Veo con preocupación que en nuestra comunidad cristiana evangélica, al margen de los discursos de igualdad, respeto y dignidad que se le da a la mujer (¡faltaría más!), la realidad dista mucho de ser la que Jesús enseñaba, tal y como yo la veo.
En la España machista del nacionalcatolicismo franquista las mujeres no podían abrir una cuenta corriente sin permiso del marido, casarse sin el visto bueno de su padre, o estudiar en la universidad.
Dicho sea de paso, las primeras mujeres universitarias españolas fueron dos alumnas evangélicas preparadas por una profesora y misionera evangélica: Alice Gordon Gullick, mujer ejemplar y pionera vinculada con el feminismo cristiano surgido en EEUU. Sí, feminismo cristiano. Porque los evangélicos estamos confundiendo la palabra “feminismo” como equivalente a “ideología de género”.
Sin duda hay feministas en la ideología de género, Pero lo triste, lo muy triste, es que no haya una corriente de genuino feminismo cristiano entre el pueblo de Dios. Un feminismo que no hace mejor o superior a la mujer respecto al hombre, sino sencillamente iguales en valor, con características diferentes.
El lobby LGTBI primero nos robó el arco iris, y ahora también nos ha robado el feminismo. Recuperemos lo que es nuestro. Porque Jesús era feminista. Tenía mujeres entre sus discípulos, amigas (Marta y María, por ejemplo), dignificando a la mujer en todo momento y circunstancia (la mujer encorvada, la enferma con flujo de sangre, la mujer adúltera, etc., etc.) Es más, el mensaje de su resurrección fue encargado en primicia a una mujer (un testimonio que no era legalmente creíble).
Y se acercó a aquellas que los hombres despreciaban pero que comerciaban con su cuerpo (la pecadora en casa de Simón el fariseo, incluso Jesús mismo eligió descender de una prostituta extranjera, Rahab).
En este sentido como en otros muchos Jesús fue revolucionario para su tiempo. Y como antes expliqué, hombres y mujeres cristianos evangélicos fueron parte del impulso del inicio del movimiento de liberación de la mujer. Sí, liberación real y justa: poder votar, elegir con quién casarse, estudiar en la universidad, asumir lugares de peso y decisión… Y en nuestro mundo evangélico actual nos hemos quedado anclados en el pasado, incluso retrocedido y/o anquilosado.
Para mí es una vergüenza ver que casi no hay mujeres en lugares de verdadera responsabilidad o relevancia (ya no hablo sólo del pastorado, cuestión de debate que dejo al margen), sino de seminarios, instituciones, ONGs, federaciones, alianzas, consejos, medios de comunicación, entidades paraeclesiales, congresos, encuentros. Y esto comienza en la propia iglesia local, donde mujeres de enorme valía (a veces más que reconocidas en su labor profesional extraeclesial) “sólo” sirven para cantar, llevar la escuela dominical, ayudar en la obra social u otro tipo de servicio similar.
¿Valen menos, tienen menor capacidad? No ¿Entonces? ¿por qué no se alza de verdad la voz, o se impulsa un cambio (en especial los varones)? Sólo se me ocurren dos opciones: o no interesa o no importa. Como decía, el mundo evangélico está confundiendo la palabra feminismo como equivalente a la ideología de género.
Pero me temo que tras ese telón está arraigado un machismo que nada tiene de cristiano, con palabras políticamente correctas y muy educadas, pero con una realidad que grita que “lo que haces no me deja oír lo que dices”. Y estoy cansado, harto, de esta situación. También del silencio de los hombres buenos, esos que en el fondo saben que esta situación existe, pero que callan para no tener problemas o dificultades.
Y preocupado, porque el futuro de la iglesia es de los jóvenes, de las mujeres y hombres jóvenes, que llegan buscando seguir a Jesús, no a una institución arcaica impregnada de machismo. La consecuencia del pecado original en el Génesis fue que “el hombre se enseñoreará de la mujer”.
No es una orden de Dios, sino el anuncio de un fruto envenenado del pecado cometido. En el nuevo orden de Jesús no debe ser así. En la iglesia sobran señores, faltan siervos. Siervas ya hay muchas, y además a menudo ignoradas o anuladas en la indiferencia a su potencial y llamamiento de parte de Dios.