El cardenal Robert Sarah ha hecho otro llamamiento ferviente para que no se debilite la regla obligatoria del celibato para los sacerdotes, afirmando que sería una catástrofe que equivaldría a un «ataque a la Iglesia y su misterio».
En una entrevista exclusiva concedida al Register el 7 de febrero con motivo de la publicación, a final de mes, de la versión inglesa del libro que ha escrito con el papa emérito Benedicto XVI sobre el sacerdocio, Desde lo más profundo de nuestros corazones, el cardenal africano explica por qué el papa Benedicto y él han escrito este libro, a saber: como advertencia de que separar el celibato del sacerdocio, incluso como excepción, eliminaría la imitación del sacerdocio de Cristo como esposo de la Iglesia, convirtiéndola en una «mera institución humana».
Y, ante la inminente publicación de la exhortación apostólica postsinodal del papa Francisco, el cardenal Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, también explica que la excepción propuesta en el sínodo difiere de las excepciones anteriores y de la situación de las Iglesias Orientales, resaltando el hecho de que los sacerdotes casados de la Iglesia primitiva vivían una vida matrimonial en castidad.
También aborda el que considera uno de los problemas más graves a los que se enfrenta el sacerdocio actualmente: la falta de fervor apostólico en la Iglesia y la tibieza. Exhorta a ser discípulos radicales y sacerdotes «radicalmente santos».
El cardenal Sarah también aborda el tema de la algarada que ha supuesto el lanzamiento del libro en francés, subrayando que no hubo un malentendido, sino más bien una serie de «sórdidas maquinaciones» puestas en marcha por «quienes se oponen al sacerdocio» y cuya intención era apartar la atención del «contenido del libro».
«Saben que sus argumentaciones están basadas en errores históricos, en malentendidos teológicos», ha dicho. «Saben que el celibato es necesario para la evangelización en los países de misión. Por lo que intentan deslegitimar el libro».
Eminencia, ¿por qué ha querido escribir este libro?
¡Porque el sacerdocio cristiano está en peligro mortal! Está atravesando una crisis enorme.
El descubrimiento del gran número de abusos sexuales cometidos por sacerdotes e incluso obispos es un síntoma indiscutible de esto. El papa emérito Benedicto XVI ha hablado con firmeza sobre este tema. Pero lo que dijo fue distorsionado e ignorado. Igual que ahora, se ha intentado silenciarle. E igual que ahora, se han hecho maniobras de distracción para desviar la atención de su mensaje profético. Sin embargo, estoy convencido de que nos ha dicho lo fundamental, lo que nadie quiere oír: nos ha demostrado que lo que realmente subyace a los abusos cometidos por el clero es un profundo error en su formación. El sacerdote es un hombre que se distingue por su servicio a Dios y a la Iglesia. Es una persona consagrada. Toda su vida está dedicada a Dios. Y, sin embargo, ellos quieren desacralizar la vida sacerdotal. Quieren trivializarla, hacerla profana, secularizarla. Quieren que el sacerdote sea un hombre como cualquier otro. Algunos sacerdotes se formaron sin poner a Dios, la oración, la celebración de la misa y la búsqueda fervorosa de la santidad en el centro de sus vidas.
Como dijo Benedicto XVI: «¿Por qué la pedofilia ha alcanzado esos niveles? En última instancia, la razón es la ausencia de Dios. Sólo allí donde la fe no determina la acción del hombre son posibles estos crímenes».
En concreto, ¿cómo de insuficiente es esta formación que usted menciona? ¿Y cuáles han sido sus consecuencias?
Los sacerdotes han sido formados sin que se les haya enseñado que Dios es el único punto de apoyo de sus vidas, sin hacerles experimentar que sus vidas sólo tienen significado a través de Dios y para Dios. Privados de Dios, no tienen nada salvo el poder. Algunos han caído en la lógica diabólica del abuso de autoridad y los delitos sexuales. Si un sacerdote no tiene la experiencia diaria de ser sólo un instrumento en las manos de Dios, si no se mantiene constantemente ante Dios para servirle con todo su corazón, entonces corre el riesgo de intoxicarse con un sentimiento de poder. Si la vida de un sacerdote no es una vida consagrada, entonces corre el gran peligro de engañarse y desviarse.
