¿Cómo se esparcen las creencias en divinidades? Es una pregunta tan profunda como banal, pues es casi imposible de resolver y además, sin duda, este no sería el espacio para hacerlo.

Sin embargo, podemos asegurar que hay medios por donde una creencia se transmite de una persona a otra, de una generación a otra, de una institución a otra, de una región geográfica a otra. El ejemplo más personal, quizá, es una madre y un padre que bautizan a su hijo con la intención de transmitir místicamente su creencia en algo divino. El ejemplo más histórico, en el contexto latinoamericano, sería el barco de Hernán Cortés al zarpar en la antigua ciudad de Quiahuiztlán para renombrarla Villa Rica de la Vera-Cruz: dentro de ese barco, la Biblia fue el medio para que la creencia en Cristo como figura celestial cruzara todo un océano y se instalara, a mediados del siglo XVI, en las “recónditas” tierras mexicas. Las creencias sin los medios son inasequibles.

¿Qué sucede, entonces, cuando la tecnología avanza y se inventan nuevos medios? ¿Se pueden inventar nuevas creencias? ¿Nuevos dioses? Es otra pregunta imposible de responder. Sin embargo, lo que es cierto, es que a los dioses viejos les da pavor enfrentarse a cambios en los medios que utilizan para propagar su creencia. No son pocos los casos donde las transformaciones en los medios y el avance tecnológico pone entredicho las creencias en dioses antiguos o han facilitado la expansión o invención de nuevas creencias. Quizá, de los casos más emblemáticos y discutidos en la historia de la humanidad, es el de Lutero y la fragmentación protestante de las creencias cristianas gracias a la creación de la imprenta, un nuevo invento que ayudó a que la interpretación de la Biblia se diera de manera más amplia. Y este caso no el único; los ejemplos abundan: hay estudios que comprueban el impacto que tuvo internet y los medios tradicionales para esparcir la “creencia maya” del fin del mundo en 2012; la propagación del budismo en Argentina gracias a las redes sociales, o la transnacionalización de religiones locales —como la iglesia pentecostal mexicana La Luz del Mundo— debido a las redes de comunidades migrantes en todo el mundo. Parte importante de la historia de las religiones podría dedicarse solamente a entender las formas y los medios en cómo una creencia se replica y reproduce.

Martín Lutero
De la mano de la imprenta, Lutero transformó la fe cristiana

Así, como casi todo en la vida, los que se adaptan sobreviven. Hasta en las divinidades sucede; y parte importante de que una creencia institucionalizada (o lo que se conoce popularmente como religión) sea estable y fuerte, depende de que el mensaje de se replique y mantenga. Por lo mismo, los dioses más viejos deben ser muy hábiles para comprender las señales de cada tiempo y los avances de cada medio con el fin de no perder su vigencia.

Con estas premisas nos preguntamos, ¿quién ha sido más hábil para sobrevivir? ¿Cómo le ha hecho la iglesia católica —la religión con más creyentes en Occidente— para mantenerse vigente en la vorágine que ha implicado la era de la información y la sociedad en red? Y, particularmente, ¿cómo ha vivido el catolicismo latinoamericano —la región del mundo con el mayor número de adeptos— los cambios que trajo la internet?

América Latina tiene los dos países más católicos del mundo: México y Brasil (111 y 172 millones, respectivamente), y ambos han vivido en años recientes una profunda recomposición en los mapas de su diversidad religiosa. Según informes de la Pew Research Center, en 1960 el 90% de la población en Latinoamérica era católica, y para 2014 el porcentaje se redujo a 69%. Esto se acompañó con el creciente número de evangélicos, que para el mismo año ya reportaba 19% de la población. En este escenario, ¿qué tanto la internet y las nuevas tecnologías de información han permitido el debilitamiento del monopolio católico en la región? Quizá, otra vez, la respuesta sea imposible de obtener o se necesitarán muchos años de estudios y análisis para dar con algunas claridades al respecto. Aún así, podemos asegurar que el Vaticano está consciente de ambos fenómenos y ha encontrado las maneras de adaptarse a internet y, a su vez, parar el descenso de sus fieles.

Esto no es nuevo, desde que se consolidaron los medios de comunicación masivos tradicionales (prensa escrita, radio, televisión y hasta la industria editorial), la iglesia católica abrió y alimentó sus canales oficiales. La EWTN es, actualmente, el multimedio religioso más grande del mundo, con emisiones en tele, radio e internet, genera contenido para audiencias enormes (268 millones de personas en 145 países del mundo, según sus propios cálculos). Sin embargo, su estrategia digital, en términos cuantitativos, aún deja mucho que desear. A la fecha, solo en número de seguidores, la cuenta oficial del Papa en inglés (@Pontifex) es de 18 millones (seguida de las cuentas en español con 17 millones y de la portuguesa con cuatro; se entiende la cifra con el contexto latinoamericano desarrollado en el párrafo anterior). Para ser la imagen de Jesucristo en el mundo y representar a tantos y tantos católicos, tiene apenas el 10% de seguidores en comparación con la cuenta más seguida de Twitter: los 108 millones de Barack Obama. Su cuenta está mucho más cerca de los seis y cinco y medio millones de seguidores que tienen los presidentes de México y Brasil, respectivamente. Este desfase también se alcanza a ver en términos institucionales y mediáticos: la cuenta en español de noticias del Vaticano tiene apenas 170 mil seguidores, al lado de los 650 mil que tiene Televisa o los casi 12 millones de Globo, las televisoras más grandes de México y Brasil.

A pesar de esto, el Vaticano tiene una postura optimista sobre la era de la información. En su declaración “La iglesia e internet”, aseguran que aunque la red global “puede dar la impresión de oponerse al mensaje cristiano, también ofrece oportunidades únicas para proclamar la verdad salvífica de Cristo a la entera familia humana”. El mensaje es claro; por más que su institución replique prácticas medievales, no pueden negar que el mundo en red está sucediendo y es quizá un elemento por el que cada vez provocan menos encanto.
En ese mar de indefinición, las y los católicos han tomado iniciativas propias —es decir, independientemente de lo que marque el Vaticano— para sobrellevar la era del clic y lo viral. Pues, al parecer, el mensaje de Cristo en la cruz es poco compatible con los likes y los RT. Estos intentos van desde robots que seleccionan textos bíblicos según tu estado de ánimo, hasta influencers que se pelean por mensajes de fe o promociones vocacionales con cursos que incluyen el uso variado de redes sociales. O, con un poco más de honestidad y convicción, muestras de religiosidad popular como páginas de Facebook que se dedican a difundir exvotos y “milagritos” digitales o miles de foros dedicados a vírgenes y santos que dan cohesión comunitaria e invitan a sus poblaciones a mantener estabilidad alrededor de las figuras.
Lo cierto es que en una institución tan vieja y tan grande como la iglesia católica, la multiplicidad de casos para afrontar la internet se vuelve infinita e imposible de aprehender. Pero en una crisis de legitimidad como la que están viviendo, quizá valga la pena revisitar sus propios estatutos (discursivos y de fe), para replantear si el arrase que está teniendo la sociedad en red en la que, casi evidentemente les cuesta mucho encajar, se debe a que su mensaje dejó de ser vigente. En términos competitivos, sería una invitación a cambiar el tono y la forma de su contenido. En términos morales y de fe, sería una invitación a atender lo que sus creyentes y los que dejaron de serlo, están esperando de una institución que marca patrones de ética y conducta. Un poco de apertura al mundo que sucede hoy y no hace dos mil años no les vendría nada mal.