La creencia en Dios, y en otros entes sobrenaturales, ha aparecido con mucha frecuencia en diversas culturas y épocas. En la actualidad hay al menos 4.200 religiones diferentes y se estima que a lo largo de la historia hubo más de 55.000.
Si a esto se le suma el hecho de que, dentro de una misma religión, las personas viven su religiosidad de forma muy diversa (desde los que tienen dudas hasta los que creen ciegamente, desde los que condicionan sus vidas a la religión, hasta los que apenas se ven afectados por creer o no), la variabilidad que las poblaciones humanas muestran ante este hecho religioso es sorprendente.
Su explicación constituye un interesante reto.
Las propias religiones intentan aclararlo. Lógicamente, habiendo tantas y tan distintas, se puede encontrar en ellas todo tipo de justificaciones: una de las principales es que el acto de creer es una elección voluntaria que hacen los seres humanos mediante su libre albedrío. Así pueden creer en una u otra religión y vivir más o menos religiosamente.
Por el contrario, otras religiones sostienen que la fe o la práctica religiosa es un don, que se puede tener en distinto grado, o no tener en absoluto, y que solo Dios lo otorga. La diversidad llega incluso a la propia explicación del fenómeno religioso.
Desde la sociología también se buscan explicaciones. Las hay numerosas. Una de las más tradicionales asume que la religiosidad es un producto de influencias ambientales diseñadas para transmitir y reforzar una serie valores culturales prevalecientes. Pero podemos encontrar otras.
Diversidad genética
Diversas ramas de la ciencia también abordan el hecho religioso aplicando el método científico. Una de ellas es la genética. Y puede aclararnos algunas cosas.
La diversidad, en todo tipo de parámetros físicos y mentales, está en la esencia de lo que nos hace humanos. La mayoría de las características que configuran nuestra naturaleza haciéndonos ser como somos, tanto físicas (altura, complexión, peso…), como mentales (capacidad espacial, habilidad matemática, competencia lingüística…) y conductuales (curiosidad, agresividad, timidez…), son caracteres cuantitativos.
En general estos caracteres cuantitativos presentan mucha variabilidad y se ajustan a una distribución normal: por ejemplo, hay mucha variación en la altura de los seres humanos adultos, pero la mayoría son de una estatura normal, mientras que hay muchos menos que sean muy altos o muy bajos.
Este tipo de caracteres cuantitativos suelen ser el resultado de una base genética en la que intervienen muchos genes, cada uno de los cuales produce un pequeño efecto que se va “sumando” al pequeño efecto que producen los otros.
Además, el valor final de estos caracteres cuantitativos se ve modificado, en mayor o menor medida, por factores no genéticos como las condiciones ambientales. Puedo tener genes para ser muy alto, pero si he estado desnutrido en la infancia no alcanzaré gran altura.
Religiosidad, carácter cuantitativo
A primera vista la religiosidad es un carácter cuantitativo: varía mucho a nivel individual, desde quienes no creen en absoluto y no practican ninguna religión, hasta los creyentes más integristas cuya vida discurre siguiendo estrictamente, sin cuestionar, el conjunto de normativas que imponen sus religiones.
Ante eso cabe plantearse dos preguntas interrelacionadas esenciales:
¿Es la religiosidad uno de estos caracteres cuantitativos resultado de la acción de diversos genes modificados por factores no genéticos como el ambiente y la educación? Y, si es así: ¿Cuánto de la variabilidad en la religiosidad de una población se debe a la influencia de los genes?
La genética lleva muchas décadas desarrollando complejos procedimientos que permiten estimar, con mucha precisión, la heredabilidad, esto es la importancia relativa de los componentes genéticos sobre la variabilidad de un carácter cuantitativo (por ejemplo, la altura, la inteligencia, o la religiosidad).
Se trata de una cuestión pertinente. Y no solo desde un punto de vista teórico: incluso a nivel práctico, el desarrollo de los procedimientos para medir la heredabilidad ha sido uno de los mayores logros de la humanidad.
Entre otras cosas permiten la mejora genética de las especies agropecuarias. A día de hoy, prácticamente el 100% de los productos agrícolas y ganaderos que comemos se obtienen por mejora genética. Sin mejora genética nunca podríamos alimentar a 8.000 millones de personas.