latina está posicionada para ser una lumbre de paz. Como latinos evangélicos, tenemos el llamado profético de pedir justicia y finalmente reconciliar la rectitud de Billy Graham con la justicia de Martin Luther King, Jr. Sea sobre la migración o el racismo, nuestra comunidad tiene el manto de responsabilidad de hacer de nuestras iglesias una representación multiétnica y multigeneracional del Reino de Dios.
Somos el nexo de una comunidad diversa y creciente que se extiende desde Norte a Suramérica, y tenemos la influencia, la pasión y un número de creyentes poderoso para traer un cambio a nuestra cultura. Este es el tiempo para que los latinos sean parte de la solución al racismo en Estados Unidos.