- En la mayor parte de los países tradicionalmente católicos de América Latina, a medida que descienden los católicos, crecen los evangélicos pentecostales. ¿Por qué?
Con la excepción de los contextos más secularizados de América Latina, como en Uruguay donde los católicos que abandonan el catolicismo no necesariamente se pasan a otras comunidades cristianas, sino que engrosan las filas de los “creyentes sin religión”, o de indiferentes o agnósticos, lo cierto es que hace décadas sabemos que, en la mayor parte de los países tradicionalmente católicos, a medida que descienden los católicos, crecen los evangélicos pentecostales.
Países con un gran número de católicos nominales, es decir, personas bautizadas que no han tenido una profundización en la fe católica ni han vivido una auténtica conversión, a medida que va desapareciendo la “cristiandad”, la “cultura católica” y la Iglesia deja de tener peso en la sociedad, van desligándose de la identidad católica con facilidad.
Por otra parte, el impulso misionero evangélico pentecostal logra conectar con necesidades espirituales que las iglesias tradicionales no. ¿Cuáles son las razones de esta migración religiosa?
No es una novedad
Esta no es una situación nueva, sino que ha adquirido nuevas características y se ha agudizado por cambios sociales y culturales. Desde 1979 en Puebla el Magisterio Latinoamericano y los Papas vienen hablando del éxodo de católicos hacia las iglesias pentecostales. Juan Pablo II en Santo Domingo (1992) en su discurso inaugural expresa que los fieles no encuentran en la Iglesia lo que buscan y lo salen a buscar en otras iglesias o en sectas. En Aparecida (2007) el tema sigue siendo una preocupación pastoral de los obispos.
Estudiosos del tema no han dejado de advertirlo también desde hace tiempo, el problema es que se le echa la culpa a los pentecostales, en lugar de preguntarse los católicos: ¿en qué hemos fallado?
No hay libro de expertos católicos en sectas, o en ecumenismo o en pentecostalismo entre 1986 y 2020 que no hable del tema con preocupación. Las investigaciones publicadas del Pew Research Center sobre religión en América Latina dejan en evidencia la caída libre del catolicismo y el crecimiento de los evangélicos pentecostales y de los creyentes sin afiliación religiosa.
Hay que aclarar siempre que este descenso no es de católicos comprometidos con su fe -que siempre son una minoría-, sino de un catolicismo social que ya no se sostiene por el ambiente sociocultural y el creciente pluralismo en nuestras sociedades.
Las causas socioculturales
Existe un gran cansancio frente a un cristianismo tradicional que no responde a las necesidades espirituales y afectivas de los creyentes. Un agotamiento de las razones y se buscan nuevas experiencias.
La crisis del mundo moderno afecta a las iglesias que se amalgamaron con la modernidad racionalista, y al catolicismo de manera particular que luego del Concilio Vaticano II, privilegió una acción pastoral volcada a lo social y descuidó –cuando no abandonó– las dimensiones doctrinal, mística y espiritual de la religión, dejando a sus fieles vulnerables a toda propuesta de sentido que pudiera llenar ese vacío.
Se percibe un agotamiento de todo lo burocrático e institucional y una fe reducida a un discurso vago sobre valores.
Las Iglesias históricas se secularizaron y el pueblo busca vivencias, experiencias antes que doctrinas. A su vez, hay un resurgir identitario del catolicismo más centrado en la liturgia y la doctrina, pero tampoco responde a las búsquedas espirituales de nuestro tiempo. Los católicos, se sientan más progresistas o conservadores, igualmente centran su discurso en lo moral y no en la fe. El sociólogo y teólogo español José María Mardones afirmaba al respecto en 1996:
“…Hay sed de experiencia del Misterio. Y hay hartazgo de ideologías, de recomendaciones moralistas, de rituales y sacramentalismos rutinarios y carentes de alma. Se busca percibir el hálito del Misterio y del Espíritu, donde la oferta religiosa pierda el anonimato de la masa y se transforme en don para cada individuo… No hemos sabido hacer las cosas. Hemos caído en el acartonamiento ritual, sacramental y catequético; hemos vaciado la religión de misterio con tanta moralización y tanta rutina. Los espíritus deseosos de encontrarse con Dios han encontrado ideologías progresistas o conservadoras, pero no experiencia interior; por eso se han marchado por otros caminos a veces disparatados”.
Los pastores y teólogos de las Iglesias históricas vieron en los últimos cuarenta años con incertidumbre la creciente pérdida de fieles y el éxodo masivo hacia una religiosidad más emocional y desinstitucionalizada. Mardones afirmaba que en esta época de primacía de las emociones, un cristianismo sin experiencia sensible no parece tener atractivo.
