¿Puede ser que los evangélicos argentinos se transformen en el ariete de una fuerza política de ultraderecha? Esa es la duda que han instalado en Argentina después de los resultados de las elecciones brasileñas y a ella se puede responder lo siguiente: no es necesario que ello suceda y mucho depende de las formas de caracterización y acción que desplieguen los actores interesados respecto de los evangélicos en el resguardo del pluralismo y la democracia.
Para sofisticar esas formas de caracterización y acción es necesario superar lo que se supone conocer en base a prejuicios y libros viejos, es decir, cuestiones como: ¿Quiénes son los evangélicos? ¿Cómo se organizan? ¿Cómo y por qué participan en política? Todo ello ayudaría a entender cuál es la actitud más productiva que podrían tomar las fuerzas nacionales, populares, democráticas y feministas. Estas son, entre otras, las preguntas que intentamos responder en este texto.
¿Quiénes son los evangélicos?
El término es genérico e identifica la forma en que se reconocen y reconocemos a todos los grupos vinculados de diversas maneras a la reforma protestante. Protestantes, bautistas, metodistas, menonitas y a los pentecostales que, como veremos, es la rama evangélica que más ha crecido en el siglo XX en todo el mundo y está en el origen de las preocupaciones políticas actuales. De todo esto surge una premisa sociológica, política e incluso ética: es injusto caracterizar a los evangélicos en su totalidad como homogéneos, y muchísimo más lo es identificarlos como una totalidad a partir de una parcialidad percibida desde el más puro desconocimiento.
¿En qué creen los evangélicos?
El protestantismo es el antecedente y el marco histórico del conjunto de las iglesias evangélicas. Constituye un movimiento cristiano que, a diferencia del catolicismo, basa la autoridad religiosa de forma exclusiva en la biblia (y por eso su religión es evangélica en vez de apostólica cómo el catolicismo). A la idea de «solo por medio de la Sagrada Escritura» el protestantismo añade las ideas de «solo por la fe», «solo por la gracia», «solo a través de Cristo» y «solo para la gloria de Dios». Desde el punto de vista evangélico, ser evangélico no es una “religión” en el sentido de una burocracia o un ritual, sino un encuentro personal con Jesús, con el Espíritu Santo y a través de él con Dios.
Las iglesias protestantes no reivindican una autoridad humana suprema al modo de un papado, no practican el culto a los santos ni a la Virgen María. No poseen una instancia centralizada de dirección, pero tienen liderazgos que surgen cada tanto y resultan transversales a distintas ramas. También hay asociaciones de segundo grado que cumplen una función de representación corporativa limitada. Pero la verdad es que la mayor parte de las iglesias que está por fuera de esas asociaciones y las que pertenecen a distintas asociaciones no tienen toda su existencia controlada por esas redes. Pensar que toda religión tiene que tener algo así como un papado es el producto de la imaginación alucinada de ateos que tienen por modelo de la religión al catolicismo, que repudian como identidad pero con el que comparten más sentidos comunes de los que se atreverían a aceptar. La vida social es algo más compleja y hay muchos modelos de religiosidad.
¿Quiénes son los pentecostales (los evangélicos que más crecen en el mundo y en Argentina)?
Esta rama del protestantismo se identifica por una posición específica: la de la actualidad de los dones del Espíritu Santo. ¿Qué significa esto? Que ese grupo reivindicó, desde su nacimiento a principios del siglo XX en el Avivamiento espiritual de la calle Azuza en una Iglesia Metodista Episcopal Africana de California en 1906, hechos semejantes a los de pentecostés narrados en el Nuevo Testamento. En esas circunstancias los cristianos evangélicos tuvieron señales y manifestaciones del Espíritu Santo como en los hechos del pentecostés bíblico.
El Espíritu Santo, lejos de ser una metáfora como solemos considerar desde una lógica secularizada, es una entidad con agencia en sus propios términos: se manifiesta en el cuerpo como una presencia, hace a las personas hablar en lenguas, tener profecías, cura enfermedades, mejora las relaciones intrafamiliares y también favorece el éxito personal en exámenes, negocios y la vida cotidiana. En la reivindicación de la posibilidad de esa experiencia el pentecostalismo basará su teología, su autonomización como rama evangélica y su influencia posterior tanto en otras ramas evangélicas como en el catolicismo que a su debido momento acogerá esas nociones en el seno del Movimiento de Renovación Carismática Católica.
