Queremos a los nuestros y son nuestra prioridad pero, en ocasiones, nuestras relaciones pueden ser complejas. Entonces, ¿de qué manera podemos gestionar situaciones de estrés y lograr el bienestar afectivo en el hogar?
Los santos, explica Cecilia Zinicola en Aleteia, nos enseñan algunas acciones voluntarias con las que podemos superar la falta del viento afectivo de sentimientos positivos y restaurar las relaciones ante las pequeñas o grandes tormentas familiares.
1. Hablar amablemente
San Juan Bosco decía que “la dulzura en el hablar, en el obrar y en el reprender, lo gana todo y a todos”. Es sorprendente cómo un poco de amabilidad ayuda a establecer la armonía en el hogar.
Frente al error, cabe la posibilidad sanadora de corregir la conducta que ha dañado y reparar el dolor en la medida de las posibilidades. Para eso, es útil aprender a conjugar más el verbo rectificar y no olvidarnos de las respuestas afectivas y las palabras positivas.
El refuerzo positivo nos permite conectar con los demás y fortalecer el vínculo para dar seguridad a la persona. También el santo nos aconseja con estas palabras: “Jamás reprendas a tus hermanos ni los humilles en presencia de los demás, sino avísalos siempre ‘in camera caritatis’, o sea dulcemente y estrictamente en privado”.
2. Sonreír frecuentemente
Madre Teresa decía que “la paz comienza con una sonrisa”. En la medida en que nos proponemos sonreír, podemos llegar a crear un hábito natural que nos ayude y al mismo tiempo alivie la carga de los demás.
Sonreír muchas veces es un desafío porque esto implica hacerlo incluso cuando tantas cosas duelen, pero los cristianos conocemos una verdad que nos enseña a llevar las penas con amor de modo que nuestros gestos amorosos traigan consuelo y fortaleza.
La sonrisa no sólo tiene un efecto positivo en nosotros, sino que también es un acto de generosidad para hacer más agradable la vida de los demás, saliendo de nosotros mismos, de nuestro egoísmo y lo que nos parece más cómodo.
La santa nos recuerda esta tarea diaria: “Comienza cada día con una sonrisa, aunque no hayas podido descansar en la noche. Una sonrisa puede cambiar tu suerte y la de aquellas personas que se crucen contigo”.
3. Reunirse y compartir necesidades
San Juan Pablo II decía que “el amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los demás como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu”.
A veces el campo de interacción es tan estrecho que solo abarcamos las propias necesidades, las propias opiniones, juicios y valoraciones sin tener en cuenta que las personas que nos rodean también tienen las suyas.
Para combatir el estrés familiar necesitamos lograr un equilibrio entre lo que nosotros queremos y lo que otros quieren, entre lo que ambos necesitamos y lo que nos permite conseguir una adecuado bienestar.
El modo de lograr esto es crear y mantener un espíritu de comunidad, sabiendo que todos necesitamos algo y que también tenemos algo que ofrecer. Ser participativo, poner voluntad y un claro deseo por conocer más profundamente a los que nos rodean, alimenta las posibilidades de construir oportunidades y seguir adelante juntos.
4. Pedir perdón y perdonar rápidamente
San Juan Pablo II dijo “no pierdas el tiempo guardando rencor. Déjalo ir de inmediato y continúa con una relación amorosa. Debemos perdonar siempre recordando que nosotros mismos hemos necesitado el perdón”.
El orgullo no tiene cabida en un hogar tranquilo. Por eso debería ser una fórmula amiga la de saber disculparse con facilidad y pedir perdón. De hecho, lo que normalmente ocurre es que tenemos necesidad de ser perdonados mucho más que perdonar a los demás.
La humildad es la verdad sobre uno mismo: nos permite conocer las fortalezas y también las debilidades sobre las que hay que ir trabajando para superarlas. Esta conciencia de las propias debilidades es la que nos motiva a tener acciones de misericordia con los demás, es decir, tratar con “cordia” o “corazón” las “miserias” o “defectos”.
Existe una visión inadecuada bastante generalizada del perdón, que lo percibe como una realidad afectiva, pero como decía la Madre Teresa “el perdón no es un sentimiento sino una acción voluntaria”. Se puede perdonar llorando de dolor por lo que uno le hizo al otro.
El perdón es la acción voluntaria de no odiar, dañar, devolver mal por mal, de no quedarse resentido o sintiendo ira por lo padecido, de no vengarse. Y eso significa elegir “hacer las paces” o buscar la paz con los demás.
