Yo solía ser la campeona de los quejicas.

En aras de la honestidad (y también porque mi madre y mi hermana probablemente van a leer esto), sigo siendo una quejica sin rival. Pero me esfuerzo mucho, de verdad, por no quejarme, sobre todo desde que una de mis mejores amigas cambiara mi forma de pensar sobre las quejas.

El primer verano que vivimos en Florida, me quejé literalmente del calor, de la humedad, de los mosquitos y de los aligátores cada vez que la veía. Ella sonreía y reía y luego cambiaba de tema, lo cual pensé que era raro porque era su primer verano en Florida también y, viniendo de Maine, el cambio era mucho más drástico que mi transición desde Texas.

Me dijo que hace unos años que había tomado la decisión de dejar de quejarse. “Quejarse no cambia nada”, me dijo. “Solamente os hace a ti y a todos los que te rodean más conscientes de las cosas desagradables de la vida”.

Me quedé perpleja (y, siendo sincera, un poco molesta). ¡Lo que ella decía era tan sensato y a la vez tan contraintuitivo! Pero aseguraba que dejar de quejarse había cambiado su vida, le había hecho más feliz y hacía que cosas como el calor o el cansancio fueran menos molestas.

Mi amiga no era una Mary Poppins nata, en realidad había alterado su cerebro al cambiar su comportamiento, un fenómeno científico conocido como plasticidad. En Run Wonder se publicó hace poco un artículo que explicaba la ciencia detrás de cómo quejarse cambia la plasticidad del cerebro al crear bucles de retroalimentación negativa.

Si permitimos que conductas perjudiciales, como quejarse, se repitan continuamente en el cerebro, es inevitable que alteremos nuestros procesos de pensamiento. Los pensamientos alterados conducen a convicciones alteradas, lo cual conlleva un cambio en el comportamiento.

Nuestro cerebro posee algo llamado sesgo de negatividad. En términos sencillos, el sesgo de negatividad es la tendencia del cerebro a centrarse más en las circunstancias negativas que en las positivas. El doctor Rick Hanson, neurocientífico y autor de El cerebro de buda: la neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría, explica el sesgo de negatividad: “Los estímulos negativos producen una mayor actividad neuronal que los positivos de igual intensidad. También se perciben con mayor facilidad y rapidez”.

La repetición es la madre de todo aprendizaje. Cuando nos enfocamos repetidamente en lo negativo al quejarnos, estamos activando y volviendo a activar las neuronas responsables del sesgo de negatividad.

Tiene sentido que los estímulos negativos produzcan más actividad neuronal que los positivos; después de todo, estamos conectados evolutivamente para reaccionar más intensamente a las experiencias negativas, para poder sobrevivir.

Ahora bien, cuando esas experiencias negativas no ponen en peligro la vida (como la humedad y los mosquitos), el hecho de mortificarnos con ellas vuelve a conectar el cerebro para percibir lo negativo más fácilmente que lo positivo. En mi caso, al obcecarme con la parte negativa de vivir en Florida, en realidad conseguí ignorar cualquier percepción de los múltiples aspectos positivos.

Tardé unos años antes de decidir seguir el consejo de mi amiga y dejar de quejarme. Cuando lo hice, la diferencia fue notable.

En vez de sentirme miserable cuando la humedad ambiental estaba (siempre) a un pegajoso 85%, empecé a apreciar lo bueno que era que mis hijos nunca necesitaran un calzado diferente de sandalias. Cuando mis amigos más al norte comenzaron a lamentarse por la ropa para la nieve y los meses de temperaturas bajo cero, no respondí con mis propias quejas por estar atrapada en interiores porque llovía todas las tardes. En su lugar, me permití estar agradecida por el hecho de que nunca teníamos que estar encerrados durante semanas por culpa de la nieve. De hecho, nunca nos veíamos obligados a estar en interiores más de unas pocas horas. 

El clima, combinado con nuestra pequeña ciudad (otra causa previa de queja) hizo posible cosas muy agradables, como desplazarnos en carrito de golf. Podíamos caminar a todas partes, todo el año, o usar el carrito de golf. Podíamos parar nuestros carritos en la calle y charlar con un vecino o enviar a los niños al supermercado en sus bicicletas cuando nos faltaba algún ingrediente a la hora de cocinar.

Había muchísimas cosas maravillosas en vivir donde vivíamos y realmente creo que nunca las habría notado y apreciado si no hubiera seguido el consejo de mi amiga y dejado de quejarme.

Así que la próxima vez que tengas la tentación de quejarte por el clima, por tu trabajo o incluso por una factura de electricidad por las nubes, tómate un segundo y pregúntate si hay algo positivo por lo que puedas estar agradecido. Puede ser que descubras que si te concentras en los cambios positivos en lugar de en los negativos, quizás además de tu estado de ánimo, lo que cambie sea tu vida entera.