En el camino hacia un gran aniversario
Todo el mundo cristiano se acerca a un gran aniversario. En 2025 celebraremos el 1.700 aniversario del primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia, que tuvo lugar en Nicea en el año 325. Este importante acontecimiento también estuvo marcado por muchos factores históricos.
Entre ellos, debe recordarse en primer lugar que fue convocado por un emperador, y más precisamente por el emperador Constantino. Esto sólo puede entenderse con el trasfondo histórico de que en ese momento había estallado una violenta disputa dentro del mundo cristiano sobre cómo la profesión de fe cristiana en Jesucristo, como Hijo de Dios, podía reconciliarse con la creencia igualmente cristiana en un solo Dios.
En esta disputa el Emperador vio una seria amenaza a su plan de consolidar la unidad del Imperio sobre la base de la unidad de la fe cristiana. Vio la división emergente de la Iglesia principalmente como un problema político, pero fue lo suficientemente perspicaz como para entender también que la unidad de la Iglesia no se lograría por medios políticos, sino sólo por medios religiosos. Queriendo unir a los bandos opuestos, el emperador Constantino convocó el primer concilio ecuménico en la ciudad de Nicea en Asia Menor, cerca de la metrópoli de Constantinopla que había fundado.
En este contexto histórico, la gran importancia del primer concilio ecuménico se hace aún más evidente. Rechazó el modelo de monoteísmo estrictamente filosófico propagado por el teólogo alejandrino Arius, según el cual Cristo sólo podía ser «Hijo de Dios» en un sentido impropio, y contrastó este modelo con la profesión de fe en Jesucristo, Hijo de Dios, «de la misma sustancia del Padre».
El Credo de Nicea se convirtió en la base de la fe cristiana común, ya que el Concilio de Nicea se celebró en un momento en que la cristiandad aún no había sido desgarrada por las muchas divisiones posteriores. El Credo del Concilio todavía une a todas las Iglesias Cristianas y comunidades eclesiales hoy en día, y su importancia ecuménica es muy grande. En efecto, la restauración ecuménica de la unidad de la Iglesia presupone un acuerdo sobre el contenido esencial de la fe, un acuerdo no sólo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales de hoy, sino también un acuerdo con la Iglesia del pasado y, sobre todo, con su origen apostólico.
El 1.700 aniversario del Concilio de Nicea será, por lo tanto, una ocasión fructífera para conmemorar este Concilio en comunión ecuménica y para reflexionar de manera renovada sobre su profesión de fe cristológica.
La sinodalidad como un desafío ecuménico
El Concilio de Nicea también tiene una gran importancia ecuménica desde otro punto de vista. Documenta la forma en que, en la Iglesia, los temas controvertidos se discuten y resuelven sinodalmente en un concilio. La palabra ya lo indica: «sínodo» se compone de las palabras griegas hodos (camino) y syn (con) y expresa el caminar juntos en un camino.
En el sentido cristiano, la palabra denota el camino común de las personas que creen en Jesucristo, que se ha revelado como «el camino», y más precisamente como «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). La religión cristiana fue por lo tanto originalmente llamada «el camino» y los cristianos, que siguieron a Cristo como el Camino, fueron llamados «pertenecientes a este Camino» (Hechos, 9, 2). En este sentido, Juan Crisóstomo explicó que «iglesia» era un nombre «que indica un camino común», y que iglesia y sínodo son «sinónimos» (Explicatio in Ps, 149). Por lo tanto, la palabra «sinodalidad» es tan antigua y fundamental como la palabra «iglesia».
El Concilio de Nicea marca, por lo tanto, el comienzo -válido para la Iglesia universal- de la modalidad sinodal aplicada a la toma de decisiones. Se trata de otra conclusión de importancia fundamental desde el punto de vista ecuménico, como lo demuestran dos importantes documentos recientes: hace algunos años, la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias publicó el estudio «La Iglesia en el camino hacia una visión común», que propone una visión multilateral y ecuménica de la naturaleza, el propósito y la misión de la Iglesia.
Este estudio contiene la siguiente declaración eclesiológica común desde una perspectiva ecuménica: «Bajo la guía del Espíritu Santo, toda la Iglesia es sinodal/conciliar, en todos los niveles de la vida eclesial: local, regional y universal. En la calidad de sinodalidad o conciliaridad se refleja el misterio de la vida trinitaria de Dios, y las estructuras de la Iglesia expresan esta calidad para realizar la vida de la comunidad como comunidad» (n. 53). Este punto de vista también es compartido por la Comisión Teológica Internacional en su documento «La sinodalidad en la vida y la misión de la Iglesia».
