Marcos hace tres señalamientos clave en relación con el divorcio desde una perspectiva literalmente cristiana: 1.- que Moisés lo constituyó de una manera tan laxa por lo inmorales e incapaces que eran sus contemporáneos. 2.- Que el plan de Dios, desde un inicio (es decir, incluso previo a Moisés) fue siempre que el hombre y la mujer fueran una sola carne, y: 3.- que, si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, le es infiel a la primera (y viceversa). Sin embargo, la ecuación moral se complica sobremanera cuando complementamos dicha visión cristiana sobre la disolución de un lazo de índole erótico con otro de los evangelios sinópticos.

Considero que, de manera mucho más que magistral, el propio Cristo (por medio de la pluma del ex publicano, Mateo) profundiza sobre este complejo fenómeno con peculiar y sobrecogedora sabiduría (en el capítulo 19 de su respectiva obra): no es válido el divorcio, sino sólo bajo la única excepción del adulterio y/o la fornicación (Mateo, para referirse a semejante excepción, utiliza, precisamente, la palabra griega πορνείᾳ (porneía) que significa precisamente eso -aunque “burdel” podría ser otra traducción y/o acepción adecuada, pero lógicamente no aplicable en dicho contexto-). ¿Pero qué no, semejante excepción, proviene nada menos que de aquel mismo Cristo que prácticamente nos obliga a perdonar al prójimo “setenta veces siete” y, por ende, qué no seríacontradictorio que debamos perdonar a un adúlteroinfinidad de veces y, al mismo tiempo, que podamos divorciarnos de él por el hecho de haberlo sido (es decir, noperdonarle, a fin de cuentas, su infidelidad en contra nuestra si eso es lo que deseamos, aunque nuestra pareja se encuentre profunda y genuinamente arrepentida de haberla cometido y en realidad se haya transformado de corazón y nunca jamás vaya a cometerla de nueva cuenta)?

Por si lo anterior fuera poco, Él mismo (el Mesías), con su tan característica y brutalmente exigente naturaleza divina, prácticamente nos condena al fuego eterno por tan sólo lanzar una mirada lasciva a una mujer hermosa que contenga enraizada detrás de nuestra pupila, el deseo de hacerla nuestra sin ofrecerle el amor y el compromiso que conllevaría una relación verdaderamente sana, duradera (hasta que la muerte nos separe) y estable, catalogando además a semejante acción como adulterio, según sus propias palabras; por lo tanto, ¿tengo autorización moral de divorciarme, es decir, de abandonar a mi legítima esposa si lanzó una inadecuada mirada hacia un hombre atractivo, puesto que me fue “infiel en su corazón” al haberlo hecho?

Obviamente no.

Lo que sucede, lógicamente, es que existen distintos niveles de adulterio, y aunque todos sean severamente condenados desde una perspectiva moral, siempre será menos grave un “adulterio mental” (o visual, como el anteriormente señalado), que el destruir no sólo un matrimonio sino una familia entera a causa de la lujuria (es decir, como consecuencia de un adulterio de abandono).

El adulterio de abandono es aquel que es provocado de manera unilateral e innegociable por uno de los cónyuges y que, por más que el otro haga y/o deshaga (se arrepienta y/o se transforme, etc.), no tendrá marcha atrás, básicamente por la necedad, el resentimiento y/o por el simple libertinaje o malevolencia del adúltero que abandona, ya que este último suele tomar cualquier imperfección del otro como el pretexto idóneo para deshacerse de él de por vida y sin tener que sentirse culpable de tan viles y repudiables acciones.

Y es que aquel soberbio que se jacta de ser un amante perfecto y, precisamente, con base en su supuesta e inmaculada perfección, se cree digno de desechar con implacable arrogancia a su supuesto ser amado, por mediodel pretexto, como ya lo decía, de que este último no es perfecto (es decir, que puede eliminarlo de su vida por tal o cual defecto personal suyo, incluso aunque éste último se encuentre enteramente arrepentido de semejante falla de carácter); ese individuo arrogante, decía, no sólo no es un buen amante, sino que es el peor de todos los amantes, aquel que, curiosamente, bajo ninguna circunstancia debería casarse de nueva cuenta, pues ha demostrado, por medio de sus acciones (de sus tóxicos frutos) que es alguien invariablemente incapaz de amar de forma sana y, sobre todo, verdadera.

