El reloj volvió a pararse en Beirut a las 6 de la tarde y 8 minutos. Una semana después de la explosión, a la hora exacta en la que las 2.700 toneladas de nitrato de amonio saltaron por los aires, la capital del Líbano guardó silencio en recuerdo de los 171 muertos, según la última cifra oficial del ministerio de Salud. La gente se concentró mirando al puerto, la zona cero de una catástrofe que arrasó media ciudad. En el cielo, el sonido de las campanas de las iglesias se fundió con la llamada a la oración desde las mezquitas. Cristianos y musulmanes, juntos en la desgracia y en la obligación de seguir adelante para reconstruir Beirut. El ejército de jóvenes que lleva una semana limpiando las calles por la mañana y protestando por la tarde, marchó en silencio en dirección al puerto y se podían leer pancartas con frases como: «En mi país quienes merecen vivir mueren a manos de quienes merecen la muerte».
Terminado el homenaje a las víctimas, la Plaza de los Mártires se convirtió un día más en el epicentro de la movilización. Las protestas que arrancaron en octubre y tuvieron un paréntesis a causa del coronavirus, han vuelto con fuerza tras la explosión para reclamar que se haga justicia. Las movilizaciones, que fueron violentas durante el fin de semana, lograron la caída del gobierno el lunes, pero es suficiente. «Esto no termina con la dimisión del gobierno. Quedan Aoun (presidente), Berri (portavoz del parlamento) y todo el sistema», rezaba el mensaje difundido por los manifestantes del movimiento «17 de Octubre» en las redes sociales, en esta fecha comenzaron las movilizaciones sociales para reclamar un sistema no sectario, que sustituya al vigente desde hace 30 años.
La inestabilidad en las calles se ha trasladado a una clase política donde nadie quiere asumir responsabilidades. La agencia Reuters tuvo acceso a un documento que prueba que tanto el exprimer ministro, Hasán Diab, como Michel Aoun estaban al tanto de la extrema peligrosidad del material almacenado en el puerto. La seguridad les alertó el 20 de julio, por medio de una carta, de la necesidad de llevar el nitrato de amonio a un lugar seguro porque «si explota puede destruir Beirut», revelaron a la agencia fuentes que tuvieron acceso al documento. El presidente confirmó que le llegó esa información sobre el Almacén 12 del puerto y aseguró que ordenó al Consejo Superior de Defensa «hacer lo necesario». Nadie hizo nada.
Tras la dimisión en bloque del gobierno, la pelota está en el tejado de Aoun, que debe consultar al Parlamento sobre quién será el próximo primer ministro, una figura que debe contar con el respaldo de la Cámara y que, con el actual sistema de cuotas, debe ser un musulmán suní. Hasta el momento son tres los nombres que suenan con fuerza en la prensa local, el del exprimer ministro Saad Hariri, que dejó su puesto en octubre debido a las protestas sociales, el juez del Tribunal Penal Internacional, Nawaf Salam, y el economista Mohamed Baasari.
Llegada de trigo
La inseguridad alimentaria es uno de los temas que más preocupa a las organizaciones humanitarias que trabajan sobre el terreno, sobre todo tras la destrucción de un puerto por el que entraba el 80 por ciento de los alimentos consumidos en el país y del silo, cuyo esqueleto es uno de los símbolos de la catástrofe sufrida por la ciudad. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) anunció que suministrará a Líbano grano y harina de trigo necesarios para un periodo de tres meses. La grave crisis económica en la que está sumido el país había disparado la inflación y el precio de algunos bienes básicos ya se había incrementado más de un 90 por ciento en el último año.