Desde el inicio de la pandemia las iglesias evangélicas pusieron en evidencia la clase de recursos que poseen para crisis como la que estamos viviendo. Las ayudas del gobierno canalizadas a través de las iglesias llegaron a los necesitados con notoria prontitud y equidad, también, con muchos sentimientos de solidaridad y amor.
Salvo contados resabios, las primeras medidas de confinamiento fueron acatadas por los pastores y sus iglesias, con mucha disciplina y rigor. El cuidado espiritual y terapéutico impartido desde las iglesias fue un factor de tranquilidad, fortaleza y consuelo para la población que estaba abatida por los efectos de esta pandemia.
Cuando se puso en marcha el protocolo para la celebración de actividades en las iglesias, los evangélicos dieron una demostración ejemplar de cumplimiento y apego a las normas acordadas.
Por múltiples factores, el aporte social de las iglesias no se cuantifica. Nosotros los evangélicos no hemos desarrollado una estrategia que nos permita visibilizar nuestra mejor cara ante los políticos, aunque hay que admitir que hay avances que deben tomarse en cuenta en ese sentido.
Al inicio de las fiestas navideñas lo más atendible era que el gobierno involucrara a todos los sectores para generar de manera creativa y entusiasta un movimiento de acción preventiva en el que las iglesias y demás sectores tuvieran un rol de primer orden.
Pero esto no sucedió, lo que se produjo fue un desbordamiento de las actividades que obligó a las autoridades gubernamentales a tomar medidas extremas en las que quedaron por 10 días afectadas las iglesias.
Esta suspensión creó malestar, y muchos lo expresaron en el marco de sus derechos. Otros fueron más agresivos y hubo hasta quienes amenazaron con la desobediencia. Otros pocos asumieron una actitud más beligerante, incluso, con matices políticos. Cabe destacar que las organizaciones representativas guardaron un prudente silencio y gestionaron vía el ministro de Enlace, pastor Dio Astacio, una salida más satisfactoria y conveniente para todos.
La salida feliz fue la derogación del artículo 10 del decreto 740-20. El nuevo decreto firmado por el presidente Luis Abinader, establece que se permite la apertura y celebración de actividades de las diferentes iglesias y otras denominaciones religiosas, las cuales podrán realizarse tres veces a la semana.
Las iglesias evangélicas son una inmensa reserva de hombres y mujeres que, a partir de su fe, aprovechan su formación cristiana como recurso para practicar el bien común.
Las iglesias desarrollan una diaconía de esperanza mediante redes de personas, grupos y comunidades. El fluido intercambio y los contactos de solidaridad humana de las iglesias evangélicas está siempre en ánimo de favorecer a los sectores más deprimidos de nuestras comunidades.
Esa realidad la conoce muy bien nuestro ministro de Enlace de las Iglesias con el Poder Ejecutivo, pastor Dio Astacio, quien mantiene una comunicación muy activa y dinámica con los líderes evangélicos más representativos, y con toda la comunidad evangélica en general, en ánimo de que las iglesias tengan una participación honorable en las políticas públicas que se implementan desde gobierno para bien de todos. Pero también, en ánimo de que las iglesias cumplan con la misión que el Señor le ha encomendado.
Este proceso reciente generó algunos puntos de tensión de los cuales hay mucho que aprender. Creo que quienes llamaron la atención al gobierno sobre la paralización de las actividades religiosas jugaron su papel, creo que las instituciones representativas y sus líderes hicieron su trabajo con madurez, sabiduría y prudencia, y creo que el ministro de Enlace, pastor Dios Astacio, hizo un gran trabajo de conciliación y compresión de la labor de las iglesias. Pero también aprecié algunos hermanos reaccionando, a mi juicio, más allá de lo que aconseja la prudencia cristiana y del momento especial que estamos viviendo.
Finalmente creo que el presidente Luis Abinader reconoció la importancia que tienen las iglesias. Es importante que el mandatario pondere a las iglesias con su visión integral de desarrollo, sus valores éticos y su presencia como capital social y espiritual de nuestra nación.
Las iglesias son un activo social del desarrollo, de la espiritualidad, de la invocación para que el poder y la asistencia del Todopoderoso nos acompañe en todo lo que emprendemos. La mansedumbre, la solidaridad y la prudencia forman parte de nuestras características esenciales.
Nos quedan otros desafíos en esta lucha contra esta pandemia, oremos para que el Señor nos dé la sabiduría y sigamos como iglesia y como líderes cristianos jugando el rol que nos corresponde y cumpliendo con la misión que el Señor nos ha encomendado.