En pocas palabras, a la excepción para poder divorciarse a la que se refiere el Cristo, es a cuando más bien uno de los cónyuges ha cometido el más grave y ya citado tipo de adulterio (el adulterio de abandono), aquel que, precisamente por obra del abandono en cuestión (más que del adulterio), no tiene retorno: cuando la relación es realmente destruida por infidelidad, es decir, cuando yo no sólo engaño a mi esposa con otra mujer, sino cuando la abandono para irme con ella, a formar un nuevo “matrimonio” o relación erótica al lado de mi amante, sin posibilidad alguna al perdón, al diálogo ni a la negociación para con la persona abandonada (pues ésta ha sido desechada sin su consentimiento y sin que ya pueda realizar absolutamente nada para intentar remediar semejante situación de desamor e intolerancia en su contra).

En pocas palabras, el adulterio debe ser perdonado setenta veces siete; el abandono, no (al menos no en el sentido de tener que mantenernos dispuestos, de forma sempiterna, a restaurar el vínculo amoroso después de haber sido abandonados), pues técnicamente es este último (el intransigente y unilateral abandono), aquel que es plenamente capaz de darle una limpia y mortal estocadaincluso a la más sólida, duradera, hermosa y apasionada de las historias de amor que puedan llegar a existir (poder destructivo que ni siquiera es capaz de poseer el adulterio en sí mismo).

Sencillamente el asunto no podría ser de otra manera, sobre todo proviniendo semejantes principios éticos de la boca rebosante de sabiduría de aquel mismo que estableceal arrepentimiento y al subsecuente perdón (derivado del primero) como a un par de importantísimas obligacionesmorales de toda persona justa y decente.  

Y es que, cuando el otro ya se ha ido de forma definitiva (abandono que en tiempos de Cristo quedaba más que claro cuando el intolerante había formado ya una nueva familia y/o siquiera un nuevo “matrimonio” o relación al lado de otra persona), sencillamente ya no hay marcha atrás ni nada más que se pueda hacer al respecto de la relación previa (es decir, en pro de la salvación o restitución de aquel vínculo ya extinto).

Por lo tanto, existe una enorme diferencia entre el abandonar y ser abandonado, pues el que hace lo primero es victimario del segundo, y este último, la víctima de la intolerancia y el desamor del primero, y por ende, el querer culpar a ambos ex cónyuges de manera equitativa de la muerte de la unión matrimonial en un panorama como el anterior es prácticamente igual de aberrante que decir que una persona violada es copartícipe de semejante crimen, en vez de catalogar a dicha persona, como debe ser, como la inocente víctima de su inmoral y altamente criminal victimario.

En resumidas cuentas, el Mesías prometido sabe perfectamente que el panorama anterior es posible (es decir, que una buena mujer, por ejemplo, haya escogido marido de manera escrupulosa y mucho más que correcta, y, aun así, que dicho marido se haya corrompido con el tiempo y la haya abandonado por otra mujer o por la causa que sea). El Cristo lógicamente sabe que, semejante mujer abandonada, no es grave ni particularmente incompetente en materia de relaciones amorosas, de ahí entonces que conceda la ya citada excepción del divorcio particularmente a ella (es decir, que, en dicho caso -y sólo en dicho caso y/o excepción-, el divorcio se torna en un recurso no sólo posible, sino incluso enteramente necesario). Y, al mismo tiempo, el Cristo condena severamente a aquel hombre hipotético que en nuestro ejemplo ha abandonado a su buena esposa por otra mujer o, nuevamente, que la ha abandonado por la razón que sea, pues lo considera, lógica y correctamente, como un individuo incapaz de lograr formar vínculos estables y/o duraderos (basadosauténticamente en la tolerancia, el compromiso y el amor verdadero).

En pocas palabras, aquella persona con el corazón destrozado (la genuinamente inocente víctima del abandono provocado en su contra por mano del intolerante ex cónyuge suyo), tiene luz verde no sólo para divorciarse de éste (pues la relación ya ha muerto, y no por mano suya, sino precisamente de la de su ex pareja), sino, lógicamente, también para casarse de nueva cuenta en caso de que quisiera y/o se le presentara la oportunidad de hacerlo, mientras que el “abandonador”, claramente no deberá ser poseedor de semejantes privilegios (al menos no desde una perspectiva ni moral ni tampoco religiosa).