Tipos de milagros: cura divina, prosperidad y la guerra espiritual
Los principios teológicos del pentecostalismo implican la experiencia de un Dios activo en el mundo y la religión. Desde una perspectiva etnocéntrica podría decirse que esos principios recuperan la dimensión “mágica” de la experiencia religiosa. Pero, para ser más precisos, debe decirse que en el pentecostalismo gana intensidad la idea de que el cristianismo es una práctica de intercambio con la divinidad (Dios Padre, Jesús y el Espíritu Santo) que supera o iguala a la dimensión de ideología religiosa o discurso moral.
Esto tiene consecuencias en tres planteamientos teológicos específicos en los que se concretan los intercambios con entidades sagradas. Primero, la afirmación del principio de la cura divina que supone que el Espíritu Santo sana y cura enfermedades del “alma, la mente y el cuerpo”. Las enfermedades nunca son solo resultado de causas “naturales” sino parte de un mundo en que el mal espiritual afecta a las personas y puede ser “sanado” con la posibilidad de una presencia o acción divina. Segundo, el desarrollo de la llamada teología de la prosperidad, que considera el éxito económico como resultado de un vínculo “aquí y ahora con dios”.
A diferencia de las concepciones clásicas calvinistas del éxito económico como signo de la salvación futura, el pentecostalismo afirma una relación mundana con el bienestar material y la prosperidad que es consecuencia directa de lo divino. La abundancia de trabajo, los buenos negocios, la capacidad de la expansión económica o la simple adquisición de algunos bienes no son símbolo sino resultado de la presencia cercana de dios. Una de las más clásicas confusiones tanto entre académicos estadounidenses como entre miradas coloniales latinoamericanas es confundir la expansión del pentecostalismo con la del protestantismo de los orígenes del capitalismo y deducir de ello una supuesta “norteamericanización” de América Latina en la que el avance pentecostal es considerado una causa del desarrollo.
Tanto en términos corporales como en términos materiales el pentecostalismo sostiene que lo divino está en el mundo. Pero esa inmanencia de lo espiritual incluye la dimensión del mal de manera que el demonio tampoco es una metáfora sino una fuerza espiritual encarnada que amenaza la salud, la prosperidad y el bienestar.
¿Cómo se organizan los pentecostales?
Las formas de organización pentecostal son extremadamente plurales: redes de iglesias de mediano y gran porte que tienen decenas, cientos o miles de iglesias miembro; iglesias autónomas que albergan concurrencias que pueden abarcar desde miles, cientos o decenas de fieles. Pero también abarcan instituciones de producción cultural como editoriales, sellos y emprendimientos musicales que operan transversalmente las distintas iglesias creando referencias experienciales y estéticas comunes.
Hay algo que es notable y debe ser tenido en cuenta: a pesar de que las más visibles de las iglesias pentecostales son iglesias que ocupan lugares en avenidas importante de la Ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires -alrededores de la capital argentina-, la mayor parte de los creyentes pentecostales se congrega en iglesias autónomas de pequeño y mediano porte o iglesias de grandes denominaciones de perfil más bajo. Para que se entienda claramente: más allá de su espectacularidad mediática, la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), el fantasma más temido por los críticos a priori de los evangélicos, agrupa a una minoría de los fieles pentecostales de Argentina e incluso de Brasil, aunque allí se trata de una minoría considerable y con amplísima capacidad de intervención económica y cultural.
Hay un punto de la teología pentecostal que se relaciona decisívamente con su forma de organización. Los pentecostales, cómo el conjunto de los evangélicos, reivindican la universalidad del sacerdocio, basada en un vínculo directo con el Espíritu Santo. Esto reduce las mediaciones institucionales y permite, por ejemplo, el acceso de mujeres a instancias de jerarquía dentro de las iglesias o la rápida emergencia de pastores autóctonos (situaciones ambas que serían impensables en otros grupos religiosos). De ese principio de universalidad del sacerdocio resulta algo típico en los grupos evangélicos en general y en los pentecostales en particular: el fraccionamiento constante que paradójicamente es una de las causas de su crecimiento. Muchas disputas en el seno de cualquier iglesia evangélica se resuelven en divisiones que originan nuevas denominaciones.
Si cada iglesia ve limitado su crecimiento por este hecho, es preciso ver que el mismo facilita la expansión de sus principios culturales y religiosos: allí donde había una iglesia habrán dos o tres. En política no se puede crecer por fisión pero en la disputa del predominio simbólico, la división permanente, lejos de ser un problema, puede llegar a ser una ventaja.
