Hace 90 años una generación de liderazgos protestantes/evangélicos soñó cuál sería el futuro del protestantismo en América Latina. Del 20 al 30 de junio de 1929 tuvo lugar en Cuba el Congreso Evangélico Hispanoamericano de La Habana. Correspondió al mexicano Gonzalo Báez-Camargo ser el presidente del encuentro y escribir una exposición e interpretación de los trabajos de la magna asamblea.

El documento mencionado defiende la legitimidad del cristianismo evangélico en Latinoamérica. Hace una descripción del contexto socio espiritual del continente y el rol a desarrollar por los creyentes protestantes en territorio adverso y dominado por el catolicismo romano. Ante la considerada enfermedad espiritual latinoamericana, el diagnóstico concluía que las condiciones eran oportunas para transformar la religiosidad popular en algo distinto y más cercano a las enseñanzas del Evangelio: “No existe ya la Inquisición, pero su espíritu de intolerancia no ha muerto, y la renovación religiosa que esperamos y que ansiamos, no puede venir, no ha de venir, del seno de la Iglesia católica […] ¿Quiénes, pues, encabezarán y dirigirán la renovación religiosa de Hispanoamérica? Para ser verdaderamente efectiva, tiene que ser original y espontánea, y no puede ser otra que la proveniente del Cristo Divino de los Evangelios. Los renovadores deberán ser, ineludiblemente, cristianos. Quedan, por consiguiente, como única esperanza en el momento actual, los núcleos evangélicos latinoamericanos. ¿Está nuestro protestantismo capacitado para iniciar, organizar y dirigir esta renovación?”

Para cuando tuvo lugar el congreso de La Habana la población mexicana que se identificaba como protestante era menos de un punto porcentual (0.75 por ciento), mientras se reconocieron católicos romanos 98 por ciento y 1.4 manifestó tener otra adscripción religiosa o ninguna. Con altibajos existían similares porcentajes en los países de América Latina.

Hoy las cifras de identidad confesional son muy distintas a las de hace nueve décadas. La media de población católica latinoamericana es de 69 por ciento, con variaciones hacia arriba y abajo en los 19 países incluidos en el estudio de 2014 efectuado por el Centro de Investigación Pew. El cuadro anexo da cuenta de la descatolización o protestantización, según se le quiera ver, en América Latina.

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El crecimiento porcentual protestante/evangélico ¿ha implicado, también, transformación ética en sus filas e irradiado benéficamente a la sociedad? Es fehaciente que sigue creciendo el protestantismo/cristianismo evangélico en toda Latinoamérica, y el rostro predominante en la familia es pentecostal y/o neopentecostal de la tendencia conocida como Evangelio de la prosperidad. En algunas regiones la transformación del campo religioso, antes con gran hegemonía del catolicismo, ha sido vertiginosa, lo que ha llevado a cuentas y proyecciones muy optimistas dentro de cierto evangelicalismo triunfalista. Ello me hace preguntar si lo que ha acontecido es más un cambio de adscripción religiosa y una adopción de nuevos rituales religiosos, pero ha quedado más o menos sin tocar el núcleo de ciertas prenociones y prácticas que no se transforman al ingresar al nuevo círculo confesional. Y unas de esas áreas intocadas puede ser el de la integridad personal y comunitaria, así como la del involucramiento para cambiar el injusto orden socioeconómico, también está presente la tentación de usar las instancias del Estado para imponer una agenda ética excluyente de la diversidad valorativa de la sociedad que es crecientemente diversa.

Al gran auge cuantitativo protestante no le ha seguido, en términos generales, la construcción de personalidades democráticas que son agentes de cambios mentales y culturales. En este sentido cabe la distinción sociológica que afirma puede estudiarse el fenómeno religioso como creencia y/o como conducta. ¿En qué son contrastantes las conductas de los protestantes/evangélicos latinoamericanos con las de quienes no lo son? ¿Son sus comunidades más democráticas, horizontales, preocupadas por el otro, con menos casos de abusos de todo tipo y corrupción? ¿O todo, o la mayor parte, consiste solamente en cambios de algunas creencias y nuevos ritualismos que no alteran/transforman rasgos subsistentes de la cultura patrimonialista latinoamericana, y la libertad de conciencia que defendieron siendo minoría ahora la reivindican para otros?