A lo largo del proceso de golpe de Estado en Brasil se dibujó una unión de fuerzas que permitió solapar la democracia nacional. Dentro del análisis de esta realidad se hace necesario que América latina perciba cómo ocurrió la alianza estratégica de los evangélicos pentecostales con los sionistas israelíes.
Los pentecostales son una mayoría en los evangélicos brasileños, están ligados a bienes materiales que «Dios regala para quien tiene fe y no se aleja de los mandamientos». Son una cadena enorme formada de canales de televisión, radios, periódicos y otros medios. Al principio con participación política pequeña, crecieron en el vínculo de la fe con el voto electoral. Ellos alcanzaron un gran poder, beneficiándose del Estado, pero personalizando los favores. Están en las comunidades y persiguen la cultura de los afrodescendientes, espíritas y ofenden a los católicos. Llegaron a patear la imagen de Nuestra Señora en cadena nacional, siendo Brasil el mayor país católico del mundo.
Arrebataron fieles, una bancada parlamentaria poderosa, cargos claves en la educación, ayuntamientos, gobiernos y parte del poder judicial, aunque involucrados en procesos de evasión fiscal y apropiación vía diezmo. Pero ahora llegaron a la presidencia de la República. No es coincidencia que estén en Brasil parte de los pastores más adinerados del planeta, con patrimonio individual de cientos de millones de dólares.
La primera visita de Benjamín Netanyahu a Brasil sólo aclara el acuerdo internacional que golpeó la democracia brasileña con objetivo apoderarse de las riquezas Brasil. La alianza entre los pentecostales, sionistas y el gobierno estadounidense es el eje central del proceso que se inició con destitución de la presidenta electa Dilma Rousseff.
La bandera de Israel pasó a ser alzada aún en la campaña de Bolsonaro, este después de un nuevo bautismo, ahora en el río Jordán al noreste de Israel, cambió su nombre convirtiéndose en Jair «Mesías» Bolsonaro. La bandera ganó las calles y otros astas del presidente de ultra derecha, incluso en la toma de posesión de la ministra de la Familia y de los Derechos Humanos. Una contradicción espantosa, ya que el país sionista es el más condenado por la comisión de DDHHde la ONU, es un Estado que trae el genocidio para en el siglo XXI. La nueva alianza planea negocios que incluyen armas, tierras, tecnología bélica y reciprocidad religiosa.
En la visión de esta parte de los evangélicos, el presidente Jair Bolsonaro llevaría Brasil, a través del acercamiento a Israel, al camino de la prosperidad puesto que «Dios habría prometido a Abraham bendecir a quien bendecía a su descendencia» de los elegidos por Dios para su tierra sería la señal de lo que predecía la Biblia. Lejos de huir de la marea geopolítica, una breve lectura concluiría que, de hecho, Dios hizo una promesa a Abraham de que bendijese a su pueblo y de que toda aquella tierra se daría a su descendencia (Gn.13: 14-15). El compromiso fue confirmado a Isaac y Jacob (Gn.26: 2-24, 28: 12-14). Sobre la mirada de Dios se hacían necesarias premisas para que su prole hiciera valer el derecho de posesión de la tierra. Si no las cumplían, la tierra los iba a vomitar y ellos serían esparcidos entre las naciones (Lv.20: 22, 26: 14-15, 27-28, 32-33). De este modo, la diáspora judía no es más que el cumplimiento de las sanciones impuestas por Dios a Israel, si su pueblo no guardaba sus mandamientos. El discurso de los pentecostales se «echan al suelo» al analizar la historia. Es determinante resaltar, a los ojos de especialistas, que al declinar la Ley de su Dios, los judíos también rechazaron al Mesías prometido. En consecuencia, el pacto entre Dios y ellos se rompió.
En este orden de ideas, esta teorización se repite en las iglesias pentecostales brasileña para avalar un mensaje de que Israel es el nuevo aliado, que viene de largos siglos para abrazar al pueblo brasileño a través de la fe. Ellas son humo para encubrir la verdadera alianza conservadora, a favor de un defensor de Estados Unidos y determinante para la llegada de Bolsonaro al puesto más elevado del gigante sudamericano. Israel utiliza los intereses de líderes evangélicos brasileños para secuestrar al país para sus causas. Los Estados Unidos tienen en la nación sionista una fuerza que desequilibra la unión del Medio Oriente a su favor, y Brasil abandona su vocación de líder, con respecto a la paz, para involucrarse en embates que nunca fueron suyos. un potencial mercado para armamentos y puede lanzar un continente de paz en un proceso de división que facilita la dominación externa.
Es temerario que Brasil pueda dejar de ser una nación laica para hundirse en un fundamentalismo cristiano, el primero de nuestro continente. Una nación que no sería de todos, sino de los que tuviesen fe en los moldes determinados por el poder. Un gobierno que ya retira derechos de los indígenas en demarcaciones de tierra, llama a los afrodescendientes quilombolas de perezosos y persigue religiones de matriz africana.
No faltaría mucho para seguir a los sionistas en abolir bodas y separaciones civiles, para empoderar la religión escogida, o simplemente no tener transporte colectivo el sábado judío (Shabat). En el caso de Brasil, una ministra que defiende «niños deben usar azul y niñas usar rosa», además de condenar la teoría de la evolución de Darwin como invasor al creacionismo pentecostal, Israel criminaliza a médicos que ayuden a las personas a aceptar psicológicamente el cambio de sexo por elección propia. Es gritante los discursos en las diversas esferas de la administración pública, oraciones pentecostales de alabanza, contradictoria a una conducta que debería ser técnica. Al final, por devaneo, Brasil puede llegar a elegir la «iglesia para discutir relaciones internacionales».
La oscuridad de este túnel que puede penalizar a 208 millones de brasileños apunta a un ejemplo que no se debe seguir. Pretende ser portavoz de un conservadurismo en manos de la nación más repelida por los 194 países de la ONU. En nombre de Dios, Israel extermina palestinos al silencio del mundo y desequilibra una región para crear la «Gran Israel» por tener, según su análisis, recibido de su Dios la autorización para este fin. Repite una historia de usar una energía superior para que maten a otros millones. En el momento actual Brasil es un país enfermo, pero que puede servir cómo una señal de alerta a los latino-americanos, puesto que las alianzas que se produjeron por aquí pueden ser un paradigma a ser utilizado en cualquier nación de América, robándoles su riqueza y paz.