No importa el tamaño de las iglesias que predican un cierto conjunto de ideas sino también esa dinámica fraccionaria que hace que se multipliquen y dispersen ágilmente en los más diversos territorios. Los pentecostales crecen mucho poco a poco. Esta es la causa, justamente, de que la mayor parte de los pentecostales se congreguen en pequeñas iglesias en las grandes ciudades y periferias del centro y el sur del país.
Es cierto que hay asociaciones que intentan reunir a las iglesias evangélicas o las pentecostales. Por ejemplo, la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), vinculada a los grupos protestantes clásicos, que incluye algunos pentecostales y otros que han tenido una contribución crucial al campo de la defensa de los derechos humanos.
También está la más conservadora Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA). Ambas son asociaciones de iglesias, pero no son organismos que funcionen como actores sociales unificados de modo vertical y con base en una organización central. Solo la mirada institucionalista que no entienda el principio básico de la autonomía de las denominaciones y el faccionalismo del protestantismo puede ver allí una unidad religiosa y política. La verdad es que las organizaciones evangélicas de segundo grado tienen influencia relativa y baja en las iglesias evangélicas. Especialmente en las pentecostales, donde nadie está dispuesto a ser “soldado de nadie”.
Pueden unificarse alrededor de planteamientos claves que sean transversales a todas las denominaciones como la libertad religiosa o, tal vez, cuestiones de salud reproductiva, cuestiones en las que cada iglesia se moviliza per sé y no por estar influida por un “papa”. No hay papa ni proxy de papa, ni líderes carismáticos tan importantes como el caso de Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios en Brasil.
¿Los pentecostales crecen por que los impulsa la CIA para combatir el crecimiento de la teología de la liberación?
Esta teoría podría ser verdadera salvo por dos razones fundamentales. La primera es que los pentecostales ya habían constituido bases para un importante crecimiento demográfico en los años 50, en los que no había ni noticias de la teología de la liberación. La segunda es que, como lo demostraron estudios realizados en Brasil, México y Argentina, la secuencia es, al menos en parte, la inversa: los pentecostales crecieron en los espacios que dejo vacíos la teología de la liberación. Mientras esta última teología impulsaba el compromiso político, ciertas nociones caras a la sensibilidad religiosa popular fueron dejadas de lado y retomadas por los pentecostales que ocuparon sus lugares.
Sin embargo, esta teoría tiene algo de verdad. Hacia los años 80, cuando los pentecostales ya habían crecido muchísimo en América Latina, la derecha evangélica de Estados Unidos tuvo el impulso de apoyar la emergencia de ciertos liderazgos transnacionales que influyeron en algunas iglesias pentecostales y sobre todo impusieron algunos giros teológicos. Eso no alcanzó a organizar bloques de iglesias con un comportamiento teológico, ritual, social y político homogéneo, pero generó un flujo de recursos simbólicos y materiales por el que una parte de las iglesias pentecostales y las fundamentalistas norteamericanas de esa época desarrollaron alianzas en campañas de evangelización. El crecimiento de los evangélicos y de los pentecostales fue fuerte antes, durante y después del período en que se desarrollaron esas alianzas.
¿Por qué crecen tanto los pentecostales?
En Brasil el crecimiento numérico de los pentecostales ha sido bastante significativo, convirtiendo al mayor país católico del mundo en un país con el protestantismo pentecostal como primera minoría religiosa y en un proceso de expansión (22% según el censo de 2010, aunque los números de Folha de Sao Paulo revelan que en la segunda vuelta votó aproximadamente un 27% de evangélicos y algunos analistas estiman que podrían llegar al 30% de la población).
En Argentina, donde los datos sobre religión son muy escasos y no son registrados en los censos, el crecimiento parece haberse estabilizado en un número mucho menor, pero no poco significativo (15%).
La principal razón del crecimiento pentecostal reside en la combinación de dos dimensiones: la primera es que los dones del Espíritu Santo se conectan muy fácilmente con nociones propias de la sensibilidad religiosa previa de la mayor parte de las poblaciones populares de América latina. Poblaciones donde es clave la categoría del milagro a la que la noción de “actualidad de los dones del espíritu santo” le da traducción y potencia. El milagro que en una mirada secularizada es algo extraordinario y posterior a todas las razones, es en esta perspectiva “popular” una posibilidad primaria y anterior a toda experiencia. La segunda es la universalidad del sacerdocio que democratiza y facilita el surgimiento de líderes religiosos y le permite a los pentecostales darle una base a la expectativa de milagros.