El texto afirma con alegría que el diálogo ecuménico ha avanzado hasta el punto de que es posible reconocer en la sinodalidad «una dimensión reveladora de la naturaleza de la Iglesia», que converge hacia la «noción de la Iglesia como koinonia, que se realiza en cada Iglesia local y en su relación con las demás Iglesias, a través de estructuras y procesos sinodales específicos». (n. 116).
Escuchando al Espíritu Santo sinodal
En este espíritu ecuménico, el Papa Francisco también habla fuertemente a favor de promover los procedimientos sinodales en la Iglesia Católica. Está convencido de que seguir con firmeza el camino de la sinodalidad y profundizar en él es «el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio» (Discurso con motivo del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015). Sin embargo, en primer lugar, el Santo Padre se preocupa no tanto por las estructuras e instituciones, sino por la dimensión espiritual de la sinodalidad, en la que el papel del Espíritu Santo y su escucha común son de fundamental importancia: «Escuchemos, discutamos en grupo, pero sobre todo prestemos atención a lo que el Espíritu tiene que decirnos» (Soñemos de nuevo, página 97).
A partir de este fuerte énfasis espiritual también entendemos la diferencia entre la sinodalidad y el parlamentarismo democrático, que el Papa Francisco enfatiza insistentemente. Mientras que el proceso democrático sirve principalmente para determinar las mayorías, la sinodalidad es un acontecimiento espiritual que tiene por objeto lograr una unanimidad sostenible y convincente en el camino del discernimiento, en las convicciones de fe y en las consiguientes formas de vida de los cristianos individuales y de la comunidad de la Iglesia. El sínodo, por lo tanto, «no es un parlamento, donde para llegar a un consenso o a un acuerdo común se recurre a la negociación, al regateo o al compromiso, sino que el único método del sínodo es el de abrirse al Espíritu Santo, con valor apostólico, con humildad evangélica y con una oración confiada; para que Él nos guíe». (Introducción al Sínodo sobre la Familia, 5 de octubre de 2015).
Por otra parte, en cuanto al tema central del diálogo católico-ortodoxo, vale la pena aclarar más la dimensión ecuménica de la sinodalidad sobre la base de este importante diálogo.
La sinodalidad y la primacía en el diálogo católico-ortodoxo
En este diálogo se dio un paso importante durante la asamblea plenaria de la Comisión Mixta Internacional celebrada en Ravena en 2007, donde se aprobó el documento «Consecuencias eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Comunión eclesial, conciliaridad y autoridad».
En este documento se aclaran los términos «conciliaridad» y «autoridad», «sinodalidad» y «primacía» desde el punto de vista teológico. Se muestra entonces que la sinodalidad y la primacía se aplican en los tres niveles fundamentales de la vida de la Iglesia, es decir, a nivel local, en lo que respecta a la Iglesia local, a nivel regional, en lo que respecta a las diferentes Iglesias locales cercanas, y a nivel universal, en lo que respecta a la Iglesia que se extiende a todo el mundo e incluye a todas las Iglesias locales.
En otro pasaje se subraya que la sinodalidad y la primacía son interdependientes en todos los niveles de la vida de la Iglesia, en el sentido de que la primacía debe entenderse y realizarse siempre en el marco de la sinodalidad y la sinodalidad en el marco de la primacía. Esto significa concretamente que debe haber un «protos», un «kephale», es decir, una cabeza, en todos los niveles: a nivel local, el obispo es el protos de su diócesis en relación con los sacerdotes y todo el pueblo de Dios; a nivel regional, el metropolitano es el protos en relación con los obispos de su provincia; a nivel universal el obispo de Roma es el protos en relación con la multitud de Iglesias locales, mientras que en las Iglesias Ortodoxas el Patriarca Ecuménico de Constantinopla tiene un papel análogo.
En su conclusión, el documento expresa la convicción de la Comisión, confiando en que las reflexiones presentadas sobre el tema de la comunión eclesial, la conciliaridad y la autoridad de la Iglesia son «un progreso positivo y significativo en nuestro diálogo», y «una base sólida para el futuro debate sobre la cuestión de la primacía a nivel universal de la Iglesia» (n. 46).
La reconciliación ecuménica entre la sinodalidad y la primacía
Y para ello, tiene que haber una voluntad de aprender en ambos lados. Por una parte, la Iglesia Católica debe reconocer que en su vida y en sus estructuras eclesiales no ha desarrollado todavía ese grado de sinodalidad que sería teológicamente posible y necesario, y que un vínculo creíble entre el principio jerárquico y el principio sinodal-comunal favorecería el avance del diálogo ecuménico con la Ortodoxia. El fortalecimiento de la sinodalidad debe considerarse sin duda como la contribución más importante que la Iglesia Católica puede hacer al reconocimiento ecuménico de la primacía.