Actualmente hay personas a las que les gustaría que se hiciera un ulterior paso en esta dirección. Les gustaría relativizar el celibato de los sacerdotes. ¡Sería una catástrofe! Porque el celibato es la manifestación más evidente de que el sacerdote pertenece a Cristo, que ya no se pertenece a sí mismo. El celibato es el signo de una vida que tiene significado sólo a través de Dios y para Él. Querer que se ordene a hombres casados implica que la vida sacerdotal no es a tiempo pleno, que no necesita ser una entrega completa, por lo que el sacerdote puede tener otros compromisos como una profesión, o tiempo libre para su vida privada. Pero esto es falso. Un sacerdote es sacerdote a todas horas. Ante todo, la ordenación sacerdotal no es un compromiso generoso: es la consagración de todo nuestro ser, una conformación indeleble de nuestra alma a Cristo sacerdote, que pide de nosotros una conversión permanente para corresponderle. El celibato es el signo incuestionable de que ser sacerdote supone permitir que uno mismo sea totalmente poseído por Dios. Cuestionar esto agravaría aún más la crisis del sacerdocio.
¿Comparte el papa emérito Benedicto XVI este punto de vista?
Estoy seguro de ello, y así me lo ha dicho, cara a cara, en varias ocasiones. Su mayor sufrimiento y la prueba más dolorosa de la Iglesia latina son los crímenes cometidos por los sacerdotes pedófilos, sacerdotes que han violado su castidad. Basta con leer todo lo que escribió al respecto siendo cardenal; luego, durante su pontificado y, en tiempos más recientes, en el libro.
Nunca ha dejado de subrayar la importancia del celibato sacerdotal en toda la Iglesia. Deje que le recuerde sus palabras: «Si separamos el celibato del sacerdocio, ya no veremos el carácter carismático del sacerdocio. Sólo veremos una función que la institución proporciona para su propia seguridad y necesidades. Si queremos ver el sacerdocio bajo esta luz… entonces la Iglesia será entendida sólo como mera institución humana».
Pero ellos querían amordazar a Benedicto XVI. Tengo que confesar mi sublevación ante la difamación, violencia y grosería de la que ha sido objeto. Benedicto XVI quería hablar al mundo, pero intentaron desacreditar sus palabras. Sé que asume con firmeza todo lo que hay escrito en el libro, y sé que está encantado con su publicación. Quería escribir y expresar públicamente su alegría, pero querían impedir que lo hiciera relatar con detalle, hora tras hora, estas maniobras no tienen sentido. Prefiero no extenderme en estas sórdidas maquinaciones, porque los responsables tendrán que dar un día cuenta de ellas ante Dios.
¿Qué hay detrás de esta oposición?
Quienes se oponen al sacerdocio no quieren ir al fondo del debate, porque saben que sus argumentaciones están basadas en errores históricos y malentendidos teológicos. Saben que el celibato es necesario para la evangelización en los países de misión, por lo que intentan deslegitimar el libro. Como no pueden oponerse al contenido del libro, atacan la portada del mismo. ¡Qué pena! Dicen que el papa emérito ya está senil. Pero ¿ha leído lo que escribe? ¿Cree que alguien puede escribir páginas de tanta hondura sin estar en plena posesión de sus facultades mentales? Hay personas que dicen que hemos sido naífs. Intentan hacernos creer que nuestros editores nos han manipulado para montar no sé qué tipo de ardid publicitario. ¡Es totalmente falso! No hay confusión ni malentendido. Lo único que ha hecho nuestro editor francés es poner en marcha el trabajo realizado junto al papa emérito. Ya lo he dicho. Me gustaría aprovechar para rendir homenaje, de nuevo, a la lealtad y profesionalidad de nuestros editores, sobre todo mi editor francés.
Toda esta polémica ha sido una táctica diversiva para evitar hablar de lo esencial: el contenido del libro.
