El Papa Francisco ha alabado en muchas ocasiones el papel de los laicos japoneses, que consiguieron mantener la fe de sus comunidades en ausencia de sacerdotes, durante más de dos siglos de persecución.
En el año 1614 los cristianos comenzaron a ser perseguidos en Japón, los misioneros fueron expulsados del país y hasta más de dos siglos después no se permitió la llegada de nuevos misioneros.
Fue precisamente en el año 1865 cuando la apertura de Japón al mundo facilitó el fin de las persecuciones y una nueva remesa de misioneros abrió la primera iglesia católica en Japón, en la localidad de Oura, junto a Nagasaki. Al frente de esta misión se encontraba el padre Bernard Petitjean.
Hasta esa pequeña iglesia se acercó un grupo reducido de vecinos, que miró todo con curiosidad, pero se marchó sin decir nada. Regresaron días después y preguntaron abiertamente al padre Petitjean tres cuestiones: si lo había enviado el Papa de Roma, si estaba casado y si veneraba a la Virgen María. Eran cristianos ocultos que habían mantenido la fe en secreto durante dos siglos y medio, sin sacerdotes y sin recibir los sacramentos.
Se descubrió entonces que quedaban unos 50.000 cristianos ocultos, un número considerable, por lo que muchos pasaron a denominarlo “El Milagro de Oriente”. Poco a poco alguno de estos cristianos comenzó a integrarse en la tradición católica, aunque no todos, puesto que muchos habían mezclado la fe con tradiciones paganas.
Una de las razones que explican su fidelidad es que habían conseguido transmitir de generación en generación tres cuestiones que para ellos resultaban vitales: el valor de la confesión, el rezo de una oración de contrición y arrepentimiento que recitaban en casa cada vez que se veían forzados a participar en actos de apostasía, y una profecía de 1660 llamada «del catequista Sebastián», que avisaba que llegarían barcos con confesores. Sebastián fue un catequista que murió mártir en Omura durante los últimos días de la persecución.
Esta profecía llenaba de esperanza a los cristianos ocultos y su historia conmocionó a toda la cristiandad.