Señaló que la mera presentación racional de la fe, por importante que sea, tropezará con el descrédito postmoderno de la razón y con el cansancio producido por el funcionalismo predominante.
La frustración social como tiempo de avivamiento
En los años 90 los líderes pentecostales argentinos interpretaron que el orgullo de su país fue quebrado por la dictadura, la guerra de las Malvinas en 1982 y la crisis económica sistemática, a partir de la cual Dios habría quebrantado a su pueblo y de él levantaría grandes “apóstoles de la fe” que llevarían el nuevo avivamiento espiritual a otros rincones del planeta. El principal objetivo de los pastores neopentecostales, dicho por ellos mismos, son “los católicos nominales que no se han convertido realmente a Cristo”.
Si observamos los orígenes de los más importantes “avivamientos” religiosos, sobre todo de corte cristiano, éstos han sucedido en importantes crisis sociales y económicas, y parece ser una regla general: cuando el mundo se quiebra, hay que buscar un “mundo nuevo”.
Un refugio y una oportunidad para los que el mundo ha olvidado
Numerosas iglesias pentecostales han sido un refugio a la anomia social y un lugar donde los más pobres han encontrado un sentido para sus vidas y una oportunidad para su promoción integral como personas. El especialista Robert E. Mosher describe tres razones de la positiva recepción del pentecostalismo entre los más pobres.
En primer lugar, la espiritualidad intensamente vivencial que permite una expresión corporal y emocional de fuertes sentimientos. “Cuando el evangelio se asocia más con los sentimientos que con el intelecto, llega a ser central para un grupo social que sufre la marginalización y la anomia, frutos del desempleo y la pobreza”.
La segunda razón es que, en medio de un alienante anonimato, personas con pocas posibilidades de realizarse en su contexto social y económico, en la comunidad pentecostal pueden llegar a ser grandes líderes admirados y respetados por los fieles. Muchos descubren por primera vez en sus vidas sus dotes de liderazgo y de hablar en público contando su testimonio.
De este modo, el que antes “no era nadie”, y “no tenía oportunidades en la sociedad”, es “levantado entre los hombres para dar testimonio de la Verdad”. El llamado a evangelizar con el “poder de Dios”, contribuye a elevar los niveles de autoestima y seguridad personal.
El pastor y teólogo bautista Pablo Deiros explica que la comunidad pentecostal es un ámbito cálido, una familia alternativa, que ofrece todo aquello de lo que la sociedad le ha despojado: dignidad.
“Parecen detectar los verdaderos problemas del pueblo, sus angustias y esperanzas, su ansia de trabajo, seguridad, perdón y de todos los aspectos de una vida humana normal… Moviliza a la gente en su progreso personal y de grupo. No es de extrañar entonces la adhesión masiva que ha logrado en los últimos años en América Latina”.
No es tanto el grado de carencia económica lo que atrae a la gente a este pentecostalismo popular, sino su grado de vulnerabilidad y fragilidad ante la vida misma, más aún, en un contexto donde la falta de sentido, la inseguridad y la inestabilidad están presentes en todas las áreas de su existencia (climática, familiar, laboral, económica, etc.). “De este modo, la fe pentecostal popular no camina esencialmente en dirección a la salvación por la vía ética, sino en la solución de los problemas cotidianos por la fe en el poder de Dios… se trata de una realidad empírica, no abstracta”.
Preguntas para pensar
Lo que realmente debemos preguntarnos es: ¿por qué los católicos alejados se convierten realmente con los pentecostales y cambian de vida? ¿Qué encuentran en sus comunidades que no encontraron en las nuestras?
Estos millones de ex-católicos, hoy cristianos pentecostales, han experimentado un cambio radical y misterioso en sus vidas. Su testimonio evangelizador y su amor a la Palabra de Dios despierta sentimientos encontrados en pastores y fieles católicos.
No debería extrañar que cada vez que se consulta a evangélicos que fueron católicos, por qué se fueron de la Iglesia católica, las respuestas siempre son las mismas: “Ahora descubrí que Jesús está vivo de verdad y ha transformado mi vida”, “Ahora leo la Biblia diariamente”, “Ahora descubrí que puedo hablar con Dios como a un amigo y en cualquier momento, sin oraciones hechas”, “Ahora me siento parte de una comunidad de hermanos”, etc.
Sencillamente lo que encuentran no es algo que no exista en la iglesia católica, pero claramente está descuidado por ser tan básico y fundamental: tener un encuentro con Cristo, una vida de oración que transforma la vida, una vida comunitaria en la que se sienten hermanos de verdad. Un cristianismo sencillo y acogedor.
Naturalmente una persona que ha tenido una experiencia así, no necesita que le digan que tiene que evangelizar. Los conversos al mundo evangélico pentecostal sienten naturalmente el deseo de evangelizar.