Y aunque el perdón no cicatriza inmediatamente las heridas espirituales, restaura los circuitos del amor que con el tiempo tienen efecto cicatrizante. Como decía la Madre Teresa: “Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió”.
5. Ser pacientes en el amor
Madre Teresa dijo: “Al darle a alguien todo tu amor nunca es seguro de que te amarán de vuelta. No esperes que te amen de vuelta; solo espera que el amor crezca en el corazón de la otra persona, pero si no crece, sé feliz porque creció en el tuyo”.
Hay cosas que nos encantaría oír, pero que posiblemente nunca escuchemos de la boca de los demás. Sin embargo, esta santa nos alienta a no quedarnos en esa sensación de vacío y dar un paso más para perseverar en el amor.
Todo acto de amor verdadero tiene, tarde o temprano, un impacto en el corazón y por tanto, muchas veces el lenguaje que llega a nosotros no es necesariamente verbal. ¡Sepamos esperar y aprendamos a escuchar!
La paciencia genera paz. Cuando permanecemos en el amor que es paciente le damos crédito afectivo al otro. ¿Hasta cuándo nos gustaría que nos den crédito a nosotros? Seguramente la respuesta que esperamos es: para siempre, sin plazo de vencimiento.
El cansancio emocional tiene como fuente principal el invertir mucho y obtener muy poco a cambio. A veces, renunciamos a muchas cosas por atender a nuestros padres, por hacer felices a nuestras parejas y por dar lo mejor a nuestros hijos.
Para hacer frente al estrés familiar y al cansancio emocional hay que llenar nuestro día con actos que contengan amor. Cuando ponemos amor en lo que hacemos, invertimos en los demás pero también en nosotros mismos y nos convertimos en instrumentos de paz.
6. Compartir tiempo de calidad
San Juan Pablo II destinaba parte de su tiempo llevando grupos de jóvenes a la montaña para esquiar o hacer senderismo. Siempre buscaba un tiempo de exclusividad para hablarles, escucharlos y compartir sus experiencias y conocimientos.
Una forma de combatir el estrés familiar es “desconectar”, cambiar de rutinas y romper esos hábitos en los que a veces caemos donde acaba apareciendo el agobio, el cansancio o los reproches.
¿Cuánto tiempo de calidad compartimos en familia? Intenta hacer cosas nuevas, una excursión, una reunión distendida en el campo. Romper con las rutinas es, sin duda, una forma estupenda de hacer frente al estrés e incluso hablar sobre aquellos temas que son importantes en un contexto diferente y más relajado.
7. Abrazarse libremente
San Pablo pidió a los cristianos que “saluden a todos los hermanos con un beso santo” (cf. 1 Tesalonicenses 5:26). Un beso santo es sinónimo de un abrazo hoy: un gesto cálido, amistoso y respetuoso de unidad y consideración amorosa.
Pablo repite la sugerencia a otras cuatro comunidades, como lo hace Pedro cuando les pide a sus seguidores que “se saluden unos a otros con un beso de amor cristiano”. De hecho, el beso de la paz en la Misa proviene de esta antigua tradición.
Abrazarse es un signo de paz, una forma de saludarnos desde el corazón, un recurso que aunque no sepamos qué decir puede decirlo todo. Dale a tus pequeños un apretón. Envuelve tus brazos alrededor de tus hijos grandes. ¡Tu cónyuge probablemente también podría estar necesitando uno aunque no lo pida!
También está comprobado que es una medicina muy efectiva. Abrazarse por solo veinte segundos reduce la presión arterial y aumenta la oxitocina, una hormona que alivia el estrés. Una gran cantidad de abrazos reduce el riesgo de enfermedades del corazón y todos saben que abrazarse hace que los bebés – y los adultos – lloren menos.
8. Orar diariamente
San Juan Pablo II decía: “Pídele a Dios que traiga paz a tu hogar. Levanta las necesidades del día”.
No sólo es importante construir la paz con los demás, sino muy especialmente vivirla en nuestro corazón y también saber pedirla. Dios nunca nos abandona y menos aún en los momentos difíciles.
Cuando le damos a Dios un lugar privilegiado en nuestro hogar, podemos llegar a comprender su amor y así superar el desaliento, la tristeza o el abatimiento que nos conducen al desgano. El trae la alegría y nos llena de fuerzas para sobrellevar las situaciones que nos generan estrés.
Madre Teresa decía que “la alegría es oración, la señal de nuestra generosidad, de nuestro desprendimiento y de nuestra unión interior con Dios”.