En contraste, el catolicismo tarda lustros y décadas en renovar cuadros que son cada vez más escasos dado el particular sistema de reclutamiento de líderes religiosos que posee y, por ese mismo reclutamiento, viven casi al margen de las experiencias de los sujetos que pretenden guiar espiritualmente.
La suposición de que los pentecostales crecen por su marcada insistencia en horarios periféricos de los medios de difusión ignora este dato, evidenciado por decenas de trabajos antropológicos y sociológicos realizados en los últimos 50 años. Los pentecostales crecen por el boca a boca, por cercanía, por redes: los espacios televisivos sólo legitiman la posición creyente y resuelven disputas de predominio entre iglesias. Las conversiones y adhesiones se dan en la vida cotidiana cuando alguien tiene un problema y alguien recomienda ir a una iglesia y luego suceden cosas que hacen que “todo funcione”.
El concepto de “Iglesia electrónica” sólo explica una parte pequeña de los casos de conversiones: el de los ancianos aislados, dependientes de la televisión y angustiados en noches solitarias. Para todos los demás (jóvenes, matrimonios en crisis, adultos y personas de mediana edad en medio de problemas) hay siempre una iglesia cerca y un amigo o vecino que te la recomienda. Hay que dejar de magnificar a propósito de todo y cualquier razonamiento el factor “medios”.
¿Cómo crecieron los pentecostales en el siglo XX?
El pentecostalismo no es un fenómeno reciente, es parte de la propia historia argentina y brasileña de los últimos cien años. Podríamos enmarcarlo en un contexto espacial, de forma esquemática, en tres períodos. Primero, el momento de llegada con misiones extranjeras y el asentamiento de denominaciones nacionales específicas. Luego, un segundo momento de expansión y diversificación a partir de la década de 1950. Finalmente, un tercer momento de consolidación de versiones nacionales específicas -el caso brasileño es particularmente significativo- con la consolidación de iglesias en proceso de transnacionalización y de expansión desde la década de 1960. Todo lo que estamos viendo hoy comenzó al menos hace 50 años.
Las primeras experiencias del mensaje pentecostal tienen orígenes diversos y un fuerte impulso evangelizador, un hecho que contrasta con el protestantismo histórico que se concentró exclusivamente en algunas de las comunidades de origen migrante del norte europeo. Una de esas primeras experiencias pentecostales ya conecta ambas naciones: la Congregación Cristiana de Brasil que fue impulsada por Luigi Francescon, un inmigrante de origen italiano asentado en los Estados Unidos que tuvo una “revelación” en la que encontró su destino de misionero.
Esa revelación lo llevó inicialmente a Buenos Aires, donde funda la Asamblea Cristiana de Argentina, primera denominación pentecostal local. Después viaja a Brasil y funda su propia iglesia en Paraná y San Pablo. Junto a otros misioneros que en ese momento desarrollaron iglesias similares adoptando la corriente efusiva en los Estados Unidos, se conformaron movimientos que se instalaron sobre todo en el mundo de las clases populares, disputando el espacio religioso con el catolicismo pero desde un distanciamiento de la vida mundana y de las “esferas” de lo económico y lo político.
La expansión del pentecostalismo en el mundo popular a nivel masivo es muy anterior a las últimas décadas. La historia del pentecostalismo muestra que va de la mano con el proceso de expansión social y económico de la modernización de la década de 1950. El acelerado giro hacia un proceso de industrialización relativa y construcción de un mercado de consumo interno que tuvo como consecuencia procesos disímiles en Argentina y Brasil. La década de 50 se caracterizó por la expansión y la diversificación de un pentecostalismo a la medida de nuevas pautas de consumo y estilos de vida en los hogares de los sectores populares.
En 1953 el pastor norteamericano Harold Williams funda en Brasil la Iglesia del Evangelio Cuadrangular; el propio Williams aparecía con una guitarra eléctrica. Su vestimenta y sus modos estaban a mitad de camino entre un pastor y una estrella del show bussines.