Ante la elección del momento oportuno para publicar el libro, justo antes del 12 de febrero, fecha de la publicación de la exhortación apostólica postsinodal, que tal vez acepte la propuesta de los padres sinodales de permitir el acceso a la ordenación sacerdotal de hombres casados en la Amazonia, ¿quiso usted presionar al papa Francisco?
He escrito que «quien está contra el papa no está en la Iglesia», pero siempre me oponen a él. Incluso estoy en el primer lugar en la lista de quienes se oponen al papa Francisco. Estas acusaciones me rompen el corazón y me entristecen en lo más hondo. No obstante, estoy sereno y confío en que el papa no preste atención a estas insinuaciones falsas.
¡En absoluto me opongo al papa Francisco! Quienes afirman que lo que intento es dividir a la Iglesia mienten y le están siguiendo el juego al diablo. He escrito este libro para ofrecer mi humilde y filial contribución al papa en espíritu de verdadera sinodalidad. ¡Le desafío a encontrar en todo lo que he escrito una sola línea, una sola palabra de crítica al papa!
Pero estoy preocupado. En Alemania, un extraño sínodo está considerando poner en duda el celibato. Quería gritar mi inquietud: ¡No rompáis la Iglesia! Atacando el celibato sacerdotal, ¡estáis atacando a la Iglesia y su misterio!
La Iglesia no nos pertenece, es un don de Dios, y se perpetúa a través del ministerio de sus sacerdotes, que también son un don de Dios, y no una creación humana. Cada sacerdote es fruto de una vocación, una llamada personal e íntima de Dios mismo. Benedicto XVI lo explica con gran profundidad en su libro. Uno no decide por sí mismo ser sacerdote. Dios te llama y la Iglesia confirma esta llamada. El celibato garantiza esta llamada. Un hombre renuncia a una familia y a una vida sexual sólo si está seguro que Dios le llama a esta renuncia. Nuestro sacerdocio depende de la llamada de Dios y de la oración de la Iglesia por las vocaciones.
Por lo tanto, poner en duda el celibato es hacer de la Iglesia una institución humana, al alcance de nuestro poder. Significa renunciar al misterio de la Iglesia como don de Dios.
El sínodo amazónico no cuestiona de manera general el celibato sacerdotal; sólo quiere que se hagan excepciones debido a la falta de sacerdotes. ¿Cree que esto es posible?
La ordenación de hombres casados es una fantasía de los estudiosos de Occidente que buscan saltarse la norma. Quiero afirmarlo con fuerza: ¡las bases cristianas, los fieles pobres y sencillos, no exigen el final del celibato! Quieren que los sacerdotes sean santos, estén totalmente entregados a Dios y su Iglesia. Quieren sacerdotes célibes que encarnen entre ellos la figura de Cristo, esposo de la Iglesia. En este libro quería declarar con firmeza que debemos ayudar al papa Francisco a estar del lado de los pobres y sencillos, rechazando la presión de los poderosos, de los que tienen los medios para financiar las campañas de los medios de comunicación. Algunas organizaciones eclesiales que gestionan mucho dinero creen que pueden presionar al papa y los obispos. Lo vemos en Alemania. Algunos quieren imponer sus proyectos en toda la Iglesia. Recemos por el papa, debemos ayudarle a resistir a las presiones de estos cuerpos eclesiales ricos y poderosos. Debemos ayudarle a defender la fe de los más simples. Debemos ayudarle a defender a los pobres de la Amazonia de quienes quieren explotarles privándoles de un sacerdocio vivido plenamente en el celibato. Este libro ha sido escrito, sobre todo, para apoyar al papa en su misión.