En particular, es necesario ponerse al día a nivel regional. Este nivel está bien desarrollado en las iglesias ortodoxas, en la medida en que los metropolitanos continúan ejerciendo esa importante tarea que ya tenían en los primeros siglos y en relación con la cual se tomaron importantes decisiones en el primer concilio ecuménico de Nicea en 325 y en el cuarto concilio ecuménico de Calcedonia en 451.
A este respecto hay que recordar también el célebre canon apostólico 34, que, reconocido por la Iglesia primitiva tanto en el Este como en el Oeste, regula las relaciones entre las Iglesias locales de una región y se caracteriza por un delicado equilibrio entre la sinodalidad y la primacía: «Los obispos de cada provincia deben reconocer al primero de ellos, considerarlo como su jefe y no hacer nada de importancia sin su consentimiento; cada obispo sólo puede hacer lo que corresponde a su diócesis y a los territorios que de ella dependen. Pero el primero no puede hacer nada sin el consentimiento de todos. Porque así prevalecerá la concordia y Dios será alabado por el Señor en el Espíritu Santo». La Iglesia Católica tiene mucho que recuperar a nivel regional de las provincias eclesiásticas y regiones eclesiásticas, consejos particulares y conferencias episcopales, como observa el Papa Francisco: «Necesitamos reflexionar para realizar aún más, a través de estos organismos, las instancias intermedias de colegialidad, integrando y actualizando quizás algunos aspectos del antiguo orden eclesiástico» (Discurso con motivo del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015).
Por parte de las iglesias ortodoxas, podemos esperar en cambio que, en el diálogo ecuménico, lleguen a reconocer que la primacía a nivel universal no sólo es posible y teológicamente legítima, sino también necesaria. Las tensiones intraortodoxas, que salieron a la luz de manera particularmente evidente en el Santo y Gran Sínodo de Creta en 2016, deberían hacernos comprender la necesidad de considerar un ministerio de unidad también a nivel universal de la Iglesia, que obviamente no debería limitarse a una simple primacía honorífica, sino que debería incluir también elementos jurídicos. Tal primacía no contradiría de ninguna manera la eclesiología eucarística, pero sería compatible con ella, como a menudo lo menciona el teólogo ortodoxo y metropolitano John D. Zizioulas.
La naturaleza eucarística de la sinodalidad y la primacía
Los católicos vemos la primacía del Obispo de Roma como un regalo del Señor a su Iglesia y, por lo tanto, también como una ofrenda a toda la cristiandad en el camino de redescubrir la unidad y la vida en unidad. Para poder demostrarlo de manera creíble, deberíamos poner más énfasis en el hecho de que la primacía del Obispo de Roma no es simplemente un apéndice jurídico y menos aún una adición externa a la eclesiología eucarística, sino que se fundamenta precisamente en ella. La Iglesia, que se concibe a sí misma como una red mundial de comunidades eucarísticas, necesita un poderoso servicio a la unidad también a nivel universal.
La primacía del Obispo de Roma, como ha señalado explícitamente el Papa Benedicto XVI, debe entenderse en última instancia sólo a partir de la Eucaristía, y más precisamente como una primacía del amor en el sentido eucarístico, una primacía que en la Iglesia tiene como objetivo una unidad capaz de lograr la comunión eucarística y de impedir de manera creíble que un altar se ponga en contra de otro.
Por lo tanto, es evidente que tanto la primacía como la sinodalidad tienen un carácter profundamente litúrgico y eucarístico. El hecho de que la Iglesia como sínodo viva sobre todo donde los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía muestra que la naturaleza más profunda de la Iglesia como sínodo es la sintaxis eucarística, como señala acertadamente la Comisión Teológica Internacional: «El camino sinodal de la Iglesia se forma y se nutre de la Eucaristía» (n. 47). La sinodalidad tiene su origen y culminación en la participación consciente y activa en la sinapsis eucarística y por lo tanto presenta una dimensión espiritual fundamental. Esto se manifiesta aún hoy en el hecho de que las asambleas sinodales como los concilios y los sínodos de obispos suelen abrirse con la celebración de la Eucaristía y la entronización del Evangelio, como ya se prescribió en el pasado, desde los Concilios de Toledo en el siglo VI hasta el Ceremonial de Obispos en 1984.
La tradición sinodal del cristianismo comprende una rica herencia que debe ser revitalizada. Un signo elocuente es la decisión del Papa Francisco de dedicar la asamblea general ordinaria del Sínodo de Obispos de 2022 precisamente al tema de la sinodalidad: «Para una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Este sínodo no sólo será un acontecimiento importante en la Iglesia Católica, sino que contendrá un importante mensaje ecuménico, ya que la sinodalidad es un tema que también mueve al ecumenismo, y lo mueve en profundidad.
*Cardenal Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos