ucho cuidado con las personas que te mandan contenidos por las redes sociales. En realidad, el problema no son ellas, sino lo que envían. Yo creo que una buena parte de esas personas son bien intencionadas, muchas son nuestras amigas y, por eso, están en nuestras redes. Sin embargo, la red social es igual a la red del pescador, tú la lanzas al mar y luego jalas para separar los peces buenos de los malos. En las redes sociales, pocas cosas se salvan, porque a diferencia de los pescadores que son peritos en el arte de pescar, en el mundo virtual somos casi todos ingenuos e insensatos.

La ingenuidad es la falta de un sentido crítico esmerado y madurado. Nos eludimos con colores y frases bonitas, digerimos cualquier cosa y creemos en todo y en todos sin siquiera saber si lo que está escrito procede o no.

La insensatez es la facilidad en que somos involucramos e instrumentalizados como sembradores de “basura virtual”. No se verifican las fuentes, la información ni la finalidad de ese contenido. El resultado es que nuestras redes sociales se han convertido en canales de rumores, chismes, intrigas, maledicencias, contenidos inapropiados, noticias falsas, falacias, guerras ideológicas y falsos contenidos con cara de cosa buena.

Nosotros cristianos somos tan o más ingenuos e insensatos como los demás. Estoy cansado de recibir cosas falsas de hermanos en la fe. Las palabras y afirmaciones que ponen en la boca del Papa, obispos y sacerdotes no es juego. Sin contar cuando no cambian lo que fue dicho. Fabrican textos y afirmaciones falsas y los difunden por todos lados. Generalmente, nosotros recibimos, decimos amén o aplaudimos y pasamos adelante.

Los seguidores de Cristo no pueden convenir del fermento de este mundo. En la sociedad hay una red de intrigas fomentada con la finalidad de poner a las personas unas contra otras y desviar el foco de las cosas esenciales. El mismo modelo se traslada a nuestro medio de vivencia de la fe. Me incomoda recibir de las personas de la Iglesia contenidos inadecuados, falsos o provocadores de discordia. No es que necesitamos mandar solamente flores y pasajes de la Biblia. Lo que no podemos es difundir la cizaña, la mentira, la ilusión y el chisme, y pensar que eso es normal y hasta bonito.

 

Las redes sociales pueden y hacen un bien enorme a la comunicación entre las personas, inclusive a la evangelización. Los estragos promovidos por los ingenuos e insensatos se vuelven, muchas veces, incalculables e irreparables. Claro que el problema, en la mayoría de los casos, no son las personas, sino el contenido, sin embargo éstos no se difunden sin nuestra ayuda; entonces, repensemos nuestra conducta frente a las redes sociales que usamos.