Por otro lado, como indicó el papa Francisco al final del sínodo, el problema real de la Amazonia no es la ordenación de diáconos casados. La cuestión principal es la evangelización. Hemos renunciado a proclamar la fe, la salvación en Jesucristo. Con demasiada frecuencia nos convertimos en asistentes humanitarios o trabajadores sociales. En la Amazonia, faltan laicos que se tomen en serio su vocación misionera. Necesitamos catequistas. Permítame que haga referencia a una situación que experimenté en primera persona. A inicios de 1976, cuando era un joven sacerdote, entré en contacto con aldeas muy remotas de mi país, Guinea. Algunas de ellas no habían recibido la visita de un sacerdote en casi diez años, porque en 1967 Sékou Touré había expulsado a los misioneros europeos. Los catequistas siguieron enseñando el catecismo a los niños y recitando las oraciones del día. Rezaban el rosario. Se reunían los domingos para escuchar la Palabra de Dios. Tuve la gracia de conocer a estos hombres y mujeres que mantuvieron su fe sin el apoyo de los sacramentos debido a la falta de sacerdotes. Nunca olvidaré su increíble alegría cuando celebré la misa que durante años no habían tenido. Creo que si se hubiera ordenado a hombres casados de cada aldea, el hambre eucarística de los fieles se habría extinguido. La gente se habría distanciado de la alegría de recibir, en el sacerdote, a otro Cristo. Sí, con el instinto de la fe, los pobres saben que un sacerdote que ha renunciado a una vida matrimonial les entrega a ellos el don de su amor como marido.
Respecto a la falta de sacerdotes, es real. Sin embargo, creo que el papa Francisco tiene razón cuando escribe: «En muchos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas» (Evangelii Gaudium, 107).
Pero, ¿qué me dice de las excepciones a la ley del celibato que ya existen, como por ejemplo, en las Iglesia Orientales de rito latino, o en el Ordinariato Anglicano?
Una excepción es, por definición, transitoria y constituye un paréntesis en el estado normal y natural de las cosas. Es el caso de los pastores anglicanos que han vuelto a la comunión plena. Pero la falta de sacerdotes no es una excepción. Es lo normal en una Iglesia naciente, como en la Amazonia, o en las Iglesias que mueren, como en Occidente. Jesús nos lo advirtió: «La mies es abundante pero los trabajadores son pocos» (Mt 9, 37). La ordenación de hombres casados en las comunidades cristianas jóvenes impediría la aparición de vocaciones de sacerdotes no casados. La excepción se convertiría en un estado permanente. Un debilitamiento del principio del celibato, incluso si está limitado a una región, no sería una excepción, sino una ruptura, una herida en la coherencia interna del sacerdocio. Por otro lado, la dignidad y grandeza del matrimonio se comprende cada vez más. Como observa Benedicto XVI en este libro, estos dos estados no son compatibles porque ambos exigen una entrega absoluta y total.
En Oriente, algunas iglesias tienen clero casado. De ninguna manera voy a poner en duda la santidad personal de estos sacerdotes. Pero esta situación es viable debido sólo a la enorme presencia de monjes. Además, desde el punto de vista del signo dado a toda la Iglesia por el sacerdocio, hay un riesgo de confusión. Si un sacerdote está casado implica que tiene una vida privada, una vida conyugal y familiar, por lo que debe sacar tiempo para su esposa y sus hijos. Esto conlleva que es incapaz de mostrar, con toda su vida, que está completa y absolutamente entregado a Dios y a la Iglesia. San Juan Pablo II lo dijo con toda claridad: la Iglesia quiere ser amada por sus sacerdotes con el amor verdadero con el que Jesús la amó; es decir, con el amor exclusivo del esposo. Es importante, dijo también, que los sacerdotes comprendan la motivación teológica de su celibato. Afirmó: «El celibato sacerdotal no se puede considerar simplemente como una norma jurídica ni como una condición totalmente extrínseca para ser admitidos a la ordenación, sino como un valor profundamente ligado con la sagrada Ordenación, que configura a Jesucristo, buen Pastor y Esposo de la Iglesia» (Pastores Dabo Vobis, 50). Esto es lo que Benedicto XVI y yo queremos recordar. El fundamento verdadero del celibato no es un jurídico, disciplinario o práctico: es teocéntrico. A este respecto, me gustaría recordar el extraordinario discurso del 22 de diciembre de 2006 del papa emérito a la curia romana. El celibato por Dios es absurdo a los ojos del mundo secularizado y ateo. El celibato es un escándalo para la mente contemporánea. Demuestra que Dios es una realidad. Si la vida de los sacerdotes no demuestra de manera concreta que Dios basta para hacernos felices y dar significado a nuestra existencia, entonces ¿quién le proclamará? Nuestra sociedad necesita más que nunca el celibato, porque necesita a Dios.
