Desde el punto de vista racional y cristiano, no debe ni “puede” haber diferencias de derechos entre hombres y mujeres. Sin embargo, por razones históricas y desde épocas ancestrales, las mujeres se han visto privadas del ejercicio de muchos derechos, por su situación de enorme dependencia y enorme represión, situación hoy día en franca superación en algunos países, aunque de manera muy desigual.

¿Y en la Iglesia? Algunos “dirigentes” (más bien muchos) aseguran de forma muy enfática que no pueden las mujeres ejercer el sacerdocio ni actuaciones parecidas porque Jesús lo encargó, igual que, en general, encargó la continuación de su misión, solo a hombres. Lo que salta más a la vista (por lo menos a mí) es el contraste entre la arrogancia y la seguridad con que ello se dice con la enorme endeblez de unos textos que, a muy duras penas, pueden medio, no ya demostrar, pero ser usados para “mal justificar” esa discriminación.

Veamos: es verdad que cuando Jesús quiso elegir unas personas colaboradoras más cercanas y confiables, escogió doce hombres, aunque había mujeres en su equipo misionero. Pero no se les confió la continuación de su misión, después de él, de manera formal, que sepamos, ya que estaba en los comienzos de su tarea.

Apóstoles

Cuando sí se dice que confió el encargo de continuar la predicación del Evangelio, “Id por todo el mundo…”, es en las escenas previas a la Ascensión, ante un auditorio de hombres. El sacerdocio de las mujeres

El sacerdocio de las mujeres

-Sin embargo, en el texto de Marcos la escena aparece en un Apéndice, que con toda seguridad no es de Marcos, sino de un autor posterior, puesto que Marcos había dado su narración por concluida, y el apéndice “corta” el hilo de la narración empezando por describir una escena anterior al final del texto evangélico. Además de que se le “cuela” una herejía de bulto, en 16: 16.

-Solo se puede contar con las narraciones de Mateo y de Lucas.

-Sin embargo, uno sitúa los hechos en Galilea y el otro los sitúa en Betania, cerca de Jerusalén.

-Además, según Mateo, queda claro que solo están los Once, pero en el texto de Lucas (24: 33) están “los Once y quienes estaban con ellos”. Número al que sin duda se añadirían los discípulos de Emaús, que acababan de llegar.

Magdalena

Esos textos no son serios: parece que cada uno escribió lo que más o menos recordaba, pero con muy poca precisión. Para demostrar lo que se pretende demostrar, se debería contar con algo más preciso. Sus excelencias y eminencias: eso no les sirve para nada. Compañeros obispos, yo ahora no digo ni que fuera ni que no fuera; tan solo digo que ustedes, con estos textos, no pueden “demostrar” nada. Luego debieran valorar el problema a la luz de otros valores, por ejemplo los Derechos Humanos. Y les diré más: atribuir a Jesús haber apartado a las mujeres de las tareas apostólicas, sin poder-lo demostrar debidamente, lo considero una calumnia, que rechazo con toda la fuerza.

Un servidor cree que hay muchos indicios, aunque tampoco “pruebas”, de que Jesús jamás apartó a las mujeres de función apostólica alguna, sino que la mala decisión la fueron tomando sus seguidores; mucho mejor dicho: los seguidores de los seguidores, es decir, la segunda generación, ya muertos los apóstoles. Ellos fueron apartando a las mujeres de funciones que, en las cartas de Pablo, se echa de ver que sí ejercían. Así que dejen por favor de pontificar y asuman el deber de razonar como cualquier persona.

Y además, por principio, no se “puede” argumentar nada contra los derechos de las mujeres en la Iglesia basándose en unas situaciones claramente anormales y provocadas por discriminaciones ancestrales. Hacerlo sería una gran bajeza.

Y en definitiva, cuando se dieran los primeros casos de zonas geográficas en que las mujeres ya hubieran conseguido tener una formación cultural y una posición más normales en la sociedad, con ministras, presidentas, etc., si en la dirección de la Iglesia hubiera habido personas inteligentes, y cristianas de verdad, debieran haber adaptado la ley a las circunstancias presentes. Puesto que, quien fuera que hubiera decidido, en su día, apartar a las mujeres de funciones directivas y/o sacerdotales, solo podía basarse, o más bien “excusarse”, en una situación de muy baja formación de la gran mayoría de mujeres, situación no culpable. Un estado, de hecho, anormal. Al cambiar las condiciones anormales, debía cambiarse la ley. Pues parece que no hubo tales dirigentes, ni todavía los hay.

De ninguna de las maneras, ello debe ocasionar que los derechos femeninos en la Iglesia continúen sin poderse ejercer. Pues la culpa es de malos dirigentes. Pues hay que ejercerlos de hecho, con permiso o sin él. Se deben empezar a celebrar misas presididas por mujeres. Aunque quizás (propongo) con una reconocida provisionalidad, y usando, de manera también provisional, formas eucarísticas consagradas previamente por un sacerdote.

Deseo, propongo, pido, que en cada ciudad se designe un lugar (no tiene que ser necesariamente una iglesia) para celebrar misas presididas por mujeres, de forma continua o bien alterna (alternando con misas masculinas). Y en ello nos tenemos que implicar los compañeros igual, no solo por solidaridad, que claro que sí, faltaría más, sino por interés propio, pues muchas personas preferiríamos una misa femenina, que, no siempre, pero muchas veces, daría un tono de mayor humanidad e, incluso, de emotividad.