El célebre reformador protestante Martín Lutero, ante la temible epidemia de peste bubónica que asolaba tanto Silecia como su propia ciudad Wittemberg, deja en su carta a su par Johann Hess un verdadero ejemplo para la actitud que deben tener los cristianos ante flagelos tan letales como en estos tiempos el Covid-19.

La misiva que Lutero escribe a Hess dice textualmente lo siguiente:

“Por lo tanto, debo pedirle a Dios que nos proteja misericordiosamente. Entonces debo hacer la descontaminación, ayudar a purificar el aire, administrar medicamentos y tomarlos”.

“Debo evitar lugares y personas para quienes mi presencia no es necesaria para no contaminarme, y posiblemente infectar y contaminar a otros para causar su muerte como resultado de mi negligencia”.

“Si Dios quiere llevarme, definitivamente me encontrará, hice lo que espera de mí, así que no soy responsable de mi muerte misma o la de los demás”.

“Mira, esta es una fe temerosa de Dios, porque no es impetuosa ni tonta, y no tienta a Dios”.

“Pero si alguien está tan aterrado y abandona su vecino en su dificultad, si alguien es demasiado tonto como para no tomar precauciones, pero agrava el contagio, entonces el demonio ha alcanzado su punto máximo y muchos morirán”.

“Como hemos aprendido, todos tenemos la posibilidad de evitarnos la enfermedad con nuestras mejores habilidades, porque Él ordenó cuidar, proteger y nutrir el cuerpo, para que no nos expongamos innecesariamente”.

En esta carta titulada “Sobre si alguien debería huir de la peste negra”, Martín Lutero demuestra su conocimiento profundo del libro de “Levítico”, donde están todas las leyes relativas a las plagas, el aislamiento, la higiene y la prevención de enfermedades.

Debemos agregar que la esposa de Lutero muchas veces lo supo alentar cuando su ánimo estaba abatido y en el caso especial de la peste trabajó y ayudó a sus vecinos de una manera encomiable.

Podemos citar como otro aporte fundamental de los cristianos fue la creación de los primeros hospitales, recordando entre ellos a San Basilio de Cesárea, el obispo Dionisio y Fabiola, dado que “hasta el siglo IV después de Cristo no existió en el mundo antiguo un sistema público de asistencia a los necesitados y enfermos”.

Tal es así que el acompañamiento a los pobres y los enfermos por la iglesia primitiva era tan fuerte y hasta tal punto que el emperador Juliano el Apóstata, cuando quiso reavivar el culto a los dioses antiguos encontró que el principal obstáculo eran las obras caritativas de los cristianos. Y por eso dijo: “Lo que hace tan fuertes a los enemigos de los dioses antiguos es su filantropía con los extraños, los enfermos y con los pobres”.

Pero en ese siglo “las iglesias cristianas de Oriente, que comenzaban a ser influyentes, crearon la institución de beneficencia que posteriormente iba a ser llamada hospital”.

A propósito de la palabra “hospital”, deviene del latín “hospitalis”, de “hospes”: huésped. En tiempos pasados era un establecimiento benéfico donde se cuidaba a los indigentes. Luego fue especializándose en el cuidado de leprosos y otras enfermedades contagiosas y en nuestros días designa “un establecimiento benéfico para el tratamiento gratuito de los enfermos”.