¿Qué dice a la afirmación según la cual el celibato sacerdotal es una norma relativamente reciente de la Iglesia católica?
A menudo somos víctimas de una profunda ignorancia histórica sobre este tema. La Iglesia tuvo sacerdotes casados durante los primeros siglos. Pero en cuanto un sacerdote era ordenado, se le exigía que se abstuviera de tener relaciones sexuales con su esposa. Benedicto XVI nos lo recuerda de manera muy clara en el libro. Todos conocen su profunda cultura histórica y su conocimiento perfecto de la tradición antigua. Es un hecho cierto y las investigaciones históricas recientes lo han demostrado. En esta exigencia no había ningún tabú, ni temor a la sexualidad. Era una cuestión de afirmar que el sacerdote es el esposo exclusivo, en cuerpo y alma, de la Iglesia. Desde el punto de vista histórico, las cosas están claras: en 305, el Concilio de Elvira recuerda la ley «recibida de los apóstoles», sobre la continencia de los sacerdotes. Dado que la Iglesia estaba saliendo de la época del martirio, una de las primeras preocupaciones era afirmar que los sacerdotes debían abstenerse de tener relaciones sexuales con sus correspondientes esposas. De hecho, el Concilio declara: «Se ha acordado de manera unánime que los obispos, sacerdotes y diáconos, es decir, todos los clérigos constituidos en el ministerio, deben abstenerse de sus mujeres y no deben tener hijos; quienquiera que no se atenga a esto debe ser despojado del oficio clerical» (Canon 33). Si este requisito hubiera sido una innovación, hubiera causado amplias protestas por parte de los sacerdotes. En cambio, en general fue recibido serenamente. Los cristianos ya eran conscientes entonces de que el sacerdote que celebra la misa, la renovación del sacrificio de Cristo por el mundo, también debe ofrecerse a Dios y a toda su Iglesia en cuerpo y alma. Ya no se pertenece a él mismo. Fue sólo mucho más tarde, debido a la corrupción de los textos, que esta disciplina cambió en Oriente, aunque sin renunciar al vínculo ontológico entre sacerdocio y abstinencia.
En su libro alude en varias ocasiones a la necesidad de una evangelización radical. ¿Cree que nos estamos enfrentando a una disminución del fervor apostólico, que la Iglesia ha perdido su sal?
Me alegro de que me plantee esta pregunta. Ciertamente, es el aspecto más importante del libro, pero nadie lo ha observado, o lo ha comentado. Nos conformamos con polémicas secundarias y estériles. Creo que la tibieza y la mediocridad han invadido todo. Debemos aspirar a la santidad. Benedicto XVI, con valor profético, osa afirmar que «sin la renuncia a los bienes materiales, no puede haber sacerdocio. La llamada a seguir a Jesús no es posible sin este signo de libertad y renuncia a todas las transigencias». Con esto está poniendo las bases para una verdadera reforma del clero. Hace un llamamiento a un cambio radical en la vida diaria de los sacerdotes diciendo: «El celibato no puede alcanzar su significado pleno si nos conformamos a las normas de propiedad y a las actitudes de la vida tal como es vivida habitualmente hoy en día». Estoy convencido que, en verdad, es la radicalidad de este llamamiento a la santidad lo que molesta y lo que no queremos oír. Este libro molesta porque el papa emérito ofrece una perspectiva exigente y profética.
Por mi parte, he intentado desarrollar esta llamada subrayando que los sacerdotes deben encontrar modos concretos de vivir los consejos evangélicos. Los obispos deben reflexionar sobre esto, por ellos mismos y por sus sacerdotes: debemos poner a Dios de manera concreta en el centro de nuestras vidas. La vida de los sacerdotes no puede ser una vida según el mundo. «Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 24). Occidente ya no respira, ha envejecido porque ha renunciado. Espera, sin tal vez darse cuenta, la juventud, la crudeza de la exigencia evangélica a la santidad. Por tanto, espera sacerdotes que sean radicalmente santos.