Con las redes sociales nos hemos ido acostumbrado a una dinámica social muy interesante: ahora podemos eliminar” de nuestros amigos a quién ya no me interesa, bloquearlo o silenciarlo e incluso borrar –aparentemente– todo rastro digital (fotos) del susodicho (a); pero el corazón, desafortunadamente para algunos, no funciona así.

Precisamente sobre esto platicaba hace algunos días con una amiga, quién me compartía que, de tener tales características el corazón humano, la vida sería más fácil y aunque no desaparecerían los corazones rotos, sanarlos implicaría una labor menos ardua.

Cómo digo, para algunos, la vida no nos pone las cosas tan fáciles y aunque nos alejemos de las personas que nos han lastimado -románticamente o no- eliminarlos” de nuestra vida (recuerdo) nunca se podrá.

Y no lo deberíamos intentar del todo.

Porque aunque a priori se pudiera pensar que esto es cruel, las cosas no necesariamente deben de leerse bajo dicha óptica. Las personas, así como las experiencias, aciertos y errores, nos van moldeando día con día para “perfeccionarnos” -al menos tener esa ilusión- en eso de “ser humanos”.

Si nos vamos un poco por el ambiente místico podríamos tomar la alegoría religiosa de que somos barro y un dios nos va dando “forma”. Así, día con día, lo que vivimos y con quiénes nos topamos logran hacer girar el torno para que «el alfarero» siga buscando la mejor versión posible de nosotros.

Poniéndonos incluso un poco románticos, se puede decir que los «desamores» logran que descubramos en ellos no un error o un desacierto sino, más bien,la forma no correcta –para nosotros– de amar a alguien… o de ser amados.

Lograr equilibrar el dolor con la mente fría no es sencillo. La desilusión, el saber que aquella persona está lejos -o ya no está-, o recordar cómo y de cuántas formas nos hicieron daño (o lo infringimos) no siempre es grato.

Errar, aunque «es de humanos«, es la parte que menos nos gusta de serlo. 

Pero al mismo tiempo es lo que adereza la vida. ¿Te imaginas una vida en dónde nunca te equivoques?

Amén de lo aburrido que esto se presupone, no podríamos ser -llegar a ser- la «mejor» edición de nosotros mismos. No podríamos crecer, superarnos…

Necesitamos fallar, es vital equivocarnos, en nuestras decisiones, gustos y en las personas que «decidimos» sean, por algún margen de tiempo, importantes en nuestra vida.