En Argentina, el gobierno de Perón habilitó los eventos masivos convocados por el pastor norteamericano Tommy Hicks: desde esa época, hace ya casi 70 años, las explicaciones mediáticas de estos fenómenos y las reacciones de descubrimiento de “algo nuevo” se renuevan cada cinco años, más o menos, cuando el racismo cultural de los medios se permite representar a los pentecostales como muñequitos de tarta, estafadores, retrógrados, derechistas y todo aquello que se le ocurra inconveniente a las elites culturales que creen representar mayorías sobre las que no tiene ni control ni idea.
El pentecostalismo se adaptaba a una sensibilidad de época y al estilo de los medios masivos y también mostraba que la diversidad religiosa era mucho más amplia que la que proyecta la imagen del monopolio católico. Aunque grandes líderes carismáticos marcaban el tiempo de la religiosidad, también crecía un carisma menos jerárquico y más distribuido entre los miembros de las iglesias. Surgen iglesias para jóvenes, iglesias dedicadas a los nuevos sectores medios, un nuevo lugar para las mujeres y un enorme proceso de pastores que se sienten más libres para romper con sus jerarquías eclesiales e iniciar sus propios caminos en iglesias autónomas.
Hacia el fin de la década de 1960 y en los primeros años de la década de 1970, el llamado “milagro económico brasileño” fomentó las condiciones de un nuevo ciclo económico-social. La circulación de dinero y el aumento del consumo abrió un nuevo capítulo en la relación entre religión y mercado. Desde la lógica pentecostal, el “milagro económico” era algo más que pura metáfora.
En este contexto surgen una serie de denominaciones que durante la década de 1980 y 1990 algunos analistas describieron como “neo-pentecostalismo” y en donde se destaca de modo paradigmático la IURD, fundada por Edir Macedo en 1977. La IURD promovió una controvertida lógica empresarial en la organización religiosa, una presencia mediática inusitada y un proceso de expansión internacional nunca visto por un grupo religioso surgido en Brasil, alcanzando fuerte visibilidad en Argentina de la mano de la presencia mediática y la construcción de templos en zonas centrales de grandes ciudades.
La emergencia y consolidación de denominaciones neo-pentecostales en el Cono Sur, muchas de origen brasileño, puede leerse como una sustitución de importaciones de bienes religiosos, un reemplazo de la importación de pastores norteamericanos y la producción de bienes religiosos propios a la medida de las propias necesidades. Al mismo tiempo, constituyó un Mercosur religioso, de hecho, ya que puede verse una especie de integración regional “por abajo” que estrechó lazos y produjo espacios de intercambio regional en el mundo popular.
¿Qué puede esperarse del comportamiento político de los evangélicos en Argentina?
La experiencia brasileña muestra que los evangélicos han participado en política (cuando se esperaba que no lo hicieran) y que lo han hecho por diversas opciones. Incluida la izquierda entre 2002 y 2014, cuando esto tampoco se esperaba, y por la derecha (en 1990 y en 2015). Esto muestra que ni siquiera en condiciones de altísimo compromiso de los pastores con ciertas candidaturas, el compromiso de los evangélicos es monolítico (a Bolsonaro lo votó un poco más del 60% de los evangélicos, un 10% por encima de la media del voto total).
Las tentativas de participación política de los evangélicos en Argentina fueron poco efectivas por la falta de líderes carismáticos, el peso de las identidades políticas locales y las condiciones específicas del régimen electoral que en Brasil facilitan y en Argentina obstaculizan el progreso electoral de fuerzas minoritarias.
Sin embargo no podría descartarse un escenario como el siguiente: en el marco de una polarización brutal en la que el “populismo” y el macrismo (como se denomina al apoyo al presidente argentino, Mauricio Macri) se enfrenten y el “populismo” ponga en el centro de sus prioridades los puntos más conflictivos de la agenda de género, facilitarían el funcionamiento de las iglesias evangélicas como catalizadoras de un voto anti aborto que no solo congregaría a los evangélicos sino a los católicos. Tal vez esa es la posibilidad que intentaron o podrían conjurar las expresiones de la expresidenta Cristina Fernández en su discurso de CLACSO sobre “los pañuelos celestes”.
En todo caso se puede anticipar algo: tanto en el caso argentino como en el brasileño, lo que suceda con los evangélicos no estará dado solamente por lo que ellos hagan o puedan hacer sino también por las capacidades de integración y diálogo que tengan las fuerzas política nacionales, populares y feministas.
Fotos: